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El código de Hammurabi, que todos estudiamos en la escuela, escrito en piedra en el siglo XVIII a.C. en la antigua Babilonia, está considerado ... uno de los conjuntos de leyes más antiguos que se conocen. Expuesto en el museo parisino del Louvre, todo el que haya tenido la oportunidad de verse al lado de semejante tesoro, habrá salido poco menos que impresionado. Lo que tal vez desconozcan muchas personas es que, entre las 282 leyes que recoge semejante patrimonio mundial, una de ellas está dedicada a una enfermedad, la rabia, la misma de la que vacunamos todos los años a nuestras mascotas. Viene a exponer algo así como que «si un perro tiene la rabia y este hecho ha sido puesto en conocimiento de su dueño por parte de las autoridades, si el desgraciado can muerde a una persona y le ocasiona la muerte, su dueño deberá afrontar el pago de una multa de 40 siclos de plata –solamente 15 si se trata de un esclavo, cosas de la época–. Más allá del valor histórico de semejante testimonio, esta afirmación legal, confirma la importancia de una enfermedad que hace ya casi 40 siglos causaba estragos de tal importancia como para legislar específicamente frente a sus consecuencias. Un aspecto en el que, desafortunadamente, no ha perdido interés ni protagonismo.
Y es que, como cada 28 de septiembre, esta efeméride anual, que coincide con la fecha de la muerte de uno de nuestros grandes genios, Louis Pasteur, sirve de marco para la celebración del Día Mundial contra la Rabia. Nos recuerda que, desafortunadamente, tanto tiempo después de lo escrito en tierras mesopotámicas, esta enfermedad vírica sigue con nosotros, vigente, actual y letal. Afortunadamente, en nuestro país, lo hace de forma anecdótica, representada por alguna persona que es mordida en otro lugar –la última persona fallecida en España fue mordida por un gato en Marruecos en 2019–, o algunos canes que adquieren la infección en las ciudades autónomas de Ceuta o Melilla, en el continente africano. Aquí, nos limitamos, y desafortunadamente, no en todos los casos, a vacunar a nuestras mascotas, sin caer en la situación de otros países, principalmente asiáticos y africanos, donde el número de fallecidos anual supera en muchas ocasiones las 60.000 personas. Y es que, como ya hemos experimentado recientemente, las cosas se olvidan muy pronto. Y más cuando no son parte de nuestro día a día. No nos damos cuenta de que, en muchas ocasiones, somos unos verdaderos privilegiados.
Pero no debemos bajar la guardia. Hay que mantener la vacunación de nuestros fieles compañeros, algo que, por cierto, no es obligatorio en algunas comunidades autónomas. A mi juicio, un verdadero disparate. Más de un siglo después de que el afamado científico y médico francés desarrollara y aplicara su famosa vacuna al niño Joseph Meister, un 6 de julio de 1885, la ausencia de casos no puede servir de excusa para relajar las medidas que, precisamente, nos han llevado a disfrutar de tan valiosa situación sanitaria. Por otra parte, debemos tener en cuenta que la rabia también dispone de reservorios en los animales silvestres, y que, sin ir más lejos, debemos tener cuidado con los quirópteros, los murciélagos. Son, en algunos casos, portadores del virus y debemos guardar todas las precauciones del mundo ante ellos si tenemos algún contacto accidental. Jamás tocarlo o acercarnos, especialmente en situaciones anómalas donde estén en el suelo o manifiesten comportamientos extraños.
La rabia no es una broma. Ante cualquier duda, sospecha o contacto accidental, por ejemplo, si estamos de viaje, hay que acudir urgentemente al centro de salud para activar, en caso necesario, el protocolo postcontacto, que puede conllevar la administración de suero frente al virus y la puesta en marcha del protocolo de vacunación frente al mismo. El tiempo es oro. No olvidemos que, cuando aparecen los síntomas, ya es demasiado tarde, y la afectación del sistema nervioso conlleva aparejada la muerte del individuo. Porque en un mundo tan globalizado como el actual, con tantos viajes y movimientos, la rabia sigue tan vigente y actual como el legado del famoso médico francés.
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