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El credo

Creo que los que no tienen papeles también han aportado su gota de sudor para apagar el incendio de la pandemia

Jueves, 18 de junio 2020, 01:04

Creo en los sanitarios, los policías, los militares, los periodistas. Creo en todos los que nos están ayudando a salir de esta crisis. Gracias. Y también creo que hay que dar las gracias a los mal llamados ilegales o sin papeles, aunque no haya habido nadie que les haya querido asignar un papel en el teatro del mundo.

Creo que los que no tienen papeles también han aportado su gota de sudor para apagar el incendio de la pandemia. Trabajando en huertas y cuidando de nuestras personas mayores. Ellos no solo trabajan para grandes empresarios, sino que también lo hacen para minoristas de la codicia que van de puros y, a veces, de progresistas.

Creo que hay gente que siempre ha pensado que el ser humano ilegalizado es mucho más barato, es más rentable no solo porque su necesidad le lleva a asumir condiciones de trabajo inadmisibles, sino porque su desesperado esfuerzo deprecia el valor de la mano de obra de los trabajadores autóctonos. Y así, pierden los trabajadores (legales o no) para que otros ganen. Pero, no nos engañemos: los que no tienen un papel, no generan costes tangenciales ni en educación, ni en sanidad, ni en subsidio, ni en gasto de jubilación. Son pura rentabilidad que convierte su sudor en nuestra calderilla. Poco importa que ese círculo vicioso que conforma la desesperación de los trabajadores inmigrantes les lleve a aceptar condiciones laborales impropias e indignas, y que la consiguiente degradación de las condiciones laborales de los autóctonos conlleve un cultivo peligrosísimo del racismo y la violencia.

Creo también que el tratamiento maniqueo del problema de las personas 'sin papeles' y su represión producen en este país votos, votos para los que han diseñado y se benefician de este sistema y votos para los que no tiene empacho en diferenciar a las personas según su estatus legal. Creo que es evidente que las personas no podemos seguir jugando con las reglas de juego que imponen unos pocos, devorándonos unos a otros en una esquizofrénica partida de parchís donde el único beneficiario es el que nos cobra por utilizar el tablero; un tablero en el que la concentración del poder financiero es cada vez mayor, donde las desigualdades entre ricos y pobres siguen aumentando.

Creo que tenemos que exigir políticas de cooperación y solidaridad con el tercer mundo por puro egoísmo, si queréis. Porque no solo se degradan las condiciones laborales en los países de los que importamos mano de obra, sino que también se traslada la producción a los países que pueden ofrecer una mano de obra semiesclava, y al final nos degradamos todos porque si el valor de las personas se degrada, el nuestro tarde o temprano también lo hará. Si no conseguimos acabar con esas bochornosas escenas que ha desempolvado el liberalismo economicista propias del inicio de la revolución industrial, donde niños trabajaban jornadas interminables por un salario de supervivencia quebrantando todos los derechos laborales y humanos, no pasará mucho tiempo antes de que veamos como normales esas escenas en nuestras ciudades, en nuestros pueblos. De hecho en Murcia ya hemos comenzado a verlas.

Creo también que hay que exigir políticas de integración que faciliten la acomodación de otras costumbres, de otras formas, en nuestra cultura, que propicien un enriquecedor mestizaje. Creo que el derecho a la pluralidad, al mestizaje, a la diversidad cultural –para mí por lo menos, y creo no estar errado–, tiene un listón mínimo que es la salvaguarda de los derechos humanos que nunca colocaría por debajo de ninguna orientación ni valor cultural, fuese del tipo que fuese, proviniese de donde proviniese.

Creo que garantizar la seguridad desde la base de que no existen seres humanos ilegales por el hecho de haber nacido en otro lugar y que la salvaguarda del orden público no puede basarse en la represión por su condición o lugar de nacimiento, sino por las acciones de quien violen las normas de convivencia de la comunidad. Los verdaderamente no legales son los que no permiten a los ilegales entrar en la legalidad.

Evidentemente todos estos temas exigen al final –como en cualquier cosa en materia política–, un reflejo en esos números azules sobre papel blanco que son los presupuestos del Estado. Por eso, también creo en una mayor inversión en política de integración, de respeto a los derechos de los trabajadores y a los derechos humanos de cualquier persona por el mero hecho de serlo. Causa cierta perplejidad que el actual gobierno de coalición (PSOE-Podemos) haya excluido a estas personas del salario mínimo vital.

Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra... Sí, creo. Para sentir el sentido de la vida.

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