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Tengo fotos en el iPhone de un día que se me pusieron los labios como a Carmen de Mairena, si a Carmen de Mairena le hubiera picado una avispa en los morros. Las hice por la gracia de la monstruosidad y para mandárselas a un ... amigo médico antes de saber qué hacer. Con eso se me puede chantajear. En mis fotos no van a encontrar nada de tazas humeantes agarradas con las manos enfundadas en unos guantes a los que les falten las puntas de los dedos, terrorismo o pederastia. En todo caso, perrerastia. Pero tampoco quiero que las vea nadie. No creo que el iPhone no nos espiara ya. Y WhatsApp. Y Google. Y mi vecina. Que Apple haga pública su voluntad de acceder a los teléfonos de los clientes (a sus fotos) no es más que un reconocimiento. Las excusas del terrorismo o del abuso infantil acabamos asumiéndolas como el coñazo que es pisar un aeropuerto. La intimidad es sagrada, decimos. Pero hasta los misántropos la regalamos de manera muy rumbosa.
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