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A mis conciudadanos

España solo tiene futuro si opta por una identidad valiente y cosmopolita, que no mire al mundo desde el miedo al diferente

Jueves, 27 de agosto 2020, 02:10

El sol sale del mar tras la silueta de la Isla Grosa. Sumergirte en las aguas que unen la isla con la costa te quita el verano de un golpe y te hace olvidar la triste realidad que va penetrando groseramente en nuestro espacio público y privado. El ruido de discursos que alimentan pulsiones de odio y violencia. Las bravuconadas de justicieros al margen de la ley que cuestionan las instituciones y la legitimidad de gobiernos elegidos democráticamente.

A España le falta moderación, pero no solo a nivel político, sino a nivel de ciudadanos de a pie. Los dos grandes partidos de nuestra democracia tienen que dar un claro ejemplo de institucionalidad. Hay algunos gestos. Que un partido republicano como el PSOE se haya convertido en el sostén de la monarquía parlamentaria, en tanto que piedra angular de nuestra Constitución, da noticia de su responsabilidad política. Que Casado haya destituido a Álvarez de Toledo escenifica un posible cambio de rumbo –esperemos que no se quede en un mero cambio de caras– hacia la centralidad del Partido Popular. El PP es la frontera con Vox y, como hace Merkel en Alemania, tiene que combatir sin tabúes a la ultradrecha, de lo contrario corre el riesgo de acabar siendo devorado por esta. Travestirse en extrema derecha no parece la estrategia adecuada, la fotocopia da oxígeno y consolida las ideas del original. España necesita una alternativa moderada y constitucional, un adjetivo del que Vox, contrario al Estado de las autonomías, a los derechos forales y en mi opinión enraizado en una ideología nacionalista contraria al espíritu de los tratados europeos, no puede presumir. Por otra parte, que las urnas hayan castigado a Podemos en Galicia y en el País Vasco refleja el achicamiento del espacio político radical de Podemos.

Hay que recuperar la pedagogía política para cambiar la deriva de nuestra patria. El odio, la falta de objetivos comunes, la ausencia de cooperación, la división en microtribus, solo pueden conducir –como tantas veces ha sucedido en la historia de España– al empobrecimiento y al achicamiento de nuestro país.

Si no queremos caer en las garras de la regresión, no debe haber lugar al ombliguismo ni a la cerrazón

España solo tiene futuro si opta por una identidad valiente y cosmopolita, que no mire al mundo desde el miedo al diferente, desde el encierro en un supuesto pasado mejor que nunca existió. No tenemos razones para el miedo, compartimos la lengua española con un total de 580 millones de hispanohablantes, además de nuestras cuatro lenguas cooficiales que agrandan el patrimonio y la producción cultural de España: catalán, euskera, gallego y aranés. Somos parte de la Unión Europea, un espacio de prosperidad, progreso y bienestar compartido sin comparación en ningún otro lugar del mundo; tenemos capital humano, y colectivamente hemos construido un país, que no sin problemas y déficits, puede presumir de democrático, libre y dinámico económica y socialmente.

Si no queremos caer en las garras de la regresión, no debe haber lugar al ombliguismo ni a la cerrazón, debemos querer formar parte de una 'tribu' abierta al mundo, al intercambio, valiente, que no teme a la diferencia, porque aunque conoce sus debilidades también sabe de la fuerza de su colectivo. Como dice el político e investigador británico David Lammy, necesitamos invertir en una 'nation-building' positivo, en la construcción de una identidad en la que no sobra nadie, que no se basa en divisiones empobrecedoras, sino en la cooperación en torno a un corpus de valores democráticos y aspiraciones de progreso, mejora, estabilidad y bienestar.

Dicen que se avecina un otoño caliente... No perdamos el tiempo en batallas estériles, la prioridad ahora es no perder el tren de la digitalización, la cuarta revolución industrial o la transición ecológica, y por tanto ser capaces de presentar los mejores planes posibles para acceder al nuevo fondo europeo de recuperación e invertir en modernizar nuestra economía y nuestras administraciones públicas. Si perdemos esos trenes, simplemente perdemos el tren del futuro y nos condenaremos al encierro, a la marginación, a la falta de libertades y a formar parte de la periferia del mundo. Tampoco debemos de soltar nunca la bandera, parece evidente que los seres humanos necesitamos pertenecer a algo más grande que nosotros mismos y personalmente me niego a formar parte de una identidad colectiva rencorosa, divisiva, acobardada, iliberal y encerrada en sí misma. Invirtamos en poner en valor quiénes somos, hasta dónde hemos llegado, la fuerza de nuestro coraje y apertura al mundo, denunciando también los errores del pasado en los que por el bien común no debemos volver a caer.

Buen fin del verano y buen otoño. Pese a lo difícil de estos tiempos, tenemos la oportunidad de trabajar juntos para construir cosas más que grandes que nosotros mismos. Ánimo y adelante.

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