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No deseo mostrarme apocalíptico, pero constato que, al tiempo que aumenta hasta límites insospechados la 'conectividad', esa capacidad del ser humano para relacionarse, especialmente a ... través de las redes, actividad que ha alcanzado cotas impensables de extensión, sofisticamiento e inmediatez, se está produciendo, paradójicamente, un daño irreparable y una regresión en la hondura y trascendencia de los mensajes.
Hace unos cuarenta años surgieron los emoticonos, formas creadas con signos de puntuación destinadas a enriquecer la comunicación escrita dotándola de connotaciones desenfadadas de alegría, enfado, tristeza... Veinte años más tarde, la masiva comunicación digital ha incorporado el código de los 'emojis'. Aunque los dos son en origen diferentes, suele usarse la primera denominación para ambos códigos de símbolos, cuya masiva presencia digital ha llevado a la Academia de la Lengua a dictar consejos para su uso y difusión. Los 'emojis', procedentes de Japón, de formas variadas y vivos colores, con un aumento creciente en su número y formas, son iconos que arrasan, especialmente en las conversaciones por guasap, llamadas 'chateos', una palabra que, a fuer de moderna, ha desplazado en su uso al término homónimo que designaba la costumbre social de beber 'chatos' de vino con los amigos en establecimientos, despreciados por muchos urbanitas, antaño denominadas tabernas.
Mucha gente cree que los emoticonos son una invención actual. Sin embargo, la historia, la arqueología y los textos escritos, dignísimas ciencias y artes en las que reside la necesaria e insustituible memoria, hoy preterida por quienes creen que todo está en Google, nos recuerdan que este modo de comunicación es tan antiguo como el ser humano, y que la andadura de los siglos ha permitido ensayar, adoptar y desechar invenciones gráficas, códigos, alfabetos y soportes diversos para la escritura, muy semejantes a los que hoy nos proponen las redes. Se está vertiendo vino nuevo en odres viejos, pero al contrario de lo que ocurre con el producto de la vid, que mejora su calidad en los cueros antiguos, las ideas que transmiten esos dibujos no alcanzan las cúspides maravillosas de belleza que pueden expresar las palabras.
Los emoticonos no son, pues, nada nuevo. Comunicarse por medio de dibujos estaba presente en las cuevas prehistóricas y lo sigue estando, como fórmula menor para mentes que están formándose, en cuadernos y cuentos para niños. Igualmente, y a manera de divertimento, continúan utilizándose en las charadas, acertijos, jeroglíficos y juegos de adivinanza de los periódicos. La sola novedad que poseen los 'emojis' es su nombre japonés: lo demás es un 'déjà vu' de escasas novedades, pues este código de cerca de mil novecientos dibujos del sistema Unicode es, hasta ahora, no una lengua sino solo un prontuario de formas y conceptos simples y unívocos que funciona por acumulación, no permite combinaciones para formar frases y carece de las normas gramaticales que le otorgarían un verdadero carácter de lengua en pie de igualdad con otras existentes.
Repaso este código infantil y me parece de una simpleza demoledora, a pesar de haber incorporado simpáticos símbolos como el de la paella, el bitcoin, el corazón partido, el huevo frito... Comunicarse con ellos significa aceptar la ausencia de tonos diferentes, la tosquedad de lo simple, el primitivismo más absoluto. Usamos el icono del llanto, una cara redonda con lágrimas. Pero el llanto puede albergar matices que enriquecen su significado (y que intentan reproducir infructuosamente las diferentes variaciones del dibujo). Se puede llorar con un sentimiento trágico, de risa, de nerviosismo... Hay lloros histéricos, de miedo, de melancolía, de rabia, connotaciones que solo pueden expresarse con palabras. Hacerlo con un icono es útil solamente para el juego y la perfolla mediática.
Sé que me lloverán leñazos verbales, admoniciones de algún apóstol de lo digital sin dudas ni fisuras en su creencia, de quienes, teniéndolo todo claro, están en el machadiano 'au dessus de la mêlée', pero uno no puede dejar de decir lo que piensa, aunque sea incómodo, pueda parecer desfasado o esté 'fuera de cobertura' de la corriente general y el pensamiento instalado.
Creo en el derecho a utilizar los emoticonos a conveniencia. Lo que propongo es un uso de las palabras libres y sin mediatizar, en un tiempo en que las prostituyen muchos políticos, los talibanes del odio y la mentira y los mercachifles del consumo ciego y sin medida. Creo que las palabras son el alma de los seres o, cuando menos, la vía que el espíritu, esa parte noble e íntima del ser humano, utiliza para dar cuenta de su existencia, para acceder al semejante, para denunciar el mal y las corruptelas, para cantar nanas a los niños, para declarar la amistad y el amor. Pretender expresar todo eso con 'emojis' es, además de imposible, un descenso de muchos escalones en el camino de la evolución y el progreso.
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