Secciones
Servicios
Destacamos
Adelanto que no comulgo con los escraches, de ninguno. Por eso encuentro curioso que Pablo Iglesias lloriquee ahora porque un centenar de personas le hayan hecho una cacerolada pacífica en su calle. Incluso ha dado a entender veladamente que sus huestes podrían espontáneamente hacer lo propio con los líderes de la derecha. Es curioso, repito, porque que Iglesias encontró justificación en los que sufrieron en casa o fuera de ella políticos del PP. Algunos rozando la violencia. Sus seguidores insultaron a Rosa Díez en la Universidad, algo muy poco democrático, acudieron al domicilio de la vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría, y el propio Iglesias, con esa pasión con que busca hacer titulares, soltó: «Los escraches son el jarabe democrático de los de abajo». Una idiotez total, de niñato demagogo, pero en lo que creía. Hay más frases en este tenor y no olvidemos que los paridores de Podemos, es decir los acampados en la Puerta del Sol madrileña en mayo del 2011, proclamaban por todas partes que la soberanía «no estaba en las Cortes sino en esa plaza madrileña». Frase, por fascista, que firmaría el propio Lenin. Otro fascista.
La ley del embudo es omnipresente y no solo en la conducta 'podemita'. Muchos comentaristas progres españoles se rasgaron las vestiduras cuando trascendió que Assange, el fundador de Wikileaks, que había publicado miles de telegramas secretos de las autoridades de Estados Unidos, era perseguido por la Justicia sueca y podía ser deportado a Washington para sufrir allí un segundo proceso. Los críticos olvidaban dos cosas: los suecos lo querían juzgar por dos delitos sexuales, no por publicar los documentos reservados, y sus revelaciones sobre el Gobierno americano habían permitido descubrir diversas trapacerías de Washington (sin olvidar algunas bobadas de gobiernos amigos, entre ellos el de Zapatero), pero su destape –loable desde un punto de vista, condenable desde otro– era punible en muchos países del mundo. Esto se pasaba por alto. Para mucho progre todo es bueno si se puede desprestigiar a Estados Unidos.
Ahora tenemos en España otro caso de revelación de trapacerías completamente delictivas. La UGT andaluza ha sido condenada por cambalaches tipificados en el Código Penal empleando un entramado concienzudo de facturas falsas y alquileres ficticios tendentes a «utilizar ilegalmente» fondos públicos. Es una repetición de los ERE que azotaron Andalucía en la época de la Junta socialista. El juez ha impuesto al sindicato cercano al PSOE una fianza de 40 millones de euros y veremos lo que les ocurre a varios de los dirigentes sindicales, Francisco Sevilla, Dolores Sánchez y otros. Ahora bien, el que tiró de la manta, Roberto Macías, un empleado del sindicato al que, al parecer, se le revolvían las tripas al ver las reiteradas fechorías de sus jefes, ha sido condenado a dos años de cárcel por revelación de secretos sobre este presunto amaño de facturas del sindicato. No acabo de entender por qué Assange es canonizable y se pregona que en ningún caso debe ser condenado a nada y, sin embargo, no haya ni protestas ni interrogantes sobre la condena a una persona que destapó barbaridades penosas de nada menos que de un sindicato progresista cuyos dirigentes ya han cometido otras, Asturias, etc...
Veamos el acoso sexual. Es rotundamente censurable y, en los casos comprobados, claramente punible. Así ha ocurrido en Estados Unidos al gran productor cinematográfico Weinstein, al que le han caído varios años por su conducta penosa y reincidente. Condena normal, como las sanciones adoptadas contra otros, y ha sido requerida y aplaudida por gente de derecha e izquierda. Sin embargo, ahora surge la especie de que Biden, adversario de Trump en la carrera presidencial dentro cinco meses, también tuvo un desliz acosador con una colaboradora hace unos 20 años. Ella, Tara Reade, lo ha contado en la tele. Yo votaría por Biden, si pudiera, en las elecciones del 5 de noviembre, es un buen candidato, pero me extraña que el partido demócrata y abundantes comentaristas, sobre todo de la progresía, hayan pasado página rápidamente y rehusan discutir el 'caso Reade' por si le quita votos demócrata.
Y terminemos con el sepelio de Anguita. Un político honesto y coherente cuyo cadáver, envuelto en la bandera comunista, hace un par de días fue acompañado por centenares de personas. Las autoridades se olvidaron de la distancia de seguridad. Muchos comentaristas lo consideraron normal. ¿ Hubieran reaccionado igual si el fallecido fuera Manuel Fraga –otro político honesto, se fue también sin un duro, gran cabeza– si sus exequias hubieran ocurrido con la misma asistencia de público aunque muchos abuelos españoles hayan sido forzosamente enterrados rodeados de cuatro gatos o de ninguno? Lo dudo.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.