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El héroe es aquel que elige su destino. La víctima sufre las consecuencias de algo sobrevenido. El primero es gestor único de su decisión, el segundo es sufriente pasivo. Llevar con dignidad los efectos de una pandemia no se parece en nada a un acto de heroicidad. En todo caso, se trata de civismo, al cumplir por responsabilidad el confinamiento impuesto; de estoicismo al soportar con paciencia la convivencia 24/7 en 60 metros cuadrados; de vocación, profesionalidad y, bueno también, valentía al atender a los pacientes a pesar de la falta de medios. Elevarnos a la categoría de héroes es una forma cínica de compartir responsabilidades. Es una trampa de timador zalamero: sabes que en sus elogios exagerados trata de camuflar el engaño en proceso.
Dice mi hijo que Hulk no se pelea con las personas, que solo le pega a los malos. Claro, los malos no son personas, son sujetos que sirven de fondo para ambientar una historia. Al parecer, también hay generaciones de personas que resultan útiles como figurantes en las narrativas que ordenan la realidad. Estos días se habla de la mejor generación para contextualizar el horror de la muerte de personas mayores en residencias. Y para explicar por qué son la mejor generación de la historia de España se alude a la ejemplaridad con la que han aguantado una mala vida. Se dice que son la mejor generación por haber pasado una posguerra, haber trabajado sin descanso (3, 4, 5 trabajos si hacía falta para sacar una familia adelante, decían el otro día en la radio), porque «hicieron una transición ejemplar a la democracia», por haberse resignado a las crisis, por haber criado a los nietos como si fueran hijos. Un argumento que vincula precariedad y (de nuevo) heroicidad. Lo cierto es que, robando las ideas de Bauman, la generación de nuestros mayores fue sobre todo una «sociedad de productores» mientras que la nuestra se parece más a una «comunidad de consumidores». Somos nuevos ricos hechos-a-sí-mismos que reniegan de sus raíces.
Ha nacido el 'homo rider'. Bueno, surgió hace ya tiempo. Y tonteando con la definición de Carnelutti sobre el convenio colectivo (a saber, un híbrido con cuerpo de contrato y fuerza de ley), el 'homo rider' se me antoja un precario con pretensiones de emprendedor. Una malformación irónica de la lógica del 'yo no soy tonto'; un 'homo economicus' maniatado que desconoce, o no quiere admitir, su precariedad porque su actividad es ya su identidad; un engrudo hecho de 'mcdonalización' del empleo, préstamos para estudiar un máster, tarifa plana de autónomo, inmigración, 'hacerse a sí mismo como fin en sí mismo' y cualquier ingrediente más que se nos ocurra. Uno no sabe si al hacerle un pedido le ayuda a sobrevivir o contribuye a la consolidación de su precariedad. A las dos cosas, claro. A mí, de momento, me da vergüenza pedirle 'recaos' a nadie.
La publicidad se adapta a la situación de encierro de los consumidores. Bebidas energéticas hechas para mejorar nuestro rendimiento al aire libre proponen ahora sus beneficios durante las videollamadas de trabajo; viajes virtuales que mejoran la experiencia real. Por supuesto, universidades 'online'. Cada vez que abro el navegador me saltan plazos de matrícula. La semana pasada contactaron conmigo para ofrecerme trabajo en una de ellas, sus condiciones muy pronto invitaban a rechazar la oferta: exclusividad, generar tres temas a las semana, mil quinientos al mes a los que debía descontarle el darme de alta como (falso) autónomo. Sí, precarización en el sector servicios, en todos los servicios. Ninguneo y mercancía.
Desde una descripción etic, es decir, a los ojos del explorador o del académico, de aquel que desea comprender un fenómeno social que le resulta ajeno, parecería que todos aprovechamos el encierro para aprender habilidades pendientes, leer libros (en plural), mejorar ese proyecto de ser mejor persona cuando todo esto acabe. Un sondeo emic, esto es, lo que la gente dice que hace cuando le preguntas, me indica más bien que estamos ya con empacho de aplausos y resistencia. No sé por qué se empeñan en vendernos 'discursos etic'; hacernos creer que estamos experimentando algo diferente de lo que realmente está ocurriendo en nuestras casas.
No entiendo el titular en abstracto que dice que «después de esto seremos mejores personas». No juego a hacerme el descreído pero, ¿en qué seremos mejores? Estamos resignados, no en mitad de una catarsis, y solo la coerción nos impide saltarnos las reglas y conserva esta apariencia de pretendida mejora en proceso. Un adulto que exprese esto solo puede ser un cínico que toma a quien le escucha por ingenuo, o un ingenuo en sí mismo al creerse su 'boutade'.
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