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Una escena que se está convirtiendo en cotidiana en nuestras calles es aquella en la que una persona viene directa hacia ti. Lleva un móvil en las manos, al que atiende sin pestañear. Va directo a ti. A veces lleva perro al lado, al que ... ni mira ni va a mirar. Otras, un niño. Igual. Esa persona no atiende a nadie más que a su móvil. Lo tienes a dos metros y piensas que se dará cuenta de que estoy aquí; seguro que parará y girará un poco a la derecha, lo suficiente para no chocar contigo. Pero sigue porque nada existe en ese momento para esa persona más que su móvil, ni perro ni niño ni nada. Su móvil. Ahora está a un metro de ti, y tú, que vas por la derecha, que tu paso es prudencial, que miras cuanto te rodea, que imaginas que ese que viene hacia ti se detendrá, vas moderando el paso, de por sí moderado, no sea que… Sin embargo, cuando está a medio metro, la persona en cuestión sigue enfrascada en su operación comunicativa, por lo que empiezas a pensar que lo mejor es ladearte ya que, de otra manera, te puede arrollar. Tampoco te atreves a advertirle nada porque seguro que no te va a oír. Así que, cuando estás a apenas diez centímetros de él, mejor dicho, cuando él está a diez centímetros de tu morfología, inicias un leve 'dribling', a modo de Vinicius jr., con el que consigues que pase a tu lado, sin modificar un ápice la trayectoria que inició a principios de la calle, y que mantiene sin enmendar una pizca. Te quedas con ganas de decirle algo, aunque sea mentarle hasta su octava generación, pero piensas que para qué, si no va a entender a qué te refieres, y menos tu enfado por su inconsciente acción. Miras hacia atrás y lo ves concentrado en su 'importantísima' operación con el móvil, enfilando a un nuevo individuo que hará lo mismo que has hecho tú. Y así, hasta que llegue a su destino. Esa persona, por llamarla de alguna manera, consigue el más difícil todavía: sacar a pasear al perro, o al niño, sin reparar en calles, plazas, gentes y demás. Que tiene mérito.
Peor es esa otra acción por la que no es ya un atolondrado individuo quien amenaza con topar contigo; es un peligroso ente que va montado en un artefacto, que llaman patinete, y que acaba de descubrir que es el rey del mambo callejero. El otro día, cuando salía a una zona ajardinada de una céntrica vía local, uno de esos artilugios estuvo a punto de atropellarme. Un resto de reflejos que aún me quedan hizo que diera un paso atrás, cuando la máquina pasó a dos centímetros de mis narices. Ese respingo salvó la situación. La propia usuaria del patinete paró en seco asustada, diría que aún más que yo. Por su velocidad y por ir por donde no debía, como dicen las actuales leyes de circulación. Este episodio, comentado con deudos y amigos, resulta no ser excepción. Sucede mucho más de lo que yo creía. No pasan más desgracias porque Dios es bueno, que diría mi madre.
En algún lugar leí que cosas similares sucedían cuando los automóviles sustituyeron a los coches de caballos a principios del siglo pasado. Por pura lógica no existían ni semáforos, ni guardias urbanos, ni señales de tráfico. Algo así como El Cairo actual, en donde hay semáforos, guardias urbanos y señales de tráfico, pero como si no hubiera. Es que hasta los antiguos coches de caballos originaron accidentes como el que sufrió el señor Curie, marido de la más famosa Madame Curie, que murió arrollado por un carruaje. Recuerdo que, de pequeño, cuando por la calle San Antonio pasaban coches de uvas a peras, la principal llamada de atención de nuestras madres era «cuidado con los coches». Los críos, enfrascados en el balón de badana que perseguíamos alocados, teníamos que parar cuando se les ocurría pasar a uno o dos automóviles por aquellas estrechas calles, en las que se podía jugar a casi todo: fútbol, coroneja que decíamos aquí (rayuela en lugares más finos), el 'pillao', la comba, la gallina ciega, el pañuelo, las sillas, las chapas… todo un mundo de distracciones que, por desgracia, no hemos sabido transmitir a otras generaciones. Hoy día, los niños apenas si tienen peligro cuando juegan. La 'tablet' está en casa. Los que tenemos peligros somos los viandantes.
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