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Como cada año por estas fechas, la última semana de septiembre –concretamente el día 30– se daba el pistoletazo de salida en nuestra comunidad autónoma ... a una nueva campaña de vacunación frente a la gripe y el Sars-CoV-2, agente causal de la covid-19. Los menores escolarizados entre los 2 y 5 años, junto a determinados colectivos prioritarios para su administración como las personas mayores, las que presenten alguna discapacidad o los trabajadores sanitarios –entre otros–, serán de los primeros en vacunarse, teniendo en cuenta el riesgo de infección o el de presentación de complicaciones y efectos más graves de este tipo de virus respiratorios. Algunos de los objetivos concretos de la campaña están orientados a conseguir elevadas coberturas vacunales del orden de al menos el 75% en las personas mayores de 65 años y el personal sanitario, siendo algo menor, del orden del 60%, para otros colectivos como las mujeres gestantes y otros grupos de riesgo.
Otro año más, la vacuna gripal que nos administran estará compuesta por varios virus de los tipos A y B, incluyendo los subtipos H1N1 y H3N2 entre los primeros de ellos, y 1 o 2 cepas del tipo B –dependiendo de si son vacunas trivalentes o tetravalentes–. En este punto, y aunque siempre desata cierta extrañeza, siempre conviene recordar que casi todos los virus gripales tipo A tienen su reservorio natural y proceden de las aves, principalmente de las anátidas (como los patos o los cisnes), si bien el H1N1 del que nos vacunamos ahora, tiene origen porcino. Surgido de una combinación de virus humanos, aviares y porcinos, no es ni más ni menos que una evolución del famoso virus de la gripe porcina que apareció en 2009, y que, un tiempo después, desplazó al virus circulante en la especie humana y se quedó con nosotros. Tan a gusto está, que va camino de quedarse al menos durante dos décadas.
La línea que divide la salud humana de la sanidad animal es imperceptible algunas veces e inexistente la mayor parte de ellas. Los virus gripales son uno de los ejemplos más claros. El hecho de que el material genético de este tipo de virus (ARN) esté dividido en fragmentos, permite que si varios virus de diverso origen coinciden en el mismo hospedador –lo que sucede mucho en los cerdos–, sea factible que puedan surgir nuevos virus formados por la recombinación de este. De hecho, en la campaña de vacunación de este año 2024, también se le presta especial atención a los colectivos profesionales que conviven con estas especies animales y otras, como puedan ser los mustélidos –visones, hurones– o los animales silvestres. Este hecho viene motivado no solo a efectos de evitar en la medida de lo posible los riesgos para la salud de los trabajadores, sino para reducir, en la medida de lo posible, todas las situaciones que pudieran facilitar una eventual coinfección y posterior combinación de virus en algún animal. Matamos dos pájaros de un tiro.
Pero no nos olvidemos de la covid-19, que, cuatro años después de su aparición, como buen coronavirus, sigue mutando y mutando constantemente. Si no me equivoco, son ya más de 26 las variantes contabilizadas del famoso virus de Wuhan, y este año, en la vacunación, se incluye la JN.1, muy relacionada genéticamente con la ya 'casi olvidada' Pirola, y padre de una 'nueva criatura' surgida en 2024 que ya genera problemas y tiene mucho protagonismo, como es la KP.2. Siglas y siglas que, a efectos prácticos, se traducen en la necesidad de vigilar constantemente la evolución de este tipo de microorganismos, a efectos de, como en el caso de la 'más tradicional' gripe, decidir qué incluimos en la composición de ese pequeño milagro que supone cada año eso que llamamos vacunación.
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