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Ni siquiera durante la etapa de la Administración estadounidense más negacionista con el cambio climático, cuando Bush dijo 'no' al protocolo de Kyoto y no asistió a la cumbre del clima de Johannesburgo (2002), se ponía en duda que los nitratos y los fosfatos, que hacen crecer las plantas de los cultivos agrícolas, son la primera causa de los procesos de eutrofización de las aguas. Meses después de esa cumbre, el Departamento de Estado de EE UU organizó un viaje para mostrar a la prensa europea su compromiso con el medio ambiente. Nos llevaron a Annapolis, a unos 40 kilómetros de Washington, para ver sus esfuerzos por controlar la calidad de las aguas en la bahía de Chesapeake, el estuario más grande de Estados Unidos, con 332 kilómetros de longitud. Famosa por sus ostras, esta bahía sufre escorrentías agrícolas que periódicamente provocan floraciones explosivas de algas verdes que, al morir y descomponerse, dejan los fondos con poco oxígeno (hipoxia) o ninguno (anoxia). Lejos de negar el origen de sus 'sopas verdes', las autoridades las encaraban con dinero, mucho dinero, y asesoramiento científico. Lo mismo sucedía, como pudimos conocer in situ, en el lago Champlain, una enorme masa de agua alimentada por 72 ríos, situada entre los Estados de Vermont y Nueva York, y no lejos de Quebec. Desde 1990, el lago Champlain es objeto de un proyecto de conservación financiado por el Congreso de Estados Unidos. En la bahía de Chesapeake se comenzó antes a trabajar porque ya desde los años 50 la eutrofización de origen agrícola había provocado las primeras 'zonas muertas'. Se llaman así a las extensiones de aguas sin vida en océanos y lagos a causa de acusados procesos de eutrofización por vertidos agrícolas y de aguas residuales con nutrientes. En el mundo hay identificadas más de 400 'zonas muertas'. Pueden ser permanentes, estacionales o aparecer puntualmente. Las más conocidas están en el Golfo de México y en el Mar Negro. Este año se espera que la 'zona muerta' de la bahía de Chesapeake sea una de las más grandes de los últimos 20 años.

La muerte de miles de peces en la playa de Villananitos es la consecuencia, ni más ni menos, de la primera 'zona muerta' del Mar Menor. Y no será la última. Según los científicos que asesoran al Gobierno regional, las condiciones favorables a otra crisis anóxica se están acentuando en la laguna. Todo cuanto ha sucedido, sucede y puede suceder en el Mar Menor está descrito por las ciencias del medio ambiente. Marten Scheffer, un científico holandés premiado por la Fundación BBVA por sus estudios sobre la eutrofización de los lagos, demostró que los ecosistemas sometidos a este tipo de agresiones, como el Mar Menor o los humedales de Doñana, van adaptándose gradualmente en un ejercicio de resiliencia, pero pueden llegar a un punto de no retorno en el que colapsan, aun cuando cesen totalmente los aportes de nutrientes. El Mar Menor ha podido llegar a ese punto. Aún no puede saberse, pero pinta mal, muy mal, porque el acuífero está contaminado y descarga en la laguna. Nadie puede alegar ignorancia. Estábamos advertidos desde 2010. Lo dejaron por escrito los técnicos de la CHS en el Plan de Cuenca y quedó titulado por 'La Verdad' en una información: 3.000 toneladas de fosfatos y nitratos 'matan' cada año al Mar Menor. Un día después, el consejero de Agricultura negó la mayor: «El Mar Menor está mejor que nunca». Y la laguna siguió muriendo.

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