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A la fuerza, nos estamos acostumbrando a contemplar unas imágenes televisivas desagradables, por lo que semejante actividad supone. De manera reiterada, fijamos la retina sobre enormes vertederos de basura, alrededor de los cuales se afanan funcionarios, con trajes aislantes de blanco inmaculado, pertrechados de maquinaria mientras remueven sucesivas capas del basurero en busca de pruebas de algún delito. Casi siempre se trata de obtener restos humanos sepultados, bien de manera accidental o, lo más habitual, como producto de actividades criminales. Y es que los vertederos pueden ser una formidable fuente de información. Con independencia de este cometido luctuoso señalado, hay quien se dedica –aunque parezca extraño y hasta sorprendente– al análisis científico y riguroso de las basuras, incluidas las aguas residuales. (Más chabacana resulta la anecdótica afición de los mitómanos declarados, de rebuscar entre los desperdicios de las estrellas hollywoodienses, en una actitud rayana en la patología del comportamiento). El estudio de las capas geológicas de las basuras reviste tintes de mayor enjundia y seriedad. Desechos, resultado de la actividad humana, de cuyas observaciones se derivan conocimientos indirectos, que nos permiten una comprensión cabal de los usos y costumbres peculiares de grupos sociales concretos. En estos trabajos, descubriendo la composición de las diferentes capas superpuestas de vertederos comunitarios, se pueden investigar hábitos de comida, economía, costumbres, conductas, e incluso peculiaridades un tanto exóticas, como el comportamiento sexual. Una actividad en la línea de hallazgos pioneros sobre yacimientos prehistóricos, cuando la búsqueda nos habla desde el pasado del tipo de alimentos que se consumían o de otras singularidades, como semillas, bebidas, plantas o rituales sagrados, fuente inestimable de información acerca de asentamientos humanos para conocer las rutinas y usos de los moradores de una determinada época. En esta observación rigurosa de la estratigrafía del basurero, pueden asimismo establecerse comparaciones entre diferentes comunidades y culturas, y reflejar los cambios acaecidos con el transcurso del tiempo.

Para garantizar la salubridad e higiene públicas, es esencial la necesidad de los colectores de basuras. Desde puntos de vista heterogéneos subyace en el sentir colectivo acertar con las imprescindibles medidas, para resolver la compleja disyuntiva entre el progreso –digamos, comodidades– de la civilización y los inevitables desechos derivados del actual modo de vida. En muchas cosas. Desde el irremplazable uso del automóvil, hasta la apabullante hegemonía del plástico en todos los órdenes. Es inevitable la carga de consecuencias secundarias, asociadas a las utilidades a las que nos hemos habituado y de las que no podemos –ni siquiera queremos– prescindir. Es una difícil ecuación por conjugar. Aspecto en el que cabe incluir el modo más adecuado de eliminar las excretas humanas, evitando que se propaguen enfermedades infecto contagiosas.

En las observaciones sobre los desechos se incluyen las aguas residuales. Con una bien asentada epidemiología que posibilita conocer aspectos sociales, cuando los vertidos van el sumidero. Podemos constatar la presencia de todo tipo de sustancias orgánicas, compuestos químicos para el cuidado personal y antibióticos. Y lo que suscita mayor interés: sustancias dopantes y drogas. En un reciente estudio europeo se abordaba esta cuestión, midiendo las cantidades excretadas en las aguas residuales de distintas ciudades del continente: derivados del cannabis y de la cocaína. Todo esto viene a sumarse a observaciones sobre el mismo sustrato, pero centradas en medir diferentes parámetros entre distintas zonas urbanas. En uno de tantos estudios se aprecia que, en las zonas de mayor nivel económico, se encuentran valores más elevados de cafeína, vitaminas, cítricos y fibra, que en áreas de menor poder económico y educativo, los cuales presentan niveles más elevados de analgésicos y antidepresivos. Se trata de un curioso método para establecer patrones sociales y demográficos, y conocer disparidades asociadas al consumo de productos o alimentos específicos. Los sistemas de recogida de residuos urbanos, plásticos, papel y la depuración de aguas residuales, ocupan un lugar fundamental en toda sociedad. Su correcta eliminación supone un reto para los responsables públicos. Pero tampoco hay que dejar en esas manos todo el cuidado de las cosas comunes. Debemos pensar qué podemos hacer cada uno por nuestro propio hábitat. Sirva de ejemplo la muy loable iniciativa de limpiar playas, mares y entornos periurbanos por voluntarios, últimamente en auge. No es tolerable contaminar tirando plásticos y papeles, dejando colillas sobre la arena o arrojando toda suerte de desperdicios donde se nos ocurra. Es imprescindible asumir, en nuestro fuero interno, ese grado de educación colectiva que acabe con el hábito de ensuciar, paso fundamental para alcanzar una verdadera y completa sociedad civilizada.

No esperamos menos de nosotros mismos.

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laverdad Lo que nos enseñan las basuras