Diario de escritura (LXV)
TIEMPO POR VENIR ·
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TIEMPO POR VENIR ·
A las once, rueda de prensa de presentación de la Feria del Libro de Murcia, que este año será virtual. Tienes que decir unas palabras como ganador del Libro Murciano del Año de la edición pasada. Se te va la mañana en eso.
No hay peor hora para eventos o reuniones que las once de la mañana. No te concentras antes, porque sabes que te tienes que ir, ni tampoco después, porque ya es demasiado tarde.
Continúas leyendo para el texto sobre los dibujos de Javier Pérez. Leyendo y tomando notas. Como sospechabas, estás tardando más tiempo en planificar de lo que tardarás en escribir.
Hoy es tu santo. Siempre lo escribes en tus diarios cada 29 de septiembre: que en tu familia es casi más importante la onomástica que el cumpleaños, y que, desde hace ya doce años, en este día echas en falta la felicitación de tu madre. Era la primera en felicitarte. A las doce y un minuto de la noche, estuvieras donde estuvieras, llamaba para decirte lo mismo: «Miguel, qué nombre más hermoso». Tal vez por eso te gusta tanto tu nombre, porque reconoces en él el amor de tu madre.
También hoy comienzas las clases en la universidad. Estás nervioso, como si fuera la primera vez. En cierto modo, lo es. Al menos, en este estado de anormalidad extraña. Y precisamente es la extrañeza la que preside toda la experiencia. La incertidumbre y la inquietud a la hora de poner en funcionamiento el sistema informático para aquellos que están 'online', la incomodidad para hablar con mascarilla o la impericia para interpretar las miradas de los estudiantes que están en el aula. Con todas esas sensaciones nuevas, te pones nervioso, confundes el gel hidroalcohólico con el agua y estás a punto de pegarle un trago.
Cuando acabas la clase, sin embargo, sientes una cierta satisfacción. Es la alegría de volver, aunque sea así. Era necesario comenzar. De la manera que fuese.
En casa, Raquel te trae un palo catalán. Sabe que con eso te tiene conquistado.
Intentáis ver algo en la tele, pero lo quitáis antes de tiempo, y pasáis la noche charlando en el sofá con unos gin-tonics de la ginebra sin alcohol que has comprado por internet.
Una euforia extraña te acompaña desde temprano. No sabes por qué.
Preparas la clase sobre la historiografía del arte como escritura crítica. Antes de entrar al aula, llega la buena noticia: tu librito sobre la siesta se traducirá al italiano en Keller Editore, la misma editorial que ha comprado 'El dolor de los demás'. Con esa noticia entras a clase y todo sale perfecto.
Al terminar, contemplas el patio vacío. Parece un espacio fantasma. La universidad, a medio gas. Y, sin embargo, en todos los que estáis ahí se percibe una cierta solidaridad. Como si bajo las mascarillas hubiese algo común, una resistencia.
La clase presencial es un espacio compartido. La pantalla os divide.
A media tarde os ponen las cortinas del salón. Con eso puede decirse que oficialmente termina la mudanza. Prácticamente un año después.
Continúas con el texto de Javier Pérez. Avanzas varios párrafos.
Te cuesta dormirte, como si tuvieras que decelerar el día.
Toda la mañana frente a la pantalla en el tribunal de una plaza de profesor titular de universidad. Es fatigoso, pero es mejor que haber tenido que viajar a Valencia y emplear un día y medio. Estás convencido de que estas rutinas han llegado para quedarse. Reuniones, plazas, tesis, congresos..., la pandemia ha acelerado la transición digital. Se gana tiempo, es cierto. Pero también se pierden experiencias, afectos..., vida real.
Por la tarde, escribes el diario y continúas el texto de Javier Pérez. En realidad, sigues sin despegar la vista de la pantalla. Luego, mientras caminas hacia el restaurante mexicano para la cena, te sientes algo mareado. Sientes que estás perdiendo vista. Lo llevas notando desde hace un tiempo, pero sobre todo se hace evidente por la noche.
Cenas con Ginés, Leo, José Óscar y José Manuel. Hace tiempo que no os veis. Estáis todos cansados del día. A las doce ya estáis de vuelta en casa.
Se te va la mañana en reuniones. Primero, desagradable declaración en una investigación. Intentas ser ético y fiel a la verdad. Luego, reunión sin demasiado sentido que tampoco sirve para nada.
Regresas a casa en bici ya empujado por el viento. Te acuestas a dormir la siesta y escuchas el estruendo. Son los efectos de la tormenta Alex. Te asomas a la ventana y observas el vendaval. Los árboles doblados y las bolsas volando como si fueran globos. Parece el fin del mundo.
Envías el diario. Sigues sin ver bien. Necesitas ya graduarte la vista.
Nuevo episodio de 'The Boys'. Empiezas a no saber si está bien o mal. Luego intentáis ver 'Babadok'. Aquí la cosa está más clara: es mala sin paliativos.
Antes de dormir lees un poco 'La piel fría', la novela de Albert Sánchez Piñol. No sabes por qué comenzaste a leerla, pero la continúas, más por inercia que por otra cosa.
Te despiertas aún con la sensación real del sueño. Toda la familia estaba reunida en la casa de la huerta; también habían venido algunos amigos. De repente, tú comenzabas a contarlos y te dabas cuenta de que eráis quince y estabais cometiendo una ilegalidad. En ese momento comenzaban a llegar drones de la policía y os perseguían. Os escondíais entre los limoneros para evitar la detención y la multa. Cogían a algunos amigos, se los llevaban a prisión y ya no los volvías a ver.
Es curioso, los sueños pandémicos han sustituido a tus sueños de invasión extraterrestre. También has soñado ya varias veces que sales a la calle sin mascarilla y tienes la sensación de estar desnudo. Es un miedo y un deseo. Porque pocas cosas anhelas más que caminar por la calle sin mascarilla.
Lees los suplementos culturales. Te detienes especialmente en el artículo de Sara Mesa en 'El País'. 'Escribir a pesar de todo.' Estás completamente de acuerdo con lo que dice. Escribir es para algunos tan importante como respirar. Es lo que haces. «¿Te puedes concentrar para escribir?». No tienes otro remedio.
Se ha metido el otoño. Lo notas cuando te acurrucas bajo las sábanas para dormir la siesta. Te gustan las siestas calurosas de verano, tórridas y sudorosas, pero te placen aún más las siestas otoñales y las de invierno, la cama como madriguera.
Por la tarde continúas con el texto de Javier Pérez. Ya comienzas a verle el fin.
Por la noche os apetece probar un cubo grande de alitas de pollo del KFC. Pero te equivocas pidiendo, os llegan apenas unas pocas y te quedas con hambre. Sales a comprar unas empanadillas. Es sábado noche y habías previsto comer mucho e insano. No puedes quedarte a medio.
Mientras acabáis las empanadillas y la ración de tarta de la abuela que has comprado, veis 'Million Dollar Baby', pendiente desde que ganó el Oscar. Os gusta y la disfrutáis, pero no acaba de ser tan memorable. Aunque ver llorar a Clint Eastwood es toda una experiencia.
Escribes durante todo el día. Al final, este pequeño texto te está llevando más de la cuenta.
Visitas a la Julia. Está con la tensión por los suelos. Con pocas ganas de hablar. La notas rara y apagada.
Veis el nuevo episodio de 'Patria'. Sigue gustándote. Cada vez más. Creías que no tendría sentido después del libro. Pero todo te parece nuevo y, sobre todo, la actuación de las actrices principales es memorable. Solo por eso, merece la pena.
Antes de acostarte planificas la semana. La miras y ya te pones ansioso. Apenas vas a tener tiempo de respirar. Difícilmente encontrarás un instante para escribir.
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