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Si en estas fechas, disfrutando de unas merecidas vacaciones o trabajando mientras soporta estoicamente los sofocantes días veraniegos, ha continuado prestando algo de atención a ... las noticias nacionales, se habrá percatado de que otra enfermedad completamente desconocida para nosotros, y de nombre como poco bastante 'exótico', ha entrado en nuestras vidas y ocupado un pedacito de la actualidad informativa. Y es que la enfermedad por el virus de Oropouche -también se acepta Oropuche en el ámbito hispanohablante- ha hecho su aparición estelar en nuestro continente, dejando un reguero de casos en nuestro país -ya se han confirmado más de una decena- y presentándose en otros como Italia o Alemania, donde también se han detectado algunos casos.
El virus de Oropouche, como tantos otros que nos visitan últimamente, se encuentra establecido principalmente en Suramérica y algunas partes de Centroamérica, además de ciertas zonas del Caribe. Países como Brasil, Perú o Bolivia han sido zonas tradicionalmente afectadas, especialmente diversas áreas del gigante brasileño, si bien, como ya ha sucedido con otros agentes similares como el dengue, el Chikungunya o el Zika, los últimos años se han caracterizado por la detección y expansión de este virus en nuevos países y áreas donde hasta hace unos pocos años no estaba presente o, al menos, no había sido diagnosticado. Ante esto, la pregunta que surge es evidente: ¿debemos preocuparnos?
Los casos diagnosticados hasta ahora en nuestro país son importados. Eso significa que las personas no se han infectado en España, sino que han adquirido la infección en alguna de las zonas donde el virus circula con asiduidad. En este caso, parece ser que todos los viajeros infectados proceden de la isla caribeña de Cuba, donde más o menos recientemente se ha notificado un brote de esta infección vírica. Este virus, aunque puede transmitirse de otras formas, principalmente requiere la intervención de vectores -mosquitos en este caso- que son los que mantienen el ciclo de la infección 'alimentándose' de la sangre de individuos en fase virémica y transmitiéndolo con posterioridad a otros. Eso significa que, de momento, debemos estar tranquilos, pues las posibilidades de que pudiera establecerse un ciclo similar en Europa en estos momentos parecen bastante remotas.
Afortunadamente, las personas que padecen el virus de Oropouche, que por curiosidad les diré que adopta el nombre de la región de Trinidad y Tobago donde se diagnosticó la primera persona infectada, manifiestan una sintomatología general -náuseas, dolor de cabeza, dolor muscular y articular o vómitos- con escasas posibilidades de desarrollar una sintomatología más grave, lo que genera un buen pronóstico para los infectados al cabo de algunos días o semanas. Sin embargo, a pesar de ello, esta nueva aparición de una enfermedad emergente sigue la estela marcada a lo largo de estos últimos años por diversos agentes infecciosos que, como los antes mencionados u otros de infausto recuerdo para todos como el SARS-CoV-2, nos recuerdan que son capaces de presentarse un día en nuestras vidas para, en algunas ocasiones, cambiarlo todo.
Desafortunadamente, no hay recetas mágicas. Virus con un 'modus operandi' similar al virus de Oropouche, que se mantienen con un ciclo selvático en la naturaleza -entre vectores como mosquitos y garrapatas y algunas especies animales- y en ocasiones afectan al ser humano, ya han llegado y se han quedado en España. Sin ir más lejos, este verano, son varias decenas las personas afectadas con la enfermedad del Nilo, principalmente en la provincia de Sevilla, y hace pocas fechas, lamentábamos también un fallecimiento en Madrid por la enfermedad de Crimea-Congo. Zoonosis, ambas, transmitidas desde los animales a las personas, cuyo ciclo silvestre hace inabordable su erradicación y nos obliga a extremar todas las precauciones para evitar el contagio. En el caso del Oropouche, especies como el emblemático perezoso, parecen tener un papel epidemiológico en el mantenimiento de la infección en el continente americano, pero que no los tengamos aquí, no significa que otras especies y vectores no puedan, en un momento determinado, desempeñar un papel similar.
Aspectos como la globalización, los viajes masivos de personas, el tránsito de mercancías o el cambio climático han facilitado el contacto, la interacción y la llegada a nuestras vidas de nuevos agentes infecciosos como este. Es difícil pensar que pueda invertirse esta tendencia a corto plazo. Solo nos queda estar lo mejor preparados posible e invertir buena parte de nuestros recursos en el diagnóstico, la prevención y la información.
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