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Ahora mismo piso las calles de lo que fue Santiago. Tras tres años de separación obligada por la pandemia de la Covid, hace una semana que volví a Chile. Nada más poner el pie en tierra, empecé a notar que algo iba mal, que no ... había ni rastro del éxito del modelo económico chileno que tanto nos vendieron. Me encontré una sociedad que emerge maltrecha de los efectos devastadores de la pandemia de la Covid-19. Me di de frente con uno de los países con mayor desigualdad social del mundo: según la última edición del informe Panorama Social de América Latina elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el 1% más adinerado del país acumula el 26,5% de la riqueza, mientras que el 50% de los hogares de menores ingresos accedió solo al 2,1% de la riqueza neta del país. ¿Es un éxito la desigualdad? Lo dudo.
Pese a este panorama nada esperanzador, las clases pudientes ponen palos en las ruedas al anuncio del nuevo Gobierno de avanzar hacia la construcción de un auténtico estado de bienestar, cuya consecución precisaría de más de una legislatura y un acuerdo amplio de todas las fuerzas políticas. Algunos, los de siempre, vuelven a recurrir a la cultura de la calima, poner mierda en suspensión hasta que la atmósfera sea irrespirable y, por cansancio, nos olvidemos de qué es el aire limpio. Los representantes de la caverna política y económica, envueltos en la bandera de la patria, acusan al nuevo Gobierno de un espíritu dictatorial que solamente ellos conocen mejor que nadie. Todo me recuerda a aquella ignominiosa campaña que se desarrolló en España a principios de los años 90: «Váyase, Sr. González» (para que volvamos los de siempre... falta añadir).
Quizás nunca existió un oasis económico en medio de una región con serios problemas. Quizás solo fue un espejismo inventado por quienes derrocaron por la fuerza a Salvador Allende y ahora quieren tumbar al Gobierno democrático de Gabriel Boric. Revisemos la historia. En 1973, tras asesinar a Allende y arrancar al Gobierno socialista del Palacio de la Moneda, el dictador Augusto Pinochet le encargó a un grupo de graduados de la Universidad de Chicago, los Chicago Boys, la ejecución de la estrategia económica del país. Chile se convirtió en un laboratorio de políticas neoliberales que alumbró un nuevo modelo que asentaba sus bases en la liberación financiera, la relajación del control estatal de la economía, la privatización de servicios públicos esenciales y el llamamiento a la inversión extranjera para que se hiciera cargo de un país que, por arte de birlibirloque, se convertía en una suntuosa empresa.
Los indicadores macroeconómicos de Chile brillaban, pero esas cifras escondían la tormenta perfecta. Detrás de las cifras siempre hay personas: el 50% de la población activa chilena percibe un salario de 500 € al mes, según la Encuesta Suplementaria de Ingresos elaborada por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), mientras que el sueldo mínimo actual es de 420 €.
A primera vista, si se compara con otros países de América Latina, podría parecer que no es poco dinero, pero con los precios de Chile les adelanto que es difícil llegar a fin de mes. Les pongo algunos ejemplos de los precios que corren por aquí: un café cuesta 1,60 €, una cerveza nacional (0,5 litros) vale 2,87 € y un menú te puede salir por no menos de 20 €.
La cosa se pone peor cuando tomas en consideración el salario indirecto, lo que nosotros conocemos como servicios públicos: salud, educación, protección social, etc., así como la provisión de algunos suministros de primera necesidad: luz, agua potable, etc. Por ejemplo, los ingresos en el futuro de un chileno dependerán de la educación que te puedas pagar. El coste promedio para un año académico en una universidad chilena es de 3.860 euros aproximadamente, un precio inalcanzable para la inmensa mayoría, pudiéndose aplicar la máxima que reza: 'Cuando el hijo del pobre come jamón es que uno de los dos está malo, o el crío o el jamón'. Evidentemente, la movilidad social es casi inexistente: solo se mueven los críos que nacen con un jamón debajo del brazo.
Otra tarea pendiente es la reforma de un sistema de salud inequitativo donde tanto dinero tienes a tanta salud accedes. El sistema de pensiones es un fondo privado al que únicamente aportan los empleados (los empleadores no aportan nada) y el promedio de pensión de un chileno son 250 € mensuales.
En nuestro país, España, cada vez hay más defensores del modelo chileno. La señora Ayuso se presentó a las elecciones que ganó abrumadoramente con el lema 'Comunismo o libertad' (aunque todos sabemos que para ella libertad es poder elegir la terraza donde sentarse a tomar una cerveza). Pues bien, si Chile es un ejemplo de libertad, yo me desapunto. Y nunca he sido comunista. Pero reivindico el modelo liberal y social sobre el que se construyó Europa tras las II Guerra Mundial y al que se sumó nuestro país no hace tanto tiempo. En definitiva, si queremos libertad necesitamos igualdad.
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