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El día 9 de febrero se celebra el día nacional del dentista, y es por ello que nos parece oportuno hoy traer a colación esta ... figura social, para expresarle nuestro admirado reconocimiento.
Es archiconocido el famoso chiste de ese paciente, que, sentado en el sillón y cogiéndole sus partes pudendas, le dice a su dentista: «¿Verdad doctor, que no nos haremos daño?». El temor a sentarnos en ese sillón ha sido una constante a lo largo del tiempo. Uno de los sufrimientos más insoportables del ser humano ha sido y sigue siendo el dolor de muelas, hasta el punto de que ha sido utilizado como dicho popular y paradigma del clímax doloroso: «Esto es peor que un dolor de muelas».
La aparición de la odontología se remonta a tiempos históricos muy lejanos. Estudios arqueológicos en Egipto han encontrado referencias, datadas hace casi 3.000 años, a intervenciones dentales, tales como inserción de piedras preciosas en la dentadura de algunos faraones, así como posibles fármacos para combatir el dolor de muelas. La disciplina va evolucionando lentamente a lo largo de los años, siendo a comienzos del siglo XVIII cuando puede afirmarse que nace la odontología moderna. En el siglo XIX se crean los dientes de porcelana y aparece la primera pasta dentífrica. El progreso se acelera en el siglo XX, donde surge el cepillo eléctrico y se consiguen avances significativos en materia de corrección, higiene dental y desarrollo de diferentes subdisciplinas (ortodoncia, endodoncia, cirugía oral, etc.)
El descubrimiento de la anestesia, a mediados del siglo XIX, atribuido precisamente a un dentista, Horace Wells, y posteriormente perfeccionado por su discípulo William Norton, marcó un antes y un después en la medicina, al suprimir el dolor en las intervenciones bucodentales en particular y en la cirugía en general. La odontología, en las últimas décadas, ha aportado un grandísimo avance en el diagnóstico, planificación y ejecución de los tratamientos dentales.
De entrada, el espantoso e incómodo sillón tradicional ha dado paso a un sillón estilizado y elegante, que no solo ofrece más confort al paciente, sino que representa una herramienta de gran importancia para el dentista, puesto que, además de adaptarse a cualquier posición física, incorpora gran cantidad de instrumentos y un apoyo esencial para el odontólogo (lámpara de iluminación de alta intensidad, ultrasonidos, motores neumáticos y electrónicos, etc.).
El aspecto exterior de las clínicas dentales solía ser (y aún hoy sigue siendo en muchos casos) un simple rótulo colgado del balcón de una planta alta, indicando la existencia de un lugar donde se practica la actividad odontóloga, cuya simple y ramplona visión te invitaba a desistir de entrar. El ambiente gélido, la espectral visión del sillón del paciente, la deficiente iluminación del habitáculo, la tosca apariencia de brocas, ganchos y demás sombrío instrumental, no hacían presagiar nada bueno una vez te ponías en manos del titular de la clínica.
En la actualidad, ha sido notable el progreso evidenciado en esta materia, siendo cada vez más numerosas las clínicas ubicadas en los bajos de edificios, con amplios y atractivos ventanales, por los que penetra una abundante luminosidad, con una perfecta distribución interior: recepción, antesala dotada de televisión y audio musical, para hacerte más agradable la espera; habitáculo para hacer radiografías y varios gabinetes independientes, donde se realiza la actividad propia odontológica, dotada con el más moderno equipamiento tecnológico.
El catálogo de remedios dentales que podemos encontrar en estas clínicas modernas es tan amplio como beneficioso para nuestra salud bucal. Desde las más elementales profilaxis, hasta las más modernas y novedosas técnicas restauradores y regenerativas, etc., pasando por los implantes dentales, tan necesarios para rehabilitar la función de masticar, como para recuperar el aspecto estético, aumentando así la calidad de vida y la autoestima en uno mismo.
Por supuesto el factor humano ocupa un lugar de primer orden. Es fundamental y tranquilizadora la explicación previa por parte del buen odontólogo, en qué van a consistir las acciones que te va a realizar, las sensaciones que vas a tener y el tiempo estimado que van a durar. Un buen profesional de esta rama no es aquel que te hace un buen empaste o te implanta una pieza dental, sino el que, además de aquello, se encarga de gestionar el cuidado bucal de su paciente, algo sumamente delicado e importante, pues es por la boca por donde penetra la inmensa mayoría de los agentes patógenos externos, encargados de provocar enfermedades y dolencias físicas, algunas de gran repercusión.
El dentista es una de las profesiones a las que se le tiene una gran fidelidad, siempre que el trato personal y profesional sea razonablemente bueno. Salvo si acudes vía Seguridad Social –en ese caso vas al que te toque–, las personas que eligen visitar a su dentista por privado no suelen cambiar de doctor. Entre el odontólogo y el paciente se establece un fuerte vínculo de confianza muy difícil de romper, ni siquiera por una notable diferencia en el coste económico, siempre que, como se ha dicho, uno esté razonablemente satisfecho con los resultados obtenidos.
Es comprensible que, no obstante todos los avances conseguidos, al sentarse por primera vez en el sillón del dentista y oír el agudo y desagradable chirrido de la fresa dental, esto te provoque una cierta sensación de rechazo. Sin embargo, dicha sensación se va diluyendo conforme el paciente recurre asiduamente a su odontólogo de cabecera, en especial para actuaciones preventivas, comprobando que el león no es tan fiero como lo pintan.
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