Si no las decimos, se van muriendo
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Como algunos españoles padecemos un lamentable complejo de inferioridad, nos apuntamos rápidamente a lo nuevoSecciones
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Como algunos españoles padecemos un lamentable complejo de inferioridad, nos apuntamos rápidamente a lo nuevoUna de las funciones de las palabras es señalar lo que existe, sea tangible o intangible, presente o ausente. En otros términos: nombrar lo que ... somos y lo que nos rodea. Si las perdemos, se diluyen los conceptos o las realidades a las que se refieren. Asimismo, ocurre al revés: una vez desaparecidos los objetos, las palabras que los designan carecen de función y se olvidan. Aunque, ciertamente, duran más que los objetos a los que identifican: hoy no hay arados, asnos, celemines, romanas, pero las voces que los nombraban perviven como un leve rescoldo en la memoria que mantiene el recuerdo de lo ya perdido.
Nos enamoramos, por su exotismo, de la japonesa 'tsunami' y relegamos casi a la inconsistencia la vieja voz latina 'maremoto' (mar en movimiento). Bien es verdad que, técnicamente, el 'tsunami' u ola gigante está generado por un maremoto. Pero usábamos ambas palabras como sinónimas. 'Maremoto' se apoyaba en la más frecuente 'terremoto', que igualmente anda de capa caída, pues quiere sustituirse por 'sismo', que ya formaba parte de tecnicismos como 'sismógrafo'. Nada extraño. Las palabras nacen para definir nuevas realidades, y mueren por desuso –convirtiéndose en arcaísmos–, por sustitución, incluso por decretos políticos o religiosos que las declaran tabú por contravenir la ideología imperante o atentar contra las 'buenas y santas' costumbres, convenientes siempre, no se olvide, para poderosas y exiguas minorías.
Se nos fueron, por el coladero de la dejadez, 'recadero', 'mandadero', 'repartidor', 'mensajero' y el más antiguo 'mozo de cuerda', sustituidas por el insulso 'rider', de una pobreza pavorosa. Pero como algunos españoles padecemos un lamentable complejo de inferioridad, nos apuntamos rápidamente a lo nuevo porque triunfa la creencia de que quienes conocen el inglés son más cultos y de mejor familia que el resto de sus conciudadanos.
'Coach' pretende suplantar términos de larga tradición como el clásico 'mentor', presente en 'La Odisea' como amigo de Ulises y consejero de su hijo Telémaco, 'ayo', personaje central de 'El Conde Lucanor ' y 'preceptor', educador de príncipes y nobles. 'Coach' se inmiscuye en otras palabras de bastante uso como 'entrenador', 'ayudante', 'asesor', 'acompañante', 'profesor', 'adiestrador', 'tutor', y media docena más. Ante tan apabullante y rica tradición literaria y de uso común, 'coach' revela una pobreza expresiva abrumadora y debiera ser desterrada de nuestros usos lingüísticos.
Inclinamos sumisamente la cerviz ante la poderosa invasión extranjera, de forma que la RAE incluye esta palabra en el Diccionario, edición de 2014, aunque añade que su uso es desaconsejable. En realidad, debería haber evitado su inclusión por tratarse de una claudicación innecesaria. 'Coach' es una voz imprecisa, pues sirve para muchos oficios y en consecuencia para ninguno, por lo que resulta tan insulsa como las llamadas 'verba omnibus', palabras-muletilla que sirven para todo y, a la vez, para casi nada, pues empobrecen el habla.
Van perdiéndose las siglas 'a. C.' (antes de Cristo), presentes en millones de libros para datar hechos históricos. En su lugar se utiliza la insulsa ANE (Antes de Nuestra Era), un capcioso juego de palabras, pues Nuestra Era viene a ser, oh paradoja, la Era Cristiana. Me temo que sea una concesión a quienes desean borrar todo rastro de una figura que, se crea o no en ella, atraviesa buena parte de la cultura occidental.
La literatura y la pintura inventaron el 'autorretrato', que pasó más tarde a la fotografía. Tan honrosa trayectoria ha desembocado en la patética voz 'selfie', que la Academia simplificó en 'selfi', para contemporizar, habiendo soluciones mejores como 'fotoyó', 'autofoto', o, ya puestos, 'fotonarcisa'. Pero nos aventaja la simplicidad del inglés y su inmensa capacidad para venderse y difundirse con el beneplácito de quienes creen ser modernos abjurando de su propia lengua y sumándose a las huestes triunfantes de la anglofonía.
Especialmente doloroso para quienes, como yo, los han usado contra el frío desde niños, y por vivir en Lorca, donde los fabrican de una extraordinaria belleza, es la lenta desaparición del nombre 'cobertor'. En su lugar usamos 'edredón', voz sueca difundida por medio del francés (bien es verdad que los originarios van rellenos de plumas, aunque con idéntica función).
Perdemos 'director general', 'director gerente', 'consejero', 'presidente' y las familiares 'mandamás', 'cacarico'... y en su lugar se instala CEO (Chief Executive Order, oficial ejecutivo en jefe). La gente de la calle se queda 'in albis', o, dicho en cristiano, 'a dos velas', pero parece que dicho así tiene más enjundia. El uso de estas siglas en el ámbito empresarial, frente a términos largamente asentados en el idioma, conspira para la extinción de las voces españolas.
Si minusvaloramos las palabras que hemos mamado con la leche, nos las van a dar todas en el mismo carrillo, es decir, obligarán al común de la población, 'manu militari', a hablar inglés.
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