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El turismo está que se sale. La cultura está de regreso. El turismo alcanza cifras estupendas. La cultura, números no tan boyantes. El turismo, dicen, da de comer a muchas bocas. La cultura también, pero ¿menos? El turismo invierte pasta, mejor dicho, los poderes públicos ... invierten pasta para elevar el nivel del negocio. Sin ir más lejos, estos días he leído que el turismo y la industria agroalimentaria son los sectores que más van a crecer en la Región de Murcia en 2024. Contemplemos los festejos que se montan en torno a Fitur, que llenan hoteles y restaurantes madrileños a precios astronómicos (no importa, paga papá Comunidad). Festejos de los que saldrá, sin la menor duda, un aumento de turistas nacionales y extranjeros a la patria chica, cosa que no diré que esté mal. Ni mucho menos.
No está mal, si no fuera en detrimento de lo otro, es decir, de la cultura. La comparación entre lo que se aporta a uno y a otra es para pensar. Tampoco se trata de dar dinero sin más, subvencionar o favorecer a los artistas; se trata de establecer un plan de protección a la cultura que vaya más allá del café para todos. Desde hace muchos años se advierte que la cultura apenas tiene protagonismo. Al menos, si se compara con actividades como procesiones, bandos, centenarios, moros y cristianos, jubileos, etc. Todo esto es parte de la cultura, no lo niego, pero parte. Sin embargo, viajes, visitas guiadas, grandes carteles promocionales, restaurantes, hoteles, 'spot' en televisión, se financian sin pestañear. Que tampoco está mal, repito, pero no a costa de lo otro.
Lo peor del caso es que nos parece normal unir turismo y cultura en instituciones como consejerías o concejalías. Se parecen tanto, dirán unos. Qué más da, dirán otros. En no pocas comunidades, entre ellas la nuestra, la cultura está acompañada de otras competencias de mayor impacto popular. Además, existe eso del turismo cultural, que lleva a los visitantes a conocer nuestros museos, nuestras procesiones, nuestros años santos, nuestros zaragüelles, nuestras túnicas y capas, fomentando así el turismo local. El mayor ejemplo de confusión entre cultura y turismo lo tenemos en el teatro romano de Cartagena.
Nadie duda que dicho espacio es el gran reclamo que tiene Cartagena, y hasta diría que la Región. Su espléndida fisonomía lo merece. Pero, ¿es una apuesta para el turismo o una apuesta para la cultura? Nuestros lectores conocen de sobra mi posición en este caso. A día de hoy, el teatro-turismo gana la batalla a la cultura-teatro por amplia goleada. Se trata de un teatro sin teatro. Que es como un restaurante sin comidas, un coche siempre en el garaje, o un estadio sin equipos. A veces pienso que es cosa de ideologías, pero tampoco estoy seguro. Los museos no dan problemas; se ven, y punto; la cultura hace pensar. Propone ideas que, a lo mejor, no coinciden con las de los gobernantes. Y eso crea malos rollos. Las piedras cartageneras no generan debate, más allá de si son del siglo I antes o después de Cristo; Plauto, Séneca, Eurípides, Aristófanes, sus adaptadores… pueden provocar algún que otro inconveniente.
Sin embargo, fue un presidente de gobierno franquista, reciclado para la democracia, el que creó el primer Ministerio de Cultura de nuestra historia. Antes, con Franco, era Información y Turismo la cartera que atendía a libros, teatros, conciertos, películas…, la cultura en general. También comprendía la censura. Con Adolfo Suárez empezó a hacerse la luz. Propició el Ministerio de Cultura, a secas. Fueron algunos de sus continuadores los que añadieron Educación, Deporte, Turismo y no sé cuántas competencias más. Lo normal es, pues, que la cultura tenga diversos compañeros de viaje, no siempre afines. Además, si nos fijamos, cuando se forman los gobiernos, el último nombramiento de ministros que se anuncia es el de Cultura. Seguramente, el menos importante. En el país de Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Velázquez, Goya, García Lorca, Antonio Machado, Madariaga, Gaudí… Nuestros gobernantes de la cultura apenas asisten a teatros, auditorios, exposiciones, si no es para entregar premios o medallas. No les gusta, lo que supone una curiosa paradoja.
Y mientras tanto, sacamos de los libros de primera y segunda enseñanza, contenidos relacionados con la cultura. En las nuevas tecnologías, no tiene cabida el soneto, los pinceles o el pentagrama. Nos encontramos de nuevo con que el problema está más en la educación que en otro sitio. ¿Todavía no se han dado cuenta?
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