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Ecocidio

Quiero traer hoy a colación el verbo latino 'occido', matar, que ha seguido una evolución preocupante

Lunes, 30 de diciembre 2019, 08:35

Uno de los grandes hallazgos de la construcción del lenguaje reside en el hecho de que con un elemento inamovible, sea prefijo o sufijo, y la añadidura de otras palabras puede formarse una ingente cantidad de nuevos términos, en este caso compuestos. Véase, como muestra, el prefijo 'ex', con el que el habla construye muchas de las voces que nos tienen entretenidos estos días en que la Justicia convierte a personajes poderosos e influyentes del panorama social en seres que ya no representan nada ni a nadie y que directamente pasan a convertirse en presos, inculpados, testigos, defenestrados o perseguidos por causa de sus ambiciones desmedidas: repárese en los numerosos y lamentables casos de expresidentes, exconsejeros, exalcaldes, exconcejales, exdirectores generales, exministros, que pueblan las páginas de sucesos en la prensa y las pantallas de la crónica negra en las televisiones.

El caso máximo de economía lingüística, es decir, la posibilidad de expresar el mayor número de ideas con el mínimo de palabras, lo constituye la oración gramatical, que con solo tres elementos, sujeto, verbo y predicado, y cambiando las palabras que encarnan cada uno de ellos, puede dar lugar a centenares y miles de frases diferentes.

Quiero traer hoy a colación el verbo latino 'occido', matar, que ha seguido una evolución preocupante (y no me refiero a la propia palabra, que es inocente de su significado negativo), por causa de los alarmantes hechos que señala. Como sufijo de palabras cultas, generalmente de procedencia latina, formó una serie de sustantivos, entre los que pueden señalarse 'homicidio', 'infanticidio', 'fratricidio', 'deicidio', 'parricidio' y, últimamente, con motivo de la concienciación social sobre las muertes de mujeres por violencia doméstica, 'feminicidio', también conocido por la denominación abreviada de 'femicidio'. En todos estos casos se trata de palabras que expresan genéricamente un hecho. La muerte provocada de la propia esposa, por ejemplo, se califica de 'uxoricidio'. Cuando el término pretende incidir en la persona causante de la muerte, el sufijo pasa a ser 'cida', como ocurre en 'tiranicida' o 'regicida'.

Decía que el término ha evolucionado de manera preocupante porque ha ido variando su carácter individual y negativo para remitir a hechos de alcance general, por lo que la acción de matar adquiere una mayor trascendencia. Así, 'genocidio' alude al exterminio por los Estados de grandes masas de población a las que se odia por causas religiosas, raciales, por ambiciones económicas de Estados opresores o colonialistas o por cualesquiera otras razones. El último 'genocidio' conocido es el de los 'rohinyá', musulmanes birmanos masacrados por odios ancestrales de la mayoría budista en su país. Pero la historia moderna ofrece casos igualmente espantables, el armenio de comienzos del siglo XX, el de los más de seis millones de judíos masacrados por los nazis alemanes en los años cuarenta, la aniquilación del setenta y cinco por ciento de los 'hutus' a manos de los 'tutsis' en la Ruanda de 1974, o el perpetrado por el rey belga Leopoldo II a fines del XIX y principios del XX contra los nativos del Congo. Los belgas, o su Gobierno, digo, tan exquisitos con los derechos humanos, tan de cogérsela con papel de fumar que amparan y protegen al huido Puigdemont como a un 'perseguido político', como si en España todavía gobernara el general Franco.

No paran ahí los 'servicios' que la palabra presta a la constatación de la barbarie, algo que suele aplicarse a épocas pretéritas, pero que sin embargo posee una palpitante actualidad. De matar a personas se ha pasado a eliminar indiscriminadamente la fauna natural, tan necesaria para el equilibrio del medio ambiente. Algunos 'insecticidas' matan, teóricamente, los insectos perjudiciales para la vida doméstica o la agricultura, pero ocurre que, de paso, eliminan insectos altamente beneficiosos. Compruébese cómo alrededor de las masivas plantaciones agrícolas que arrinconan al pequeño cultivo no se oye piar a los pájaros ni zumbar a las abejas, no hay topillos, ni escarabajos peloteros, ni luciérnagas por la noche, ni mariposas, ni hormigas... Recuerdo en mi infancia cómo se pulverizaba en el comedor, con la comida ya servida en los platos, aquel 'maravilloso' y 'revolucionario' adelanto del DDT con un aparato del 'flit' que liquidaba las molestas y pegajosas moscas. Hoy sabemos que el DDT es un veneno mortífero que hemos estado ingiriendo durante años con los alimentos en la creencia de que era uno de los beneficiosos avances de un progreso que hacía más cómoda nuestra vida.

La última aplicación (no electrónica, por Dios) del verbo 'occido' posee alcance planetario en el neologismo 'ecocidio', que alude directamente a la destrucción masiva de extensos territorios del mundo natural (verbigracia el Mar Menor), por los excesos que se cometen contra ellos. Cuando se cumpla el vaticinio que la palabra anuncia, no necesitaremos usarla porque estaremos todos muertos o de regreso a las cavernas.

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