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Hace nueve años que el Gobierno de Mariano Rajoy aprobó, unilateralmente, sin negociación, ni tan siquiera consulta, a golpe de decretazo, una de las reformas laborales más regresivas e involutivas acometidas en democracia. Si algún ingenuo se preguntó entonces a quién se dirigía la «extremada ... agresividad» que le atribuía el ministro De Guindos cuando presumía de ella en Bruselas, ha tenido ya tiempo más que suficiente de constatar que eran los derechos de las y los trabajadores el único blanco de tal agresividad.

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