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La estirpe de los necios es antigua. Y, según corren los años, sospecho que sea una condición sustancial del ser humano. Baste recordar la sentencia bíblica –algunos apuntan que solo en su versión popular de la Vulgata– de que «el número de necios es infinito» (Eclesiastés 1.15). Sin embargo, pese a su abundancia, la estupidez no suele ser explícita, pues permanece larvada hasta que un acontecer de relevancia la desvela, de manera que los propensos a ella despiertan del letargo para confirmar su pertenencia a esta cofradía de enfermos morales. Yo mismo, hay días en que me siento alcanzado por el virus de la necedad y ruego al destino que haya sido una afección leve y esporádica que no pase a convertirse en permanente. Pues conviene saber que los 'covidiotas' (surgidos con la pandemia) y sus diferentes familias tradicionales se agrupan en dos categorías: los necios 'ab ovo', es decir, desde el nacimiento, de estulticia intrínseca, difícil de erradicar; y, por otro lado, los circunstanciales, que aparecen según parámetros aleatorios.
La reclusión preventiva ha propiciado la aparición de este batallón agazapado que, en condiciones normales, no existía en el horizonte de la convivencia pública. Su presencia ha desbordado todos los ámbitos, pero, sobre todo, el altavoz de los medios, con incidencia exponencial en el espacio sobresaturado de las redes. Dado que la información tiende a convertirse en objeto de consumo innecesario más que en un derecho social, el interés mediático por una información continua ha multiplicado la presencia de expertos (a ser posible de universidades americanas), estudiosos, investigadores, catedráticos, virólogos, cada cual con su particular, y con frecuencia contradictorio, enfoque del problema y propuesta de soluciones.
La ciudadanía ha visto agudizarse sus miedos e histerias con la avalancha de especialistas que, encantados de esta fugaz fama mediática, agotaban su minuto de gloria ante las cámaras con análisis a menudo peregrinos, o displicentes con las difíciles decisiones tomadas sobre lo ocurrido y con recetas propias que no necesitaban demostrar, porque las cadenas no pretendían remediar la crisis sino aparentar que les preocupaba su solución. Lo peor ha ocurrido cuando algunos valoraban la gestión de la emergencia como un muestrario de errores en comparación con países donde 'todo se ha hecho bien' (como si tuviésemos algo que ver con Corea o Finlandia y no recibiéramos cada año ochenta millones de turistas venidos de fuera). Diré que no los considero necios, pero sí que su sobreexposición mediática ha sido una tremenda necedad que, sin aportar soluciones, ha alimentado las comidillas vacías, los bulos interesados, las inseguridades y el desconcierto.
Hemos visto 'covidiotas' de acoso y derribo que, en su derecho legítimo a tumbar gobiernos municipales, autonómicos o nacionales, aprovechaban los penosos momentos para ajustar cuentas políticas, antes de resolverse las pavorosas consecuencias de la emergencia sanitaria, sin esperar tiempos más adecuados para ejercer ese derecho democrático de oposición y censurar a los poderes públicos sus errores, titubeos y contradicciones. También a 'covidiotas' de manual que, yendo 'sobrados' por su escasa edad, se creían inmunes a la enfermedad y no usaban mascarillas ni distancias protectoras por estimarlo una flaqueza de ancianos y pusilánimes, sin recapacitar que su torpeza podía derivar en contagios para los padres y abuelos con quienes conviven y a menudo los alimentan o les cuidan los hijos. Otros, 'covinecios' egoístas de poca sal en la mollera, sin valorar el riesgo de contagio que muchos trabajadores precarios corren en sus ocupaciones laborales, sobre todo por encargos superfluos, solicitaban que mensajeros o recaderos, por mal nombre 'riders', les trajeran a casa caprichos de escasa necesidad como un zumo para merendar, la flor para agasajar un cumpleaños, gominolas para los niños o les hacían regresar para devolver la camiseta 'fashion' que no les satisfacía.
Demasiados 'coronidiotas', necios contaminantes, han contribuido con su ignorancia y despreocupación a la polución plástica del planeta tirando desechos de mascarillas y guantes en lugares inadecuados. Y mientras, en el Congreso, 'covidiotas' con pedigrí del Gobierno y la oposición se enzarzaban en reyertas personales, olvidando que, en la calle, el país homenajeaba a los fallecidos o que a la misma hora empresas como Nissan y Alcoa dejaban sin empleo a tres mil quinientos trabajadores.
Advertencia última. Con los necios conviene la prudencia elemental de alejarse y jamás entablar controversia, pues habitan un espacio que dominan y cuyas reglas usan con comodidad y destreza, por lo que suelen ganar por goleada. Reglas tramposas como el subterfugio, las traiciones y la zancadilla artera, el empleo del eufemismo para ocultar la verdad, las ventajas del oportunismo y, en fin, la carencia de unas normas éticas, esas que permiten vivir en sociedad y no en una selva donde rige la lucha por la vida. Esperemos que el fin de la emergencia frene asimismo el auge de tanta necedad.
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