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Para mí, los espías son un misterio. Jamás he visto a uno de cerca, al menos que yo sepa, ni creo que los haya visto de lejos. Lo que sé de ellos es que protagonizan no pocas películas de mi juventud, en las que aparecían ... embutidos en gabardinas claras, tapados por sombreros que ocultaban sus rostros, con portafolios llenos de documentos seguramente fotografiados en un despacho enemigo, y que solían meter la pata cuando tropezaban con chicas que o eran contraespías o los llevaban por la calle de la amargura. Por eso, cuando leo que mi país está convulsionado por un caso de espionaje no sé si me da la risa de la broma o el llanto de la sinrazón.
Los espías, y las espías –no olvidemos a la célebre Mata-Hari–, son personajes de novela. De novela y de película, pues los productores no han podido resistir la tentación de adaptar a la pantalla historias llenas de acción, enredo y amor. Tres ingredientes que no pasaron desapercibidos ni a Ian Fleming –autor– ni a Albert Broccoli –productor– para darnos al agente 007 en toda su salsa, a partir de 'Desde Rusia con amor' (1963), con el incomparable Sean Connery. La guerra fría fue el caldo de cultivo de estos productos, pues el conocimiento de armas fabulosas que las dos grandes potencias mundiales construían era motivo suficiente para mantener la atención del lector-espectador. Antes incluso de la guerra fría, el mago Hitchcock nos puso los nervios de punta con '39 escalones', 'Encadenados' o 'Con la muerte en los talones', en las que espías accidentales tienen que salir de miles de apuros. Tampoco me puedo olvidar del Harry Palmer (Michael Caine) de 'Ipcress' (1965), otro espía anti-Bond, con gafas de intelectual de izquierdas.
Claro que ninguna como 'El espía que surgió del frío', novela de John Le Carré de 1963, y película de Martin Ritt de 1965, como prototipo del espía encubierto, atrapado y torturado, como debe ser. La incursión de un funcionario del Gobierno inglés (Richard Burton) en la Alemania comunista ofrecía una obra sobria, áspera, emocionante. ¡Cómo eran estos espías de juventud, algunos de ellos reflejados hoy día en series tan interesantes como 'Homeland', 'El infiltrado' o 'El espía'! Querámoslo o no, el espía se convirtió en un héroe extraño, oscuro, lleno de misterio y encanto.
Imagino que nuestros lectores habrán leído estos primeros párrafos esperando averiguar hacia dónde nos encaminan mis palabras. No hace falta ser Bond, Palmer o Carrie para averiguar que el 'caso Pegasus', espionaje de enorme actualidad, es un remedo de los grandes conflictos que ofrecían las contiendas mundiales, la guerra fría o el armamento nuclear. En nuestro caso, según he oído decir sin demasiado interés, todo hay que decirlo, parece ser que se trata de husmear en lo que hacen los independentistas catalanes, si se reúnen para tomar café, si piensan hacer movilizaciones para activar sus razones separatistas que, a estas alturas, dudo que ellos mismos se crean, o si el Barça piensa fichar un delantero o se queda como está. Alguien ha comparado a estos nuevos espías como actualizaciones de Mortadelos y Filemones. Y no carecen de razón. ¡Qué porras nos importará lo que piensan aquellos nacionalistas, a no ser que haya algo detrás que soy incapaz de descifrar! Sobre todo, cuando, cabía imaginar, se descubrieran estas operaciones apelarían al ataque a la democracia, siendo ellos mismos (que, por cierto, para mí no representan el gran país que es Cataluña) los que sacaron las urnas a la calle, para que votara todo el que pasara por allí sin impunidad alguna, en actos de pureza democrática. Estamos locos. Les damos más importancia de la que merecen.
Porque, además, este tipo de espionaje no tiene nada que ver con aquel que antes contaba, de gente que se exponía, que se metía en despachos ajenos para fotografiar documentos a riesgo de sus vidas, que no abrían el pico cuando los malos los torturaban... Ahora ¡se hace jaqueando móviles! ¿Habrase visto semejante ordinariez? Una empresa, supuestamente israelí, parece ser que es la que nos espía, pagándoles no sé cuánto para meterse en tu vida, desde cómodos despachos con ordenadores de alta gama, y chivarse si el café te gusta solo o con leche, si has pedido más pizzas de las debidas en una semana o si tu amigo Juan te va a decir los secretos de las conexiones con internet. ¡Por el amor de Dios! ¿No tenemos otra cosa mejor en qué ocuparnos?
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