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Ambos caminaban con su andar cansino y dificultosa respiración, con mirada perdida y vencida. Muchos meses atrás, un temblor de tierra seguido de un ruido ... ensordecedor les había hecho temer lo peor. El aire fue cambiando, cargándose. La familia, temerosa, buscó refugio. Se encerraron durante muchos soles. Tantos, que perdieron la cuenta. Salían poco, lo justo para aprovisionarse y volver mirando a aquel cielo de color plomizo. Necesitaban saber a ciencia cierta qué les amenazaba, cuánto duraría, cómo sería el futuro... ¿existiría futuro? Recibían algunas noticias del exterior. Los informantes de amenazas avisaban que todo aquello escamparía en poco y que apenas debía afectar sus vidas. Solo marginalmente. Apenas dos o tres casos de consideración. Pero cada vez que salían del refugio, se les revelaba una tragedia mayor. Cadáveres en diferentes grados de descomposición poblaban los caminos. Descubrían amigos fallecidos por asfixia de quienes no se habían podido despedir. Poco a poco, la confianza en aquellos tranquilizadores relatos fue cayendo y abriendo paso a la contemplación descarnada y escéptica de lo real.
Cuando parecía escampar, despuntaba la esperanza de que aquella espesa semioscuridad pudiera tener fin. Pero al poco, una nueva ola de nubarrones de ceniza, como de muerte, ahogaba sus sentidos y les envolvía ocultando el sol y sus latidos. La primera vez, el jefe del clan proclamó que salían más fuertes habiendo vencido al espíritu de la oscuridad. Poco había de durar. La ola volvía y con ella, el jefe les acusó de haber enojado al espíritu. El malestar fue extendiéndose en recriminaciones y acusaciones entre diferentes clanes por provocar las iras de espíritus y cada cual escondía sus pretensiones. A diario salían a campo abierto a atacarse y difamarse anclados cada cual en su verdad relatada y enlatada de media hora; sujetos a su mástil como si su último hálito de vida dependiera de ello. Unos pocos, más allá de relatos, buscaban respuestas sinceras para sobrevivir. Creían que indagar lo real ofrecería causas y claves para sobrevivir a la oscuridad o al menos entenderla. Pero no les creyeron o los usaron en sus luchas.
Al cabo, aquellas praderas donde habían nacido, crecido y jugado fueron marchitándose y la tristeza acabó por inundarles los ojos y el corazón. Padre e hijo caminaban con su andar cansino y dificultosa respiración, resignados a un viaje a ninguna parte, sin retorno. Extenuado, el padre se detuvo y con voz quebrada dijo: «Lo siento hijo, merecías algo mejor. Aquí moriremos. Acaba nuestro caminar. Solo espero que si algo repuebla esta tierra sea capaz de erradicar la charlatanería y centrarse en lo real de la vida y la evidencia de lo que le permita sobrevivir». Exhaustos, los dos dinosaurios se acurrucaron y cerraron sus ojos para siempre.
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