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Lucy es una amiga y antigua alumna que lleva diez años perdida en China. El pasado otoño, su hermana y su cuñado –Vicky y Aitor– compartieron unos días de vacaciones con ella. Juntos visitaron varios mercados de Yunnan, un lugar bonito y majestuoso al sur del país. Les apetecía conocer la China rural, la auténtica, no la de la ciudad frenética con millones de móviles y todo el mundo enganchado. Poco a poco, todo se inundaba de un misterioso y pestilente olor pútrido. Aitor y Lucy curioseaban, miraban los animales vivos enjaulados, la carne clavada en los ganchos, la sangre chorreteando por los puestos y a un propio cocinando una rata de bambú. Vicky –que ejerce de médico en Santander– estaba literalmente espantada: «Tened cuidado, los animales vivos transmiten mogollón de enfermedades y, además, todo esto da un poco de asco», les dijo.
Hace unos días, Lucy me llamó por teléfono para saber cómo estaba. Le contesté que todo estaba en orden. Yo le pregunté sobre cómo había llevado la pandemia y me dijo que, como casi todo en China, se vivió con un alto nivel de desinformación, una mezcla de intereses: el régimen quería, de un lado, evitar que la población entrara en pánico y, del otro, mantener un control férreo sobre qué se publica y qué no se publica. China es una dictadura 'comunista', al alimón –ojo a la paradoja–, el país con el mayor PIB del mundo, con una economía de mercado muy agresiva y un raquítico estado de bienestar. En fin, de 'comunista' solo tendría una fuerte intervención del Estado en la economía y el autoritarismo/control social que también caracterizaba a la URSS. No existe la libertad de prensa: escuché en una película que «la prensa debe servir a los gobernados, no a los gobernantes». No existe ninguna libertad más que la económica.
Lucy me dijo que todo responde a un problema intrínseco de la sociedad china, un país de contradicciones en el que al mismo tiempo conviven dos mundos totalmente antagónicos: el mundo de WeChat o Alibaba, y el de las letrinas de los hutong del casco antiguo, donde simplemente el olor te echa para atrás (hay que tener muchas ganas).
A Lucy le sorprende el desconocimiento occidental de la sociedad china, un laberinto donde los propios chinos tienen dificultades para juntar todas las piezas. Por ejemplo, a diferencia de los que se publica en algunos medios occidentales, los chinos no llevan mascarillas por la polución, la llevan por miedo a las enfermedades y contagios de virus. Desde que les atacó el SARS se han acostumbrado, como nos acostumbraremos nosotros. Los chinos tampoco son más disciplinados, la gente obedece porque viven en un régimen autoritario. Nadie quiere tener problemas.
También me susurró, en un tono de voz imperceptible –impropio de una conversación telefónica–, que el régimen «había escondido números». Si China hubiera compartido la información, si nos hubieran informado del porcentaje real de transmisión y letalidad, otro gallo nos cantaría en Italia, España, Francia, etc. «Os creíais los reyes del mambo y os han engañado como a chinos», concluyó.
A Lucy le puede la injusticia. Estaba muy cabreada. Una amiga filipina le contó que su hermano, en previsión de lo que pudiera pasar, había acumulado en casa víveres, comida y armas. ¿Armas? Sí, la gente puede llegar a matar por comer o beber. El problema no es tanto el virus –que también– como la capacidad de respuesta sanitaria, económica y social. Y en muchos países, como en China y otros tantos del sudeste asiático, si enfermas y vas a un hospital antes tienes que pasar por caja. Así que mejor no enfermar y seguir trabajando.
De repente, Lucy rompió a hablar como si estuviéramos en Santander... «Tenemos que viajar más para ser conscientes de lo que tenemos, para cuidarlo y quejarnos menos, o –si tenemos que quejarnos– hacerlo con argumentos. La crisis nos ha desnudado y ha hecho evidente que somos muy vulnerables, muy pequeños, pero también lo pequeño es importante. Cuando se es consciente de lo que tenemos (un sistema sanitario público y gratuito, abierto a todos) aprendemos más a valorar lo que es verdaderamente esencial: salud y seguridad. Tenemos que salir de esta crisis con mucha humildad. No somos el ombligo del mundo, porque el mundo no tiene ombligos. Somos personas aprendiendo a convivir con aquello que creíamos imposible que pasara en nuestro primer mundo...».
Sí, Lucy, esto ha sido una bofetada a nuestro engreimiento. Tendremos que agradecer haber tenido la suerte de sobrevivir y de poder seguir aprendiendo a vivir mejor con los demás. Cuídate mucho. Besos.
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