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Las deserciones masivas que vienen produciéndose durante las últimas semanas en el ejército ruso, en los campos de batalla donde transcurre la guerra ruso-ucraniana ... que a todo el mundo tiene en vilo a causa del destrozo y la crueldad que ofrecen los medios de comunicación, y de los efectos tangenciales que provoca en el resto de países, cercanos y lejanos, al lugar del conflicto, viene a recordar otras deserciones más cercanas. Fueron las vividas tras las levas de soldados murcianos que periódicamente se llevaban a cabo en los pueblos y ciudades de la Región, para alimentar el ejército republicano, durante la guerra civil de 1936-39, dado que esta tierra nuestra estuvo ubicada en la entonces denominada 'zona roja' durante la contienda que vivieron y sufrieron nuestros mayores.
Se dio el caso, con relativa frecuencia, de que cuando estas levas iban a producirse, algunos, o muchos jóvenes en edad militar, a quienes poco o nada importaba el conflicto, y además carecían de motivación alguna para ir a la guerra, huyeron a zonas montuosas, donde se refugiaron durante todo el período bélico. Periódicamente, como sus nombres eran conocidos por las relaciones facilitadas por los ayuntamientos al Ejército, estos eran buscados, primero en sus propios domicilios donde, naturalmente, sus esposas y madres negaban la deserción, afirmando con firmeza que sus maridos o hijos se encontraban en el frente. A los grupos de inspección y captura de prófugos se les conocía popularmente como 'los tíos del lazo', quienes maltrataban física y psíquicamente a las moradoras de las casas, llegando a veces a la violencia y practicando duras palizas para que aquellas confesaran el lugar donde se encontraban los hombres.
Muchos de los prófugos se escondieron en sus propios domicilios, en armarios, altillos, almacenes inhóspitos y lugares que la imaginación y el miedo les permitieron encontrar. Otros optaron por 'echarse al monte', sobre todo en aldeas del campo y de las zonas serranas del interior de la Región. Se les conoció como 'los emboscaos' (emboscados), conocedores, por ser cazadores o pastores, de lugares de difícil acceso donde esconderse, estableciéndose guardias de vigilancia entre ellos, que avisaban de la posible presencia de sus captores.
Por las noches, cuando no había aviso de presencia de los 'tíos del lazo', y la luna se encontraba en sus fases más oscuras, algunos de ellos bajaban a sus casas 'con el miedo metido en el cuerpo', arriesgándose a denuncias y delaciones de vecinos, para cambiarse de ropa, cenar caliente y gozar de intimidades con las esposas. Era frecuente encontrarlos en grupos, envueltos en mantas durante el invierno, con la escopeta de caza al hombro para una inútil defensa en caso de necesidad.
Así transcurrió el período bélico para quienes no quisieron ir a la guerra, o desertaron del frente, por miedo o por propias convicciones de no matar a quienes nada les habían hecho. Se dieron casos anecdóticos que circularon de boca en boca de las gentes hasta años después de la conclusión del conflicto. Uno de ellos se refería al individuo que, oculto en la soledad de su casa, con una bien pertrechada despensa, salió a la calle, aún con el miedo en el cuerpo, dos años después de haber concluido la guerra, sin saber que ya había paz y nada había de temer.
Mucho se habló de los 'emboscaos' durante años, quienes también sufrieron, de otra manera, los desastres de la guerra. Y también de los 'tíos del lazo', por su ferocidad con las mujeres; extraídos de grupos sociales de baja catadura, expresidiarios y criminales confesos, llegados de 'fuera' con poder, armas y promesas económicas por sus capturas. Su éxito consistía en encontrar desertores utilizando para ello las prácticas más deplorables que se puedan imaginar, conduciéndolos posteriormente al frente. Y ello no con argumentos sensatos, sino con violencia física e incluso con el asesinato ejemplar y público, en el caso de resistencia por parte del desertor.
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