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Si me sigo sorprendiendo por vernos en la calle con mascarillas, cómo no me va a sorprender la nieve. Que sí, que somos muy paletos. Pero es que no somos daneses, por lo menos los de Murcia. La nieve la vemos en Nueva York. También en las series nórdicas y en las de Minnesota. O leemos en libros de historia el sitio de Leningrado. Y cómo cuando llegó la primavera empezaron a aparecer cadáveres (los que no se habían comido todavía). Podremos haber llegado a la luna, tener agua caliente, llevar la televisión en el bolsillo, haber fabricado vacunas exprés para una enfermedad sorpresa, pero nos cae una nevada y, zas, volvemos siglos atrás. Aunque poco. Lo suficiente para el susto, para la foto. O para que se te hunda la terraza. He leído 'Cuando los inviernos eran inviernos' (Acantilado), de Bernd Brunner, y sé cuánto pesa un metro cúbico de nieve. Pero no hacía falta que me hablara de la felicidad de los niños al lanzarse bolas de nieve.
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