Dormir desnudo

Si durmiera desnudo sentiría que me falta algo, y sé qué es pero no es la ropa: me falto yo, como me ocurriría si de pronto rompiera a bailar. Sería otra persona que no soy, contraria a mi naturaleza. Dios me mira en todo instante y aunque a Dios le dé igual, me jodería su omnipresencia mientras duermo desnudo, como me fastidia que alguien me mire por encima del hombro mientras estoy escribiendo. También Dios.

Nunca he dormido desnudo, ni siquiera en el más asfixiante de los veranos, y de día y en público solo intenté buscar esa presunta 'sensación de libertad' de bañarme sin nada en la playa en un par de ocasiones, sin éxito. No encontré sensación alguna en que mi cimbel cortara graciosamente las olas como la aleta de un escualo. ¿Sensación de libertad? Siento mucha más libertad con tres cervezas en el cuerpo y diciendo lo que me da la gana, con mi proverbial mala boca. Todo el mundo se ha quejado de que verme preparado para ir a la cama es un 'let down', un bajón, pero esa cosa de 'sentir la piel' ha hecho tanto daño al imaginario colectivo como las películas porno. La libertad ya la llevo yo por dentro y el sexo es un estado mental, no esa 'vieja ceremonia' sudorosa a la que cantaba Leonard Cohen. Debería bastar con bajarse la cremallera, sobre todo en invierno. Si la 'vieja ceremonia' en invierno no admite incluso, por qué no, una capucha y una bufanda al cuello es que definitivamente el sexo se ha hecho pura sociedad de la imagen y convertido en un puro deporte. Que puede ser tan poco emocionante como el cricket a la hora de la siesta.

Sé que se considera ridículo a un hombre que se deja los calcetines puestos en determinadas situaciones (soy de esos), y estoy de acuerdo: creo que la imagen mejoraría bastante si se dejara en su sitio el resto del traje. Para dormir desnudo tienes que creértelo, como para llevar pajarita. Si no, no eres más que un producto de estos tiempos que ha oído en la tele que eso es salutífero y te hace la leche de libre.