La crisis de identidad del PP
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El gran problema de la derecha española es que ha reducido la legitimidad de cualquier programa político a la materia económica. Todo lo demás es superfluoNuñez Feijóo llegó a la presidencia del PP entre un aura de centrismo que hizo albergar a muchos la esperanza de una necesaria refundación del ... centro-derecha, después del nefasto periodo del tándem Casado/García Egea. Pero, después de un primer tiempo de timidez, de caminar a tientas para no generar mucho ruido, el verdadero Feijóo –y, por ende, el resto del PP cuyo rumbo dirige– comienza a mostrar su verdadera cara. Y lo hace en unos términos poco esperanzadores y que en nada ayudan a menguar el principal problema que el espacio político español y europeo tienen en estos momentos: el auge de la ultraderecha. Feijóo habla muy mal y de manera confusa cuando no tiene una posición clara sobre un determinado asunto, pero se le entiende muy claramente siempre que aborda una cuestión sobre las que sus ideas son más nítidas. Pensemos, por ejemplo, en todo lo concerniente a la memoria democrática y los crímenes del franquismo.
Pocas horas después de que exhumaran los restos de Queipo de Llano de la Basílica de la Macarena, Santiago Abascal marcó el sentido del discurso de la derecha española: en un demencial tuit, el líder de Vox atacaba a Sánchez y «sus secuaces» por «profanar sepulturas y perturbar el descanso de los muertos». Tiene gracia referirse al descanso de un genocida como Queipo de Llano que mandó matar a 45.000 españoles –entre los cuales se encontraba Federico García Lorca–. A continuación, y preguntado sobre este tema, Feijóo recurrió a un argumento no muy lejano de las tesis filofranquistas de Abascal: desde su punto de vista, la política debía dejar en paz a los muertos para centrarse en solucionar los problemas de los vivos. Ciertamente, la opinión de Feijóo resultaba más deleznable que la de Abascal. El patriarca de Vox es un extremista y nostálgico del caudillo y no lo esconde; Feijóo, en cambio, va de moderado y desde el trampantojo de una semántica democrática intenta afirmar lo mismo que Abascal. Para el político gallego, la estirpe de «los vivos» no incluye a las miles de familias que tienen enterrados en una cuneta a sus muertos. El sufrimiento de estos «vivos» no es significativo, no impregna la cotidianidad, los asuntos sobre los que vale la pena trabajar. El gran problema de la derecha española es que ha reducido la legitimidad de cualquier programa político a la materia económica. Todo lo demás es superfluo, grasa sobre la piel –políticas de igualdad, derechos civiles, memoria histórica–. El Partido Popular se encuentra inmerso en una deriva de insensibilización que asusta. En tanto que partido de gobierno, todo lo concerniente a la dictadura franquista lo debería haber liquidado desde el primer momento de su fundación. Y, sin embargo, con declaraciones como las de Feijóo acerca de la exhumación de Queipo de Llano, lo que hace es acrecentar las sospechas de que, en 2022, el franquismo continúa siendo una tema tabú en el que conviene no mojarse. No se quieren herir sensibilidades. Pero, ¿qué sensibilidades? ¿Las de los asesinos? ¿Las de los violadores que se sentían animados y protegidos por Queipo? ¿Las de los fanáticos del dictador que abominan de la libertad? ¿Son esas «sensibilidades» las que Feijóo no quiere herir con su apología de «los vivos»? Incluso los propios cofrades de la Hermandad de la Macarena llenaron Twitter de mensajes alegrándose de que, por fin, el cuerpo de un genocida como Queipo de Llano abandonara su basílica. Y no creo que los hermanos de la Macarena que así se expresaron sean furibundos comunistas y leninistas confesos. A nadie se le escapa que la pujanza de la ultraderecha está conduciendo al centro-derecha a un proceso de radicalización que amenaza con resquebrajar su posición como partido sistémico. ¿A qué juega el PP? ¿Por qué no declara, de una vez, que Franco era un dictador, criminal y genocida y zanja definitivamente el flirteo con un periodo negro de la historia de España que le está haciendo desangrarse como formación democrática?
Por si fuera poco, el alcalde de Madrid, Martínez Almeida, ha rendido homenaje esta misma semana a Millán Astray –fundador de la Legión, amigo de Franco y admirador de Hitler–. Para el sobrevalorado político madrileño, la defensa de España pasa por una reivindicación de un personaje tan nefasto. Y no, no es así. Quien ama a España debe defender, como primera obligación, el proyecto democrático que asegura la convivencia de todos sus ciudadanos. De manera que fascistas como Millán Astray deben ser considerados, de partida, como enemigos de España. Quien causa muertes y no cree en la libertad jamás ha de ser puesto como ejemplo de españolidad. Ese tipo de personas no han construido la historia de España; la han destruido. Si el PP no tiene claras estas ideas elementales y de primero de demócrata, tiene un problema. Y lo peor es que si el principal partido de la derecha arrastra este problema, el conjunto de los españoles también lo arrastran y en un grado si cabe superior. O Feijóo marca distancias nítidas con la ultraderecha o el PP terminará por caer, más temprano que tarde, fuera del marco constitucional. La crisis de identidad por la que atraviesa comienza a ser un problema de Estado.
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