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El reciente llamamiento de Donald Trump nada menos que a «liberar» a Marine Le Pen de la «caza de brujas» a la que asegura que ... la somete la Justicia francesa sirve a un propósito: que los electores galos perciban como una persecución política la condena penal a la líder de Reagrupación Nacional (RN) por malversación de fondos públicos. La internacional ultraderechista no escatima esfuerzos estos días para tratar de revertir la inhabilitación para aspirar a la presidencia de Francia en 2027 que incluye la sentencia y es obligatoria según la ley del país. Junto a Trump se aplican a la tarea el Kremlin, el húngaro Viktor Orbán –«Je suis Marine», escribió en la red X– o el italiano Matteo Salvini, entre otras figuras del espectro ultra, ansiosas por aprovechar la crisis de desafección hacia la clase política para conseguir sentar a su correligionaria en el Elíseo. En el corazón de la Europa democrática.
Pueden conseguirlo. El presidente de EE UU llegó por segunda vez a la Casa Blanca con su historial de bancarrotas, acusaciones de agresión sexual y una condena por 34 delitos graves. Basta con arrastrar, con todas las artes posibles, a una mayoría de votantes dispuestos a perdonar algunas 'transgresiones' del candidato que promete convertirse en 'la voz del pueblo'. Y esforzarse en descalificar al tribunal que sentenció a Le Pen, hasta el punto de que sus miembros necesitan protección policial por amenazas de muerte. La intimidación es tan efectiva que la Corte de Apelación anuncia su decisión para el verano de 2026, a tiempo de que «la favorita», según sus aliados, dispute la presidencia el año siguiente.
La probada apropiación indebida de 4 millones de dinero europeo para pagar a asistentes del partido en su país tiene que evaporarse, como los esfuerzos por dilatar el proceso hasta doce años. La malversación distorsionó el juego democrático y favoreció que RN ganara influencia y avanzara en su proceso de blanqueo. Marine Le Pen no es una víctima, conserva el altavoz de su escaño, se expresa con libertad y representa a sus electores. La manifestación a la que ha llamado hoy en París medirá la temperatura de una ciudadanía que, según sondeos, piensa en un 65% que la condena fue justa. Una preocupación para la dirigente extremista si al final aspira a la más alta magistratura y, una vez más, tiene que convencer a los indecisos en segunda vuelta. Sus responsabilidades penales le saldrán de nuevo al paso.
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