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El Tribunal Constitucional español acaba de sentenciar que el Gobierno de Sánchez nos debe al menos un año de vida. Paguen su deuda. Acepto efectivo. El Constitucional ha declarado ilegal el primer estado de alarma, que estaba más justificado que los que siguieron, comprensiblemente más ... ilegales aún y menos explicados todavía.
Muchas multas, también ilegales, no se van a reintegrar, pero la vida que no vivimos por un Gobierno con ambición totalitaria –la vida es aquello que pasa mientras nosotros hacemos otra cosa, como obedecer sin chistar a cualquier satrapía– nos la debe el Gobierno. Ellos verán cómo la traen de vuelta. Aquello, como sugerí en este mismo papel, fue un estado de excepcion como un camión, el recurso más grave que convierte un estado democrático en lo más parecido a la dictadura por un año romana. Un estado de excepción, con casi todos los derechos fundamentales laminados, y con gente bailando a las ocho de la tarde en los balcones, encantados de ser excepcionales. Y porque no podían ir a bailar a la plaza de Oriente. Nos merecimos todo lo que nos pasó. En España nos merecimos estar prácticamente militarizados, como en la próxima 'Ley de Seguridad' que prepara Sánchez (a mi me paró el ejército para cerciorarse de que iba al supermercado y no a huír del país a nado). Porque el estado de excepción fueron usted, y usted, y usted, obscenos policías de balcón, coleccionistas de papel higiénico. Siervos. Dicen que 'esclavo' viene de la palabra 'eslavo', pero ahora mismo no conozco un pueblo más esclavo que éste, sin criterio. Tampoco yo fui un héroe. Me acojoné cuando vi aquellas tanquetas por la calle, y aquellos policías tan desagradables como los de Estados Unidos, que desde entonces no han recuperado del todo el fervor generalizado del que disfrutaban. Pensé que ya hacía una machada denunciando el atropello de las libertades que empezó el Gobierno con la excusa de un estado de alarma que no era. Debí hacer más. En otros países con conciencia cívica este asunto tan desagradable no se hubiese resuelto sin al menos uno o dos ministerios en llamas.
Devuélvame mi mes de abril, descuidero Sánchez, rostro de alta resiliencia, según sus biógrafos. Mi mes de abril y el resto, de su patrimonio personal de usted, no como siempre con el dinero de los españoles («el socialismo termina en cuanto se acaba el dinero de los demás», sentenciaba santa Margarita Thatcher). Devuélvame toda la gente que he perdido para siempre sin poder verla, y no solo los que han muerto sino con los que, por la distancia, acabó toda relación. Devuélvame mis restaurantes. Todas las cervezas que no me he bebido hablando con sus dueños, que era la paz nocturna que podía encontrar en el mundo (sé que a un correlindes como usted no le interesa la paz, porque para eso debería primero tener algún tipo de espíritu, pero a mí me hizo un roto en el alma que jamás se coserá). Devuélvame mi dignidad ofendida por los reproches desquiciados de todos los espontáneos esbirros de aquella predictadura.
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