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Y un verano menos. Un verano con los ingredientes propios del momento: paseos, playa o piscina, lectura (quienes lean), colas en los supermercados, dificultad para aparcar cerca de ellos, quintos bien fríos, más paseos, más playa..., para algunos, aburrimiento. Aunque debo decir que sólo se ... aburren quienes no leen, o no se entusiasman con una buena película en blanco y negro, y repasando una serie de la categoría de 'Arriba y abajo' o 'Fargo'. Murakami, John Ford o Morricone son antídotos contra el aburrimiento. Como no todo en verano van a ser libros, repito que revisar una película que te gustó tanto en su momento, es un placer al alcance de todos. Ahora es bien fácil con tanta plataforma repleta de títulos. Eso sí: los wifis no casan bien con el verano. Hay que ver la lata que dan.
Todo esto, y algo más, conforman el veraneo. ¡Ah! Y un perro. Los veranos son un perro. Para los que andamos a primera hora de la mañana, lo normal es cruzarnos con más de un chucho. Rara vez vamos solos, o solas, por veredas o playas. Lo normal es ir con perros. Perros normalmente educados, que van con sus correspondientes collares y correas. Perros grandes y pequeños, que son los que más ladran. También en la ciudad los ves en horas tempranas. Pero no tantos.
Paseos, lecturas, música, súper, películas o series, aperitivos con quintos y algo para picar, ir a por el periódico (operación nada fácil en más de un lugar de la playa), hacer el sudoku, llevar la basura a los contenedores con demasiada frecuencia, mirar al móvil extrañado por lo poco que suena, evitar oír hablar de la tabarra de la política de nuestros pecados, sacar al perro... Todo eso, y poco más, constituye la experiencia del veraneo.
Este año hemos tenido, no lo podía olvidar, una novedad que nos ha enganchado a la tele aunque no seamos especialmente deportistas. Me refiero, claro está, a la Olimpiada de París. De ella, me quedo con apenas dos momentos, pues la mayoría de las retransmisiones eran de actividades o desconocidas para mí, o que de verdad me importaban una higa. Además, cuando veía cosas que no veo jamás (un combate de boxeo, de judo o taekwondo; el descenso en piragua por aguas turbulentas, o trotes de caballos sin más) mi sorpresa era mayúscula. En los cuerpo a cuerpo el que más leñazos soltaba, perdía: bastaba con que el otro levantara los brazos para que lo dieran por vencedor; el que rozaba sin querer unos pivotes en un descenso alocado por el canal, hale, puntos negativos; y no digo nada de los saltos hípicos. No he entendido nada de lo que pasaba en todo aquello que tenía jueces. Prefería ver que uno corriera más que otro, o que metiera más goles que otro, o hiciera más puntos ganadores con la raqueta. Los dos momentos citados fueron mágicos: la derrota de Alcaraz antes Djokovic y los dos goles marcados por un tal Camello, para vencer a los gabachos en su salsa. El primero me produjo una mezcla de tristeza y orgullo. Tristeza por la derrota, y orgullo patrio por las agallas que le puso nuestro paisano. Por cierto, agallas ignoradas por los comentaristas de la tele, sobre todo por una tal Ruano, que desde que empezó a jugar el dobles con Nadal no ahorró duda tras duda sobre el tenista de El Palmar. Alguien debería haberle dado una colleja. Perder en dos 'tie break', y haciendo que el serbio se empleara a fondo, no es para quedarse triste. Como le dijo el vencedor tras el partido: «chico, ganarás muchos oros». Eso, y lo del Camello, las grandes alegrías de la Olimpiada.
Al final de los Juegos llegaron debates sobre si el decimoquinto puesto conseguido por España era bueno o malo. Por supuesto que no entraré en esa discusión por motivos obvios. Sí diré, si se me permite, que creo que la cuestión está en consonancia con la idiosincrasia de nuestro país. Un país en el que el arte tiene continuidad desde hace siglos. Un país con más Lopes de Vega que Iniestas, más Goyas que Induraines y más García Lorcas que Pau Gasoles. Es más fácil crear en casa, a la luz del sol que entra por la ventana, que entrenar con la calor que hace. Seguramente será una estupidez, pero es la ilusión que me viene a la mente al final del verano.
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