El desgaste útil de la política
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Las medidas implementadas por unos y otros ya no se valoran en función de su oportunidad, sino de las siglas que las amparanLa política conlleva siempre un desgaste para quien la ejerce: da igual lo que hagas y cómo lo hagas; el deterioro de la propia imagen ... es inevitable. Esta 'condición natural' del desempeño público se agrava más si cabe, en la actualidad, por la extrema polarización que preside el espacio político, y que se traduce en una negación a priori de todo lo que haga o diga el contrario. Las medidas implementadas por unos y otros ya no se valoran en función de su oportunidad, sino de las siglas que las amparan. Aquello que la izquierda proponga, la derecha lo rechazará porque sí, sin más argumentos que los del odio político. Y viceversa. El interés general poco importa cuando lo prioritario es ganar en la guerra de los partidos.
El monumental circo político y mediático que se ha montado, durante estos últimos días, con motivo de las declaraciones del ministro Garzón al diario inglés 'The Guardian' a propósito de los efectos nocivos de la agricultura intensiva, constituye un reflejo fidedigno de la situación arriba descrita, salvo por un elemento que, en el actual panorama político, resulta excepcional: en ningún momento, Alberto Garzón ha claudicado de su discurso. Interrogado, una y otra vez, sobre si se retractaba de sus declaraciones en 'The Guardian', su posición ha permanecido firme: dijo lo que pensaba –no solo él, sino la misma Unión Europea–, por cuanto no hay razón alguna para desdecirse por una mera cuestión de tacticismo político. Si se retoma la afirmación con la que he iniciado este artículo –la política conlleva siempre un desgaste para quien la ejerce–, ¿por qué, entonces, no asumir la inevitabilidad de este desgaste para llevar a cabo, desde el Gobierno, las políticas en las que verdaderamente se cree, sin concesiones absurdas a los gabinetes de comunicación y a las hordas de asesores? La mayoría de las personas que pasan por la política lo hacen sin pena ni gloria. Están tan preocupadas por no romper ese cinturón de castidad que son los argumentarios matinales de los partidos políticos y por no enfadar a los diferentes 'lobbies' económicos y sociales que, al final de su periodo de participación en lo público, sus aportaciones o han sido raquíticas o no existen. Desde la oposición, cualquier político aspira a cambiar el mundo; desde el ejercicio del gobierno, pocos son los que se atreven a transformar el 'status quo'. Y, en el caso que ahora nos concierne, Garzón ha demostrado una enorme personalidad y una valentía digna de ser subrayada. Su comportamiento posterior a la entrevista en 'The Guardian' ha puesto de manifiesto que la política vale la pena cuando el desgaste consustancial a ella sirve para algo útil y es capaz de denunciar realidades que exigen ser cambiadas. Ya que estás en política, lucha por aquello en lo que crees y no seas un pelele que se limita a decirle a todo el mundo que sí y a variar de opinión en función de cómo sopla el viento.
La soledad de Garzón es un claro síntoma de que ha actuado con honestidad. Y eso en política se paga. Pero lo más sorprendente es que su defensa de una ganadería sostenible es algo en lo que todo el mundo está de acuerdo: la Unión Europea –que ha solicitado a España limitar el crecimiento de las macrogranjas–; el propio PSOE –cuyo 'barón' García Page primero criticó al ministro para, con posterioridad, vetar la construcción de macrogranjas después de 2025; e incluso el Partido Popular, cuyos representantes reaccionaron con celeridad para borrar todos aquellos tuits en los que se reclamaba la limitación de la agricultura intensiva. Toda vez que se descubre este consenso no reconocido, los 'haters' de Garzón enarbolan el argumento de que su error no fue tanto la defensa de la agricultura extensiva cuanto la afirmación de que la carne producida en las macrogranjas era de peor calidad. Y es aquí cuando surge la histeria colectiva, el punto en el que los patriotas ven peligrar la herencia de los Reyes Católicos, el momento crítico de la historia de España en el que Casado y García Egea se ven en la obligación de posar delante de rebaños de ovejas y vacas para defender a la desesperada el espíritu nacional. García Page, además, señala que el tamaño de la granja no afecta a la calidad de la carne –en un giro sexual del debate orientado a no acomplejar a los productores de 'miembro grande'–. Seamos consecuentes: la mayor parte de la población prefiere comer huevos de corral y ecológicos, y carne de pollo de corral y no de aves enjauladas porque es de mayor calidad. Lo comprobamos diariamente cuando vamos a los supermercados y plazas de abastos. ¿De qué nos escandalizamos entonces? ¿Somos tan hipócritas y mezquinos como para preferir el consumo diario de productos de una ganadería extensiva y familiar, y, al mismo tiempo, poner el grito en el cielo cuando un ministro reconoce la mayor calidad de la carne surgida de esta, solo por el hecho de que pertenece a IU y es imperdonable que, en una democracia como la nuestra, haya llegado al Gobierno de España? Todo el debate en torno al 'caso Garzón' es tan zafio y carente del menor escrúpulo ético e intelectual que, en definitiva, lo único claro que se obtiene de él es que la actual clase política de este país conforma la peor hornada de representantes públicos de toda la democracia.
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