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Cornudos y apaleados

VERITAS VINCIT ·

¿Tan ciegos estamos que no somos capaces de advertir el peligro que nos acecha?

Lunes, 5 de octubre 2020, 09:49

Juan de Timoneda, conocido escritor, dramaturgo y editor valenciano, en su novela 'El patrañero' describe el ingenio de una licenciosa mujer que, teniendo amoríos pecaminosos con un sirviente, denuncia al marido que el fámulo la persigue con intereses eróticos y que es menester darle escarmiento; le anima a disfrazarse con sus ropajes y a esconderse en el granero donde seguro que el criado irá a reunirse con ella. Mientras el marido aguarda, y una vez la infiel ha disfrutado de las delicias de la carne, la infame ordena al amante que vaya al corral y apalee al cornudo esposo quien, disfrazado de mujer, recibe la tunda al grito de: «Adúltera, mereces este castigo».

Confinados hasta la extenuación, muertos miles, contagiados miles más, con diversas secuelas otros, engañados todos con las mentiras del Gobierno en boca de don Sánchez, don Simón y don Illa. Arruinados, desesperados, abatidos por una nueva ola, hartos de bozales y restricciones; atemorizados por la cantidad de nuevos contagios y muertes, batiendo el récord del peor país de Europa en gestión del virus; sin ver ni de lejos esos brotes verdes, esa recuperación que no llega, esa fortaleza con la que nos decían que íbamos a salir de la pesadilla. Atónitos ante esta nueva normalidad, resulta que, para más inri, somos los culpables, no unos pocos irresponsables, que los hay, sino todos, los que presos de nuestro individualismo, de nuestra secular indisciplina, nuestra rebeldía, desconfiamos de quien, gracias a su excelente gestión, ha salvado a más de cuatrocientos mil españoles de una muerte cierta, o de quien, como don Iglesias, que cual rico Epulón no duda en esparcir las migajas de su banquete para que podamos saciar el hambre que con su ineptitud estamos padeciendo. Somos ignorantes, desagradecidos, pesimistas sin razón, en definitiva: además de cornudos, apaleados.

Pero no para ahí la cosa. Para estos incapaces, infames y mentirosos, hay más culpables sobre los que poner el foco para despistar al sufrido pueblo y tapar todas sus falacias. Franco, desde su tumba anterior y ahora desde el recuerdo; el rey emérito desde su corrupción, el actual que osa desafiar a un Gobierno salido de las urnas; la Transición protagonizada por unos blandengues que no entendieron nada, que olvidaron cobardemente a los verdaderos demócratas, a los republicanos que dieron sus vidas por defender la democracia. Cuánta mentira fascista, qué desagradecidos, qué malvados, todas esas trolas se van a acabar de un plumazo cuando se apruebe la nueva Ley de Memoria Democrática. Casado y su PP, traidores a España por no querer apoyar al 'Salvador', nunca jamás tendrán un puesto en el Gobierno de España, el del moño 'dixit'. No digamos nada de la infeliz Ayuso o el fascista Abascal. Estamos tan ciegos que no vemos el bien que a los españoles nos están haciendo y nos van a hacer los bilduetarras, los independentistas, los comunistas bolivarianos, gente de bien, a las órdenes de don Sánchez, animados por el mayor espíritu de paz y concordia, candidatos todos al Nobel de la Paz.

Cuánta patraña, si viviera Juan de Timoneda a buen seguro dedicaría a este patético momento un largo capítulo de su 'Patrañero', y el cornudo y apaleado no sería un pobre marido sino un pueblo entero. ¿Tan ciegos estamos que no somos capaces de advertir el peligro que nos acecha? Jamás me fie de estos gobernantes, pero mi problema es que ahora he perdido la fe en parte de mis compatriotas, los que no entran en razón, los que no admiten debate, los que, inoculados y abducidos por alguno de los medios al servicio del poder, piensan que cualquier decisión de don Sánchez y su banda es dogma de fe; son totalitarios y el totalitarismo, como el comunismo, es bastante peor que el fascismo. Tal vez tenga la razón nublada, tienda a la exageración, mi reputado optimismo está flaqueando y no vea más que sombras y peligros. Pero coincidirán conmigo en que todo está cambiando, la mentira es aceptada, el honor brilla por su ausencia, todo vale con tal de mantener el poder, los valores que siempre han sido nuestro referente no existen, la moral está en almoneda.

Me agarro a un clavo ardiendo y de nuevo recito con Borges:

No te arredres, la ergástula es oscura,

Pero en algún recodo de tu encierro.

Puede haber una luz, una hendidura.

El camino es fatal como la flecha,

Pero en las grietas está Dios, que acecha.

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