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Diario de escritura (XL)
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Llegan los pintores para acabar de adecentar, por fin, los huecos y desconchones que dejaron los instaladores del gas y el carpintero.
En el fisio, sigues con las corrientes y la magnetoterapia. Como apenas has caminado durante el fin de semana, parece que el dolor ha remitido.
Abres el nuevo libro de Ricardo Menéndez Salmón, 'No entres dócilmente en esa noche quieta', y ya no lo sueltas hasta que lo acabas. Lo lees como si estuvieras en trance. Es un libro especial, escrito tras la muerte del padre. Una memoria, más que una novela. Un ensayo sobre la enfermedad, el recuerdo, el dolor, el hogar..., sobre la vida y sobre la muerte. Un libro sabio y profundo. Pura filosofía. Su prosa precisa y cincelada se te clava como un puñal. Por la confrontación directa con lo real, pero también por la reducción del artificio literario prácticamente a cero. Es lo que algunos llamarían 'antificción'. Un libro que duele por lo que relata. Pero sobre todo una obra literaria de gran altura que eleva a quien la lee.
No puedes evitar leer el libro desde tu experiencia. La imagen del padre del escritor, entubado, en el hospital, es la del tuyo en la UCI. También la sombra de la enfermedad proyectada sobre la infancia y adolescencia. Te reconoces demasiado. Estás tan dentro del libro que la identificación es dolorosa. Por eso te deja noqueado. Por la literatura y por la vida. Por el modo en el que las dos se entreveran y forman el testimonio. La palabra necesaria. Para el autor. Pero también para el lector.
Admiras a Ricardo. Su integridad innegociable y su compromiso con la literatura. Es uno de los espejos en los que miras como escritor. Un ejemplo de lo que algún día quisieras alcanzar.
Temprano, fisio. Hoy sí que duele. Después, tomas un café con Adolfo. Es de los pocos amigos del instituto que aún conservas. Os ponéis al día y rejuveneces al recordar las andanzas del pasado. Eres y no eres el mismo de aquellos años.
Regresas a casa cojeando y continúas las lecturas sobre la siesta. Sientes que ya está todo lo que necesitabas leer y puedes comenzar a escribir.
Llega el ordenador nuevo e instalas todos los programas. Es pequeñito y te sirve para los viajes. Escribes ahí algunos párrafos de ese libro breve sobre la siesta.
Por la noche, acabas de ver la primera temporada de 'Oficina de Infiltrados'. Ha sido todo un descubrimiento.
Lees de un tirón 'Ahorita', el librito de Martín Caparrós sobre el presente. Apuntas ideas para tu cuaderno de siestas. Leer es también un modo de escribir. En segundo plano, fuera de campo. Una manera de atraer ideas y palabras. El mejor antídoto frente al bloqueo.
Fisio por la mañana. Ya se ha convertido en una rutina. Una hora que te parte la mañana en dos. Después, Oficina de la Agencia Tributaria del Ayuntamiento. No os devuelven la plusvalía municipal. Son más de cuatro mil euros. No sabes si volverás a reclamar. Es mucho dinero, pero te agotan estas cosas. A lo largo de tu vida, has perdido mucho dinero por hastío.
A las cuatro, de nuevo, fisio. A las siete, traumatólogo. Llevas todo el día preocupado por la salud. Eres un pupas. Menéndez Salmón hablaba de cómo la enfermedad de su padre condicionó su adolescencia. Tú comienzas a parecerte a tu madre, siempre en el médico, siempre con achaques. Alguien te dice que lo que debes hacer es equilibrar mente y cuerpo. Tal vez tenga razón.
Por la noche, ves el Madrid contra el Salamanca. Te duele la cabeza y la garganta. Esperas no haber cogido la gripe.
Al despertar, miras el reloj digital para ver lo que has dormido. Comienzas a obsesionarte con los ciclos del sueño y las fases de descanso.
Examen en la universidad. No se presenta nadie. Así es difícil aprobar. Por la tarde, Club Renacimiento. Última clase sobre los inicios de la narración.
Comienzas a leer 'Todo esto existe', el libro de Íñigo Redondo que supuestamente es la sensación literaria de este año. Rápidamente entiendes la fascinación. Aunque habrías eliminado muchos diálogos y cortarías algunas partes de la trama, sobre todo al principio, la historia que cuenta engancha y quieres llegar como sea al final. No puedes parar de leer y te ves en plena madrugada intentando terminarla para saber lo que ocurre. Es una buena historia. Rusia en los ochenta. Una relación especial entre un hombre y una chica. La amenaza nuclear. Ves con claridad la película.
Examen por la mañana. Esta vez vienen casi todos. Después, fisio. Es siempre el mismo chico. Es muy cordial, pero apenas habláis. Eso te gusta. Te sirve casi como meditación. Concentrado en ti mismo mientras te masajea el gemelo.
Ves terminar 'Jack Ryan'. Los americanos matan venezolanos como los vaqueros mataban indios o vietnamitas. Hay cosas que ya cuesta tragar.
Te levantas temprano y terminas de escanear las últimas imágenes que te faltaban del libro de Akal. Ahora sí, ya está todo enviado. Un paréntesis hasta que lleguen las pruebas de imprenta.
Habíais quedado para comer en familia, pero justo al llegar, Raquel recibe un mensaje. Su madre se ha caído por la escalera y está allí el 112. Llegáis a toda prisa y la acompañáis todos al hospital. Al final, no es tan grave como podría haber sido. La muñeca rota y magulladuras. Al menos no se ha roto la cadera.
Te quedas en casa solo y comienzas a corregir exámenes.
Ves la gala de los Goya. Iba a ser un momento, pero te enganchas. Se hace más llevadera con Twitter. Es un mundo extraño, el del cine. Un glamour de contraposto que nunca llegas a entender. Nadie se ríe con los chistes. Lo único que te emociona, y no sabes muy bien por qué, es el homenaje a Marisol.
Después, al acostarte, te doblas los calcetines para que no se te claven en la piel y, de golpe, se abre el pasado. En ese gesto se condensa un mundo. Te ves bajándolos a tu madre y a tu padre antes de dormir para que no se le clavaran. Rememoras el tacto de la piel, el olor de la casa, el frío de la habitación, la mirada agradecida por esa ayuda simple, el beso de buenas noches, el hijo haciendo de padre.
Hace años que no están. Pero a veces vuelven de repente y parece que nada se ha movido de sitio. Regresa a tu cabeza la frase de Susan Sontag que abre tu última novela: «la memoria es, dolorosamente, la única relación que podemos sostener con los muertos». Es cierto. Los muertos nos hablan. También en los gestos. El cuerpo recuerda.
Todo el día corrigiendo exámenes. Quieres quitártelos de encima cuanto antes. Te gustaría encontrar otro método de evaluar, pero aún no has logrado encontrar otro modo más justo. Al menos no para tantos alumnos.
Rescatas un guion que escribiste hace mucho tiempo. El único. Te pica el gusanillo. Algún día te gustaría probar de nuevo.
Pasada la medianoche terminas de corregir. Antes de acostarte, esbozas el diario. Llevas ya cuarenta domingos desnudando tu cotidianidad. Tiempo de escritura mientras llega la escritura. La novela por venir que no acaba de llegar.
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