Diario de escritura (LXXIX)
TIEMPO POR VENIR ·
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TIEMPO POR VENIR ·
Has soñado que los extraterrestres invaden la tierra. Una vez más. Quizá sea porque anoche viste 'La llegada' y de nuevo las naves han vuelto a surcar los cielos. En tu sueño venían desde el monte Castellar. De niño, fantaseabas con que en ese monte habían aterrizado los ovnis. No sabes si eso fue antes o después de ver 'Encuentros en la Tercera Fase'. En tu memoria se mezclan las dos cosas: la obsesión por la montaña de los protagonistas de la película y la tuya. Como quiera que sea, ambas imágenes se entrelazaron en tus recuerdos y desde entonces viven ahí, generando material para tus pesadillas.
Esta mañana, la escritura fluye. Sientes que sale a la primera, que vives la escena que describes y logras ver a los personajes.
El gimnasio –lo vas a llamar así, porque «entrenador personal» es muy largo– se te hace cuesta arriba. Hoy Julio pone más peso de la cuenta y sabes que lo vas a pagar. En efecto, el cansancio ya no se va en todo el día, como si un camión te hubiera pasado por encima. Incluso la cabeza te duele. Poco a poco ya no puedes levantar los brazos. Tratas de escribir este párrafo. Los dedos son lo único que puedes mover sin que duela.
Por la noche, terminas de leer 'Coníferas', de Marta Carnicero. Te gustó mucho 'El cielo sobre Google'. Esta es más cinematográfica. Imaginas ya la serie. Tecnología, memoria, aislamiento. Es una novela profética.
Sales a comprar algunos Reyes que faltan. Alfonso te dice que es el último día en la librería. Pasar a saludarlo y preguntar qué tal iban los libros ha sido una de tus rutinas en los últimos años. No puede imaginar cómo te apena y cuánto lo echarás de menos.
Compras el roscón y comienzas a comerlo nada más llegar. En Mazón te dicen que saben de tus andanzas por el diario. A veces no eres consciente de que este striptease vital lo lee la gente. Y quizá sea mejor así. No pensarlo. Si no, no contarías lo que cuentas.
Por la tarde escribes y terminas el segundo capítulo de la segunda parte. Más rápido de lo que imaginabas, aunque no logras estar contento del todo. Lo pones en la bandeja de 'revisar' y ya volverás a él. No tiene sentido perfilarlo más porque aún no sabes si se quedará ahí. Estás redactando en un punto medio entre el moverse puramente hacia delante y la versión más asentada.
En tu casa de la huerta, los Reyes llegaban al anochecer. En la de Raquel, a la mañana del día siguiente. Sabes que esto último tiene más sentido, pero no puedes evitar que la costumbre con la que has crecido te espolee y negocias que al menos lleguen antes de acostarte; de lo contrario, no podrás dormir. Te traen libros, cremas y también un ukelele –lo dejaste caer en alguna conversación, pero no te lo esperabas–. Te gusta regresar a la infancia. A veces piensas que no has salido de ella.
Comida en casa de tu sobrino. Se repite la escena final de 'El don de la siesta'. La casa, el regalo, la comida en la mesa grande de tus padres... Ahora lo han leído todos y la sensación es extraña. Más una performance que un eco. La literatura se está encargando de convertir tu intimidad en relato.
Por la tarde, terminas de leer 'Ese pueblo silencioso', el ensayo de Ricardo Menéndez Salmón sobre las manos en el Museo de Bellas Artes de Asturias. Es un libro prodigioso, una pequeña delicia en la que el escritor reflexiona a partir de las manos de las figuras de algunos cuadros del museo. Un ejercicio de respuesta artística que va más allá del conocimiento erudito del historiador del arte para situarse en la potencia de las palabras y las emociones. Ricardo es –lo has confesado en más de una ocasión– uno de tus modelos de escritura, uno de los escritores a los que te gustaría parecerte. También por la sensibilidad con la que se aproxima al arte. Lo ha hecho en sus novelas y ahora también en este pequeño ensayo que acaba por reafirmar un convencimiento: es así como habría de escribirse sobre las obras del arte, dejándose tocar por ellas, más allá de las fórmulas prefijadas por la disciplina, dialogando con los cuadros como si estuvieran vivos y nos aludieran, estableciendo una conversación entre lo que vemos y lo que nos mira.
Llega la portada holandesa de 'El dolor de los demás'. La foto de la huerta, tu cara de pan, las alpargatas de tu padre, tu madre, los vecinos... Por un momento sientes la ilusión y el vértigo de la primera vez que viste esa foto en la portada de Anagrama. Una historia tan íntima y cercana, desvelada y compartida con los demás.
En la televisión y en las redes, las imágenes del asalto al Capitolio. Todo parece una película. 'Primero como tragedia, después como farsa'. Así se repetía la historia según Marx. Hoy no se sabe muy bien ante qué estamos. Un tragedia paródica. Una farsa trágica.
En la calle hace frío y llueve. Llegan imágenes de la nevada en Madrid y en parte de España. 2021 comienza fuerte.
En el gimnasio sientes un pinchazo en la rodilla, pero decides continuar. Será solo una molestia, piensas. Después de ducharte ya no puedes caminar. El dolor va en aumento.
Tratas de escribir por la tarde, pero el capítulo se te ha atragantado. No acaba de salir. En la montaña rusa emocional de la creatividad, hoy estás de nuevo en la parte baja. Dudas de todo. Te salva pensar que lo has podido hacer antes tres veces, por qué no una cuarta. Es para lo único que sirve la experiencia, las novelas anteriores, para hacerte consciente de que, con trabajo, acaba saliendo. Aunque ahora mismo dudes de ello.
Por la noche veis 'Midsommar'. Es totalmente predecible, aunque logra entretener. Eso sí, algunas imágenes se te clavan en la retina.
El dolor de la rodilla no te deja caminar. Raquel también ha pasado mala noche, vomitando, con gastroenteritis. Vuestros 'ay' han debido de despertar a los vecinos.
Tratas de escribir. No avanzas demasiado. Sigues bloqueado con el capítulo.
Pasas el sábado tirado en el sofá y ves de un tirón los ocho episodios de 'Cobra Kai'.
Has dormido bien. Te levantas descansado, aunque sin poder aún caminar.
Veis '30 monedas' mientras desayunáis. Solo falta un episodio, pero la serie os tiene pegados al televisor.
Después, escribes y, por la tarde, terminas otro capítulo. Respetas hoy mucho de lo que habías escrito. Hay párrafos que puedes conservar enteros, cambiando apenas algunas frases. No todo el trabajo de este verano fue en vano. Eso te alegra el día.
Lees algunas entrevistas del libro de 'The Paris Review' que te han traído los Reyes. Javier Marías y Paul Auster. Los dos son escritores de brújula. Y trabajan sin saber muy bien hacia dónde van, perfilando lo que tienen delante, elaborando la página o el párrafo de modo definitivo. Tú, en cambio, trabajas a capas y con el mapa ya trazado.
Son rutinas de escritura y eso es difícil de cambiar. Sin embargo, hoy estas rutinas te hacen pensar. En tu novela, después del primer borrador apresurado, ya sabes prácticamente todo lo que va a suceder. Y eso le resta pasión a la escritura. Aunque aún hay algún lugar oscuro que debes resolver y descubrir, en esta fase todo se parece demasiado a la artesanía. Menos pasión, es cierto, pero más seguridad.
Cuando esto acabe, te apetece escribir un libro en el que desconozcas en todo momento hacia dónde vas. Sin saber si es un cuento o una novela, sin saber nada de nada. Te atrae ahora hacerlo. De hecho, quieres terminar esta novela para ponerte con ello. Sin meta. Sin destino. Puro trayecto. Escribir a borbotones.
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