![Diario de escritura (XXVII)](https://s1.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/201911/03/media/cortadas/143566649--1248x1250.jpg)
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Te ponen un segundo pinchazo de Urbason. Te sigue picando todo el cuerpo y cada vez tienes más granos.
Por la tarde, en el taller de escritura, habláis sobre los diálogos. Es el tema que más disfrutas. También sobre el que más has aprendido enseñando.
Llegas en un minuto a casa y continúas viendo 'La guerra de los mundos'. Es mala a más no poder, pero has decidido terminarla.
Te desvelas a medianoche. Un pensamiento extraño llega. Una sensación de placidez interrumpida por el miedo. Últimamente lo sientes a lo lejos. El miedo por que suceda algo que te lo arrebate todo. Es una especie de complejo de culpa. No poder experimentar del todo la felicidad. En el último mes tu hipocondría ha ido a peor. No quieres morirte ahora.
Tal vez sea que adviertes que has comenzado otra vida. La otra mitad de la vida que, con suerte, te queda por vivir. Piensas de nuevo en el título del libro de Theodor Kallifatides que sigues leyendo estos días. 'Otra vida por vivir'. Y tiene sentido. Piensas también en que esta nueva vida necesita nuevas rutinas. Y debes comenzar a crearlas. Hay en el barrio un herbolario en el que ofertan clases de meditación. Lo necesitas para frenar el tiempo.
Llegan temprano a poner la calefacción en casa. Los tubos del gas natural. Ahora que se había ido el polvo de la reforma, regresa el caos a la casa. En media hora, todo está patas arriba.
Clase sobre Riegl y la historia del arte formalista. Estás espeso. Las dos horas se te hacen eternas y no te encuentras a gusto.
Más granos en el cuerpo. Ahora comienzan a subir hasta el cuello.
Clase sobre la vida de las formas. En esta sí que te reconoces. No es posible encadenar dos clases malas.
Al llegar a casa, los instaladores del gas lo tienen todo removido. Hacen agujeros donde no deben. Son tres, pero están en seis sitios a la vez. No hay un solo sitio en el que poder descansar. Está todo revuelto.
Estás quemado por dentro y por fuera. La piel te hierve. Y los granos vuelven con más violencia. Tienes que irte al despacho de la universidad por la tarde porque no aguantas el desbarajuste.
Allí terminas de leer los cuentos para el CreaMurcia y respondes 'mails' atrasados.
Después, club de lectura en la Biblioteca José Saramago. Más de dos horas y media charlando sobre el libro que se pasan volando. Estás tan a gusto que se te olvidan los picores.
En un rincón de la casa -el sofá, lo único que aún sobrevive al desastre-, terminas de leer 'Las lealtades', la última novela de Delphine de Vigan. Sientes que se queda a medio. Sobre todo, te decepciona el final, demasiado abrupto. Desde luego, no está a la altura de sus dos libros anteriores. Aun así, la has disfrutado mucho y te han resurgido las ganas de escribir. Tiene Delphine frases y párrafos que ya valen por sí solos.
Toda la mañana en los medios la exhumación de Franco. Piensas en la oportunidad perdida por algunos partidos. Nadie debería quedarse al margen. Todos deberían sumarse y ponerse de acuerdo en esto. Es un gesto. Una metáfora. Justicia histórica. Una manera de que, como escribía Benjamin, «el enemigo deje de vencer».
Después, comes con Marta. Casi tres meses después.
Llegas justo a la clase del taller de escritura. También te ves suelto esta tarde. Sin apenas tiempo, te vistes rápido y te acercas a la cena secreta que han organizado en Estrella de Levante. Yayo te ha invitado y tú no sabes decir que no. El 'dress code' de la cena es el festival Burning Man, entre Mad Max y el steampunk. Evidentemente no tienes nada de eso. Te vistes de negro, te pones un pañuelo al cuelo y las botas de nieve. De camino hacia la cena, eres consciente de que no vas a pegar nada.
Llegas el último y ves que hay gente vestida para la ocasión. Afortunadamente, también hay otra que se lo ha tomado menos en serio. La experiencia es intensa: en uno de los almacenes de Estrella, con las máquinas al fondo, mientras suena la música y sirven la cena. ¡Qué cosas pasan en Murcia!, no cesas de decir.
Después, la noche se alarga. En el Ocio os encontráis a más amigos. Estás a gusto. Pero te pica todo y quisieras arrancarte la piel.
Habías pensado dormir por la mañana para estar fresco por la noche, pero a las ocho y media llega un repartidor y ya no te puedes volver a dormir.
El cuerpo te pica cada vez más. Tienes granos entre los dedos y hasta en los empeines. Es una quemazón insoportable. Cuanto más te rascas más te quema.
Por la tarde, encuentro de autores de Fórcola en La Montaña Mágica. Allí os encontráis con lectores y amigos. Es una velada agradable, aunque tú estás en otro lugar. En la siesta que no has podido dormir y en la posibilidad de rascarte con una cuchilla todo el cuerpo. Se te nota cuando hablas. También después en la cerveza con Diego y María Luisa. Y posteriormente en la cena con Leo, Javier y Amelia. Es divertidísima, pero tú no estás. En un momento entras al baño y ves que ya está todo rojo e irritado.
Volvéis a Murcia y te acercas con Leo al BUM. Ya vais los últimos, pero al menos algo podréis ver. Tú, sin embargo, no estás cómodo y dices que no aguantarás demasiado. El alcohol no es bueno para eso que tienes, dice Leo, pero es lo único que te lo va a calmar. Al menos, así no sentirás nada. Sabes que es un disparate, pero le haces caso. Tras los primeros whiskies el picor desaparece y rápidamente te animas. En el Musik te encuentras con todos. De nuevo, Murcia es una fiesta. Disfrutas viendo pinchar a Don Flúor. Sabe encontrar el momento perfecto, como si apreciara algo intangible que todos perciben. Esa es la clave del gran DJ. No solo técnica y conocimiento, sino también emoción. Saber qué es lo que la gente quiere escuchar antes de que ellos lo sepan. Conectar con el público. Adelantarse.
Quisieras seguir hasta el final. Porque ya no te pica nada. Pero en un momento de lucidez decides retirarte. Ya intuyes lo que viene después.
Te levantas sin resaca, pero repleto de granos y pústulas. La quemazón es insoportable y tienes que acercarte a urgencias. Otro pinchazo de Urbason y parece que algo remite.
Por la noche veis 'Mientras dure la guerra'. Correcta, sin más. Lo que sí te enamora es poder ir andando al cine y volver a casa en menos de diez minutos.
Antes de acostarte lees de un tirón 'Los lagos de Norteamérica', el último poemario de José Daniel Espejo. Tienes que respirar entre poema y poema. Es un libro que atraviesa el alma. Un libro bello y doloroso. Por el libro en sí y por todo lo que ha venido después. Hacía mucho tiempo que un poemario no te atravesaba de ese modo. Tal vez 'El hundimiento', de Manuel Vilas, te tocó tanto como lo ha hecho este libro. Te duermes con los ojos humedecidos y un nudo en la garganta que no se desata en toda la noche.
Por la mañana te vuelven a pinchar. Parece que estás algo mejor. Después, intentas resituar las cajas de libros que pueblan la casa para que al día siguiente pueda trabajar el carpintero. Es el último que queda por venir. Las puertas y los rodapiés. Solo después podrás comenzar a ordenar y colocar libros. Deseas que llegue ese momento. Ver las estanterías con sus habitantes naturales. Saber dónde está cada cosa. Retomar la normalidad.
Alguien tuitea una cita de Chirbes: «Suele ocurrir, le pasa a mucha gente: cree que vive una situación provisional y lo que está es simplemente viviendo su vida, la que le ha caído o la que se ha buscado». Tiene razón, piensas. Vivimos en un constante estado de excepción.
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