Es el consentimiento, estúpido
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Esa derecha que acusaba machaconamente a Igualdad de «criminalizar al hombre» ahora lo que no soporta es la rebaja en las condenasHaberse criado, como un servidor, en la España de los años de hierro de la droga de los 80 y primeros 90 aporta, es verdad, ... lo suyo de traumas. En el Polígono de la Paz, donde vivía con mi madre, no era raro descubrir por la mañana el cuerpo frío de algún hijo del barrio en algún portal. Por verle el lado bueno –si es que lo hay–, mi generación es más difícil de engañar con alarmismos (alarmismo: teoría y práctica de asustarte con datos falsos para que te instales una alarma). A esos señores xenofobitos de derecha les podemos recordar que aquello sí era inseguridad ciudadana, sin inmigración ni nada, sin necesidad de irnos a los datos del Sistema Estadístico de Criminalidad o a Eurostat para corroborarlo. No sé si tú, lector, serás o no de mi quinta o si arrastras esos traumas: te invito por si acaso a consultar los datos por ti mismo y comprobar que vivimos en uno de los momentos más seguros y pacíficos de nuestra historia.
Y, por qué no, podemos llevar este didáctico ejercicio de memoria un pasito más allá. Recordemos cómo era encontrarse con un grupo de adictos de la época, con o sin bolsa de pegamento en la boca. Que te metiera en un callejón un tipo enloquecido y desesperado, te pusiera una navaja o una jeringuilla en el cuello y te sacara los cinco, diez o veinte duros que llevaras encima. Puede que me ocurriera veinte o treinta veces, a lo largo de mi adolescencia. Era tan común que casi ni nos molestábamos en denunciarlo. Teníamos nuestros trucos: llevar las monedas en el calcetín; evitar ciertos barrios, ciertas calles; acompañarnos unos a otros para volver a casa, etcétera.
A partir de la aprobación, en el 85, del Plan Nacional sobre Drogas, y, sobre todo, de la paulatina implantación de los Centros de Atención a las Drogodependencias, el país fue saliendo de la pesadilla. El enfoque sobre las adicciones, entendidas como un problema de salud mental, social y pública con consecuencias perniciosas sobre la seguridad ciudadana (y no al revés), fue el correcto. Miedo me da pensar qué habría sido de esta iniciativa en un clima político como el actual, con tanto iluminado e irresponsable agitando el espantajo del punitivismo como solución a todos los males. Me pregunto de dónde habrían salido los recursos en un país obsesionado con recortar impuestos (ergo recortar servicios públicos), como el que pisamos ahora.
Y había un aspecto más sobre el que disfrutábamos de una sana unanimidad: nadie dudaba de ti cuando volvías a tu casa y contabas, con la voz un poco temblorosa, que te acababan de pegar una chirla. Nadie te buscaba las heridas de arma blanca en el cuerpo para corroborar tu versión. Nadie insinuaba que tal vez le habías dado la guita por gusto, pero luego te habías arrepentido y te habías inventado lo del cúter para arruinarle la vida. Nadie te acusaba a ti de criminalizar y odiar a los chavales en lugar de dejarlos que camelen como ellos camelan si le quieren dar un poquito a la mandanga. Ningún problema con el consentimiento. Los límites entre limosna y chirla diáfanos, sólidos, grabados a fuego: aquí el agresor, aquí la víctima, con o sin marcas de violencia, con o sin resistencia física al robo.
¿Y todo esto por qué lo digo? A quienes defendemos la ley de 'solo sí es sí' se nos acusa por activa y por pasiva de «no saber hacer pedagogía». Bueno, pues pedagogía os traigo: el meollo de la ley no está en la menor horquilla de penas para los tipos menos graves, sino en el consentimiento. El enorme bombardeo mediático sobre reducciones de pena nos hace olvidar el pecado original de la legislación anterior, que nos granjeó un tirón de orejas por parte del Consejo Europeo en 2020, conminándonos a modificar el Código Penal relacionando violación con no consentimiento. La indignación por la excarcelación anticipada de tal o cual delincuente sexual saca de foco a los que no dejaban heridas, beneficiándose así del antiguo Código. No es la única paradoja. Esa derecha que acusaba machaconamente a Igualdad de «criminalizar al hombre» ahora lo que no soporta es la rebaja en las condenas. Ahora que la ley del 'solo sí es sí' está a punto de ser descosida, ahora que volvemos a dividir a las víctimas en buenas y sospechosas, ahora que 'solucionamos' el problema del consentimiento dándolo por hecho cuando no aparece sangre, llega la mayor paradoja de todas: que una vez que PSOE y PP voten contra la Ley y volvamos al pasado se acabarán de golpe las portadas, las tertulias y los titulares a cinco columnas. Todo borrado. Menos de nuestra memoria, claro.
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