Borrar

Las equívocas apariencias

El reconocimiento facial, en la tecnología rampante sobre la que cabalgamos, se ha impuesto en cuestiones de seguridad

Lunes, 6 de enero 2020, 08:56

Es a partir de cierta edad cuando se apunta que cada uno tiene la cara que se merece. Semejante afirmación no deja de ser uno de esos tópicos recurrentes, que apenas son otro lugar común, carentes de significado de no situarlos en un contexto apropiado. Es un enunciado atribuido por unos a Lincoln, por otros a Jean Cocteau, para el caso igual da. El aspecto general, de modo esencial la cara mediante la que con la mirada reconocemos al prójimo, reviste singular interés e importancia, para establecer relaciones con los semejantes. En ese primer contacto visual con rostros ajenos se forjan de inmediato impresiones, sean de simpatía o de mantener cierta prevención, displicentes, cuando no de franco rechazo, cuando tratamos con los demás. Se trata de un impulso irreflexivo, ese elaborar la idea inconsciente sobre los otros, procesada a través de rapidísimos circuitos neuronales, al desconocer cuanto atañe a las características de la otra persona. Puede que se haga efectiva de esta forma esa también, quizás trivialidad, que manifiesta que la cara es el espejo del alma. Con su aquel de certeza, aunque es más probable que los prejuicios se tornen equivocados. No en vano, tras ahondar en el conocimiento del prójimo charlando, cambiando impresiones, opiniones, recapacitemos y ese juicio visual prematuro nos obligue a entonar un sincero 'mea culpa' en nuestro fuero interno, por tan desacertado juicio previo. Pero ese impacto inicial esta ahí presente, de sobra conocido y utilizado para sus fines por los expertos en publicidad. Se basan en él para estimular deseos de atracción hacia las cuestiones más diversas. Ya sea para vender productos de modas, perfumes o inducir con argumentos cuidados que calen en el ánimo ciudadano, a través de mensajes en carteles y anuncios variopintos. Recurriendo a rostros limpios -quizás con sus retoques- en los que trasluce una mirada radiante, caras amables sin signos de doblez, en esa apariencia física que destila el rostro humano. Miradas que generen confianza en el consumidor.

Por otra parte, el reconocimiento facial, en la tecnología rampante sobre la que cabalgamos, se ha impuesto en cuestiones de seguridad, incluso en actos documentales como marca distintiva. Sabido es que pese a los millones de seres que poblamos el planeta, no hay dos rostros iguales, parecidos sí, pero iguales... Como también de forma anecdótica, pero con inusitada fortuna, ha aparecido una aplicación en la que es posible conocer el aspecto que tendríamos pasados unos cuantos decenios. Los resultados en los que se han expuesto caras de famosos han sorprendido al común. En una eclosión refrenada por la cantidad de datos necesarios para la operación que bordean la intimidad, entregados al servicio de no se sabe quién en este caso.

En esto de los rasgos faciales, de la fisiognomía, asimismo sucede cuando se acaba de conocer a alguien formular la frase halagadora de no aparentar la edad que tiene, subrayando que su aspecto desdice lo que realmente afirman sus datos personales. Siempre, eso sí, que no metamos la pata y lo hagamos en sentido contrario, que de todo hay y puede ocurrir... Como es frecuente que familiares y amigos de enfermos, con la loable intención de levantar el alicaído ánimo del afectado, le deslicen la frase de que lo ven con buena cara. En este supuesto quizás con mejor color de cara. Es una impresión subjetiva que, sin embargo, podría revestir cierta utilidad a sumar como contribución al diagnóstico de diversos padecimientos, de apoyarse en datos avalados por la ciencia. De hecho, observar detenidamente las peculiaridades del rostro del enfermo ha constituido tradicionalmente uno de los fundamentos mas importantes de esa menguante exploración física general por parte del médico. Gracias a la cual se puede tener una primera impresión sobre la afectación general del estado de salud, así como buen número de detalles que permitirán, en ocasiones, establecer sospechas sobre alteraciones concretas y orientar las pruebas a realizar, muchas veces innecesarias y no exentas de complicaciones secundarias. Rostros demacrados, perlados de sudor, mirada huidiza, coloraciones amarillentas y tantos más. Incluso, el aspecto general juvenil o avejentado con el resultado de que parecer más viejo que la edad correspondiente, resultaría un indicador de mala salud. Aunque se puede criticar este ultimo método, tan subjetivo desde el punto de vista de su validez científica, algunas observaciones señalan su posible valor predictivo de supervivencia, a corto y largo término.

Esa mirada a la cara del prójimo nos revelará aspectos globales de la persona. Dato esencial para generar confianza al establecer un examen franco, desapasionado, despojado de prevenciones y erróneas intuiciones para validar ese otro dicho popular de que las apariencias no engañan.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad Las equívocas apariencias