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El bueno de Genovés no ha podido resistir, a punto de cumplir sus noventa años, que la gente no se abrace. Él, que inmortalizó un famoso 'Abrazo' (1976), símbolo de la convivencia social y política entre los españoles, se negó a aguantar más este disparatado mundo que nos deja la pandemia que vivimos. A pesar de que sus intenciones fueron muy distintas recién abierto el camino hacia la democracia, el cuadro, y sus innumerables variantes que poblaron el país desde entonces, es un verdadero icono de muchas generaciones. La mía entre ellas. Y poco, por no decir nada, de las nuevas, que se mueven entre el garrotazo goyesco y la pasividad de aquel perrillo, también goyesco, que se hunde sin saber cómo ni por qué.
Con el abrazo se nos va la muestra de cariño más sincera que hemos sentido los humanos desde que el mundo es mundo, con alguna excepción procedente de países orientales. Más allá del beso, que supone otro tipo de implicaciones, el abrazo ha encerrado siempre una pluralidad de significados, a cuál más admirable. «Acercaos, hijas, al padre, y dejadme abrazar ese cuerpo», les dice Edipo a Antígona e Ismene, que llegan a él en su destierro. Nada más hermoso que el abrazo del padre a los hijos. A pesar de que Sempronio sentencie con un «quien mucho abraza, poco suele apretar», en 'La Celestina' quedan claras las intenciones amatorias de Calisto plasmadas en sus abrazos. Nada más sublime que los que se dan los enamorados. Pero también el abrazo encierra otros motivos más funcionales. Me refiero, por ejemplo, al de Espartero, general isabelino, y Maroto, representante de don Carlos, el 31 de agosto de 1839 en la ciudad guipuzcoana de Vergara (Bergara en euskera, para llevar la contraria), quedando así plasmado el fin de la Primera guerra carlista. Eran tiempos en los que las contiendas bélicas se cerraban a la manera romántica, no como cien años después: suicidio de Hitler y fusilamiento de Mussolini.
En cualquier caso, abrazar es, según la RAE, en su primera acepción, «ceñir o rodear algo o a alguien con los brazos, especialmente como muestra de afecto o cariño», acción que no podemos hacer desde hace más de dos meses por aquello del virus y de sus contagios. Una de las muchas cosas que van a cambiar o están cambiando en estos días es, sin duda, la manera de expresar las muestra de cariño. Un desastre. Algo habrá que inventar, porque lo de darse el codo es una solemne tontería; y decir 'date por abrazado', es como una patada en semejante sitio. No. Los hombres y las mujeres, niños y viejos, grandes y pequeños, blancos y negros, feos y guapos, gordos y flacos, altos y bajos, todos (y todas) necesitamos expresar nuestros sentimientos. Y, de momento, no conozco otra manera más eficaz que el abrazo. De hecho, no solo es una acción física natural, sino que pasó a ser una norma de cortesía de acogida o despedida. Hasta las cartas, ahora los email, suelen terminar con un abrazo de quien escribe.
¿Querrá eso decir que, tras la desescalada, no habrá abrazos, ni adioses cariñosos, ni siquiera roces más o menos intencionados? ¿Querrá decir que los padres no podrán abrazar a sus hijos, ni los abuelos a sus nietos, ni los tíos a los sobrinos, ni los novios a sus novias, ni los compañeros a sus compañeras, ni los anfitriones a sus huéspedes? ¡Vamos, anda!
El detalle del abrazo no deja de ser un rasgo más de este mundo inhumano que se nos presenta. Médicos sin pacientes, maestros sin alumnos, funcionarios sin ventanillas, actores sin público, futbolistas sin espectadores, museos virtuales, dinero de plástico, venecias sin ti (que cantaba Aznavour)... Un desastre. De la misma manera que nos sorprende ver hoy a Bogart o a Sinatra fumando como carreteros en películas de hace apenas cuarenta años, nuestros descendientes se sorprenderán cuando, dentro de bastante menos, vean videos caseros de cuando el abuelo besaba a la abuela, o el nene abrazaba al tito. No es broma. Algunos de mis amigos actores me cuentan que, cuando se disponen a reanudar el rodaje de series interrumpidas por el confinamiento, les han cambiado los guiones que tenían de antes, suprimiendo escenas de besos y abrazos. A partir de ahora, veremos con mucha más devoción el final de aquellas películas en las que los protagonistas se besaban con pasión antes de salir el 'The End'.
De ahí que Genovés, el gran Genovés, haya sido incapaz de vivir en un mundo sin abrazos.
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