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Andaba las últimas semanas la comunidad científica y sanitaria con un ojo pendiente en lo que nuevamente sucedía en el centro de África, cómo no, ... en la República Democrática del Congo. No se trataba en esta ocasión de un nuevo episodio de la epidemia de mpox –más conocida como la viruela del mono–, que lleva varios meses de moda después de que la Organización Mundial de la Salud declarase la emergencia sanitaria mundial en un intento de recabar ayuda, apoyos y sobre todo vacunas para tratar de controlar el elevado número de casos en la zona. Tampoco se trataba de ningún brote de ébola, originario de este país africano, o alguno de los episodios de cólera que de modo recurrente han aparecido en diversas fases de la historia de este país, carente 'de casi todo'. Así podríamos seguir mencionando un elenco de enfermedades muy complejas con las que, afortunadamente, nosotros no tenemos que convivir en nuestro día a día. A pesar de todo esto, no era eso lo que preocupaba a las autoridades estas últimas semanas.
Y es que, pendientes de cualquier atisbo de posibilidad que pueda generar la siguiente pandemia a nivel mundial, lo que generaba dudas y temor era la presentación de una infección, «aparentemente desconocida», en una zona remota del país centroafricano, la provincia de Kwango, con varios centenares de personas afectadas y un balance de más de 140 muertos. Los síntomas, similares a la gripe –con fiebre, dolor de cabeza, dolor articular o sintomatología respiratoria de diversa gravedad en las personas afectadas, entre otros–. La causa, desconocida. Tanto que, durante estas semanas se ha denominado a este episodio como 'enfermedad X'.
Pues bien, descartada la participación de los virus gripales en este brote clínico, los datos disponibles en estos últimos días parecen aclarar lo que está sucediendo, y decantar la balanza hacia la presencia de un cuadro clínico de malaria. Esa enfermedad parasitaria que nos suena tan lejana, casi de otro siglo, también conocida como paludismo. Esa patología ocasionada por diversas especies del género Plasmodium, y transmitida principalmente por las hembras de un tipo de mosquitos –Anopheles– que se encuentra ampliamente distribuida en diversas zonas del planeta. Lo que resulta aún más estremecedor es que la sintomatología observada, al parecer, está relacionada con las complicaciones asociadas al estado corporal y nutricional de muchas de las personas infectadas, factor que parece haber generado el cuadro antes descrito. Es decir, el hecho de no tener prácticamente que comer, del elevado nivel de desnutrición, hace que los afectados, en muchos casos niños de menos de 5 años, no sean capaces ni de plantar la mínima batalla a estos terribles parásitos, responsables de la pérdida de cientos de miles de vidas anualmente en la sociedad del bienestar en la que vivimos en la actualidad. Paradójico.
El mundo puede respirar aliviado, por esta vez, porque no se está gestando ninguna nueva pandemia en las selvas del Congo, ni ha surgido ningún otro coronavirus respiratorio que pueda amenazar nuestras fronteras en las próximas semanas o meses. Lo que ha pasado es, 'tan solo', un episodio más de las tremendas diferencias que existen en función de la suerte donde te haya tocado nacer y sobre todo, vivir.
Decían los especialistas que la solución no es olvidarse de todo esto y correr un tupido velo. Que no podemos obviar las condiciones de vida que sufren miles de personas en todo el mundo y que, en ocasiones, fomentan actividades y situaciones de riesgo para que surjan nuevas enfermedades. Que no podemos simplemente cerrar nuestras fronteras y protegernos –como si de un búnker se tratara– de lo que pueda estar gestándose en algún rincón africano, asiático o sudamericano. Que las enfermedades no entienden de fronteras, ni de especies. Que tenemos que actuar 'in situ', que tenemos que ayudar allí donde más se necesita para poder prevenir, detectar y vigilar la aparición de estas posibles enfermedades lo antes posible. Todo eso que ya sabemos.
Lo curioso de este caso es que lo que está aconteciendo en esta remota zona del Congo ya no es solo una cuestión sanitaria, sino un problema tan o más grave aún, una cuestión alimentaria, la desnutrición. Se trata del acceso a lo más básico. Llevado a tal extremo que hace que las manifestaciones clínicas que se han estado observando en estas primeras semanas en las personas afectadas no pudieran ser relacionadas directamente con una terrible plaga como la malaria.
El refranero español es muy sabio y siempre encuentra las palabras exactas para cada situación: a perro flaco... todo son pulgas.
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