Borrar

Eliminación de libros

En contra de lo que decía el antiguo adagio, el saber sí ocupa lugar

Lunes, 24 de febrero 2020, 08:51

Las bibliotecas personales de quienes aman los libros porque los leen y se impregnan de su espíritu se han visto incrementadas debido a circunstancias que hubieran sido impensables en épocas pasadas. Porque, en contra de lo que decía el antiguo adagio, el saber sí ocupa lugar. Esa proliferación ha convertido la posesión de una biblioteca propia de cierta entidad en un problema doméstico.

Hoy la facilidad de editar ha multiplicado el número de libros, lo que se contradice con el hecho de que las librerías tradicionales que aún no han cerrado tienen que acogerse a la venta de productos inimaginables para sobrevivir. Resulta, además, una aventura incierta la que emprenden algunos románticos soñadores cuando, en lugar de abrir un bar de copas, que es lo moderno, se les ocurre instalar una librería o crear una editorial. Recuerdo en Murcia la muy estimable y desaparecida Incunae, y, en Granada, una librería de la plaza de Los Lobos en la que presenté mi primera obra de la mano del poeta Antonio Carvajal. Había sido creada por unos amigos de mis hijos, entonces estudiantes, con el dinero de un premio de la lotería. Supe después que, tras un tiempo de incertidumbres y fracasos, tuvieron que cerrarla.

Por otro lado, la abundancia con que ayuntamientos, diputaciones y otros organismos han editado con dinero público, como medio de prestigio cultural, volúmenes carísimos carentes de interés que se entregaban gratis solo por asistir a su presentación, y destinados a lucir en el salón de una burguesía paradójicamente muy poco amante de la lectura; la realidad de que periódicos y revistas regalan o venden a bajo precio libros con frecuencia clásicos han provocado un cambio en la consideración de este objeto cultural. Circunstancias todas que han hecho posible la existencia de enormes bibliotecas particulares que invaden espacios en los lugares más impensables de la casa, ocupando altillos, bajos de camas, trasteros y sótanos, y hasta estanterías improvisadas en los cuartos de baño, con lo que, llegado el momento, hay que despejarlos para poder vivir con cierta holgura, por lo que se recurre a diversos métodos para deshacerse de ellos. Uno es tirarlos directamente a un contenedor, como suele suceder con bibliotecas heredadas, que, de pronto se convierten en un problema para los sucesores, pues toda biblioteca personal es un proyecto que no siempre es asumido por los descendientes.

Un libro que no se difunde en periódicos y redes tiene difícil supervivencia, salvo que sea tan bueno que se venda a través del boca a boca El célebre 'book crossing' parece en desuso

Muchos autores envían sus obras a críticos y periodistas para conseguir reseñas o citas en los medios. Un libro que no se difunde en periódicos y redes tiene difícil supervivencia, salvo que sea tan bueno que se venda a través del boca a boca (me sucedió con 'La sombra del viento', de Ruiz Zafón, que adquirí tras observar a varias personas enfrascadas en él en metros y autobuses). Muchos de esos libros firmados aparecen misteriosamente en las trastiendas de las librerías de saldo, con un aspecto desolador y ajado muy lejano de la prestancia y el brillo originales, como comprobé personalmente en la sala de una célebre librería de segunda mano de la calle Canuda, en Barcelona, donde se acumulaban cientos de libros de poesía, bastantes de ellos dedicados por sus autores.

Otra solución consiste en regalarlos a organizaciones beneméritas que acepten donaciones de librería, que posteriormente se venden en el mismo lugar. Así, estos ejemplares conocen una segunda vida, y tal vez alguno de sus posteriores poseedores se quede con ellos para siempre. Conozco dos que aceptan libros: Traperos de Emaús, en Murcia, y la Asociación contra el Cáncer, de Lorca. El problema es que los lectores inficionados por el benéfico virus de la lectura donamos una bolsa y regresamos a casa con el equivalente a dos o tres, con lo que no hay manera de adelgazar la propia biblioteca. También pueden legarse a una biblioteca pública o un archivo municipal, con un destino incierto, pues cada vez son menos las personas interesadas en la lectura de obras literarias, a pesar de ciertos elogiables proyectos culturales como los clubes de lectura que se promocionan en algunas bibliotecas e incluso universidades.

Una costumbre que alargaba la vida útil de los libros y que parece en desuso es el en un tiempo célebre 'book crossing'. Consistía en 'liberar' un volumen de nuestra predilección, una vez leído, en un lugar público con el fin de que otro apasionado de los libros lo recogiera, y, tras leerlo, volviese a ponerlo en circulación a la espera de un nuevo y amante lector que continuara la cadena. No sé si aún se practica. Tengo la impresión, posiblemente equivocada, de que se trató de una de esas modas que llegaron para quedar bien como sociedad culta, guay y solidaria con las buenas causas, pero que se extinguió cuando los periódicos dejaron de hablar de ella.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad Eliminación de libros