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El uso indiscriminado de las palabras da más problemas que beneficios. Las soltamos como el que no quiere la cosa, sin saber que uno es esclavo de las palabras y dueño de sus silencios. Esta sentencia se atribuye a Aristóteles que, muy astutamente, dijo en ... bonito eso de que en boca cerrada no entran moscas. ¡Qué razón tenía! ¡Cuántos ejemplos nos encontramos a diario de gente que dice lo que no tendría que decir, pero que lo dice! Son casos de, cuando menos, personas que no destacan precisamente por la prudencia, que, por otro lado, es la madre de la ciencia. Esta otra sentencia es bastante conocida, aunque a veces se le añada eso de que es la madre de 'todas' las ciencias. Lo de las ciencias tiene aquí el sentido de 'sabiduría', pues es de sabios no decir lo que no se debe decir. Y esto no lo dijo Aristóteles ni ningún gran pensador. Lo dice la vida.
En otro orden de cosas, las palabras tienen un valor superior al que creemos que tienen, por ser tan necesarias para comunicarnos. Albus Dumbledore, el mago más mago de todos los magos, personaje de la saga 'Harry Potter', dice que «las palabras son, en mi no tan humilde opinión, nuestra más inagotable fuente de magia, capaces de infringir daño y de remediarlo». Dicho personaje, interpretado en el cine por Richard Harris (y varios más), ejemplifica la sensatez, la cordura, la sabiduría. La frase la podemos leer en el primer libro de la serie: 'Harry Potter y la piedra filosofal'. No es que sea una cita determinante, ni mucho menos clásica, pero tiene gracia que hasta en un fenómeno tan popular como el creado por J.K. Rowling se dedique, casi de buenas a primeras, un uso tan concreto a las palabras.
El otro día me contó un amigo que, a primera hora de la mañana, acodado en la barra de una cafetería especializada en desayunos, había un hombre al que se le escaparon las siguientes palabras: «Con lo contento que me había levantado hoy». El individuo estaba solo. No parecía bebido ni nada de eso. Tenía un café con leche humeante a la espera de beberlo. Nadie se atrevió a preguntarle por qué había dicho eso, ya que su semblante no era ni de tragedia ni de preocupación. Sus palabras le salieron del alma. Lo traigo a colación para demostrar el enorme valor que tienen, la gran carga de intenciones ocultas. «Con lo contento que me había levantado hoy». ¿Qué le pasaría desde que despertara hasta llegar a la barra del café? ¿Qué noticia le darían? ¿Qué titular de periódico leería, probablemente en ese mismo lugar? ¿Quién lo llamaría a tan temprana hora? Mi amigo no se atrevió a abrir la boca, como nadie de los alrededores hizo, los cuales quizás no habían oído aquellas palabras. Mejor dejarlas, las palabras, digo, en lo que son, y que sea la imaginación del oyente la que complete el significado.
Por desgracia, no solemos encontrarnos con momentos como el descrito, cargado de sutiles connotaciones, dentro de la belleza del lenguaje evocado. Los hay, pero seguramente no le prestemos la atención que merecen. ¿Se imaginan si nuestros padres de la patria, en sus sesiones de congresos, senados o asambleas, hicieran un uso de las palabras cargado de elementos tan expresivos? Que en vez de usar verbos temibles como mentir, acusar, imputar o denigrar, dijeran locuciones llenas, además de la crítica normal en estos casos, de sentido humanista, de razonamientos apoyados en la verdad, de respeto por el contrario... Y que el otro le respondiera con la misma cordialidad. ¿Se imaginan? De esa manera no entraríamos en esos guirigáis en los que predomina el 'tú más', el odio, las ganas de que el otro desaparezca del mapa, la sinrazón. No vamos a hacer recuento de ejemplos concretos, que los hay, y muchos, pues eso corresponde a otras secciones del periódico.
Pero déjenme terminar con el uso denigrante, común en los últimos días, de la palabra 'mena', neologismo inventado por los que muestran una tirria feroz no ya a esos niños y niñas a los que van dirigidas, sino al que intenta darles el mínimo auxilio que merecen. Eso es lo malo cuando las palabras se inventan para infringir daño, como decía el mago de 'Harry Potter'. Y quien así lo hace, sabe que esos menas no pueden decir jamás eso de «con lo contento que me había levantado hoy». Aunque bien que les gustaría.
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