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El actor Sidney Poitier, que acaba de irse muy pasados los noventa años al Cielo que hay por debajo del que alcanzan los inmortales, en el que ya estaba, demostró dos cosas importantísimas para la Humanidad. Que la gente solo se fija en el color ... de la piel si no das para otra cosa y que son los pobres de solemnidad los que suelen tener más clase, cuando les da la gana y se les ocurre rebelarse frente a la cutrería, sin hacer esfuerzo porque si te esfuerzas por tener clase se nota y lo estropeas todo.
Sidney Poitier, el tipo más 'cool' de los años 60, con permiso de su colega de profesión Steve McQueen y del señor 'avocato' Agnelli, de Turín, era hijo de un 'pelado'» negro agricultor en las Bahamas, nacido cuando en esas islas, como en toda buena dominación anglosajona, existía un racismo plenamente activo, sólidamente anclado en las clases sociales (sistema de castas parecido al indostánico que continúa con buena salud en Inglaterra). Poitier llegó a superar, de muy largo, a todos esos que lo miraban como a un simple criado isleño en ese aburrido destino vacacional para millonarios que era su país en donde más les podía doler, y no era el dinero: el traje de dos piezas estilo 'Ivy League', epítome de la blancura rica y refinada y kennedyana de la Costa Este, nunca le quedó a nadie mejor. Suavemente, con precisos movimientos félidos, con aquella media sonrisa, como si no costara. Hubiese sido el más 'preppy' del estilo norteamericano de vestir de toda la Historia aunque hubiese ido desnudo toda su vida en las Bahamas, porque llevaba el traje por dentro. El señor Malcolm X, violento racista negro, que quiso echar la pata a los blancos haciendo que todos sus ridículos seguidores vistieran como si fueran a una recepción de embajada, supongo que para cuando Sidney Poitier vivía sus años de más gloria ya estaría volviéndose a morir de envidia en su tumba, porque X nunca fue elegante ni tuvo clase ninguna, solo un odio resultón.
Poitier nos dejó varias películas que he vuelto a revisar muchas veces, porque creo que hicieron más por la igualación o incluso la superioridad de los negros que por supuesto Malcolm X, pero también que todos los discursos y manifas de Martin Luther King. King era bueno pero enfático, una especie de curita afecto al lugar común, y su éxito en los tiempos en que los negros eran de segunda categoría para todos esos que presumían de haberlos liberado, fue más estruendoso que real. Tengo para mí que menos estruendoso pero más real, más ámplio y sustancial, sin notarse, sibilino como alguien que llega en la oscuridad, como esas imágenes más rápidas que el ojo pero menos que la mente que se inoculaban al público de los cines con motivos publicitarios, fueron las interpretaciones llenas de dignidad y en estado de gracia de Sidney Poitier. Cosas como 'Adivina quién viene esta noche', junto a un inmenso y moribundo Spencer Tracy, enseñó no solo a la sociedad norteamericana sino al mundo que se podían cambiar las cosas, cambiarlo todo, sin hacerse de notar, sin dar sermones consabidos ni pegarle fuego a nada.
Ha muerto no un hombre, sino algo mucho peor, el estilo.
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