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De nuevo el azar, y las buenas amistades, todo hay que decirlo, me ha llevado a vivir una experiencia inolvidable: asistir al discurso de ingreso en la Real Academia Española de un nuevo miembro. Fue justo hace una semana, pues estos actos siempre se celebran ... en domingo tarde. Nunca había estado en ese impresionante salón de actos, del imponente edificio rodeado por las calles Felipe IV y Ruiz de Alarcón. Del otro costado, aparece la iglesia de San Jerónimo el Real, conocida popularmente por 'los Jerónimos', una de las más significativas de la capital, muy ligada a la vida monárquica española: allí se celebraban bodas, funerales, o proclamaciones de monarcas, como es el caso de Juan Carlos I. El actual edificio de la Academia, construido a finales del siglo XIX, es de corte neoclásico, pues se fusiona de manera adecuada con una zona madrileña en la que destaca el Museo del Prado. Antes, cuando se creó la Academia en tiempos de Felipe V, la sede estaba en la plaza de las Descalzas, en un palacio en el que vivía su primer director, Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, entre otros títulos. Realmente era en su casa en donde se reunían los académicos.
Pero no quiero andar a vueltas de cuestiones históricas, sino exponer lo que para mí supuso el citado acto de ingreso en la RAE de la novelista Clara Sánchez. Lo primero que destaco es, como en todo acto académico, e incluyo en ellos los doctorados 'honoris causa', el protocolo que hay que seguir: recepción en la entrada, búsqueda de tu localidad, si no la tienes asignada, como yo, te mandan al gallinero, en donde dispones de una preciosa vista del salón, aunque a los académicos los veas al bies. Pero no importa. Esperas largo rato, porque hasta que estén todos los invitados en sus sitios, no se inicia la cosa. Desde mi lugar veía perfectamente a la mitad de los académicos y académicas, pero no a la otra mitad: tenía que levantarme, y no era plan molestar. Por fin, con bastante puntualidad, el presidente de la RAE indicó a dos académicas que fueran a buscar a la nueva, lo cual hicieron cruzando la sala por el pasillo central. Enseguida aparecieran las tres, primero la novel, después las veteranas, que llevaron a aquélla a su mesa, a la izquierda del auditorio, derecha de la mesa presidencial. A mí me recordaba cuando fui uno de los tres caballeros portaestandarte en el Misteri d'Elx, pues, sentados como estábamos cerca del cadafal, íbamos a la puerta central de la basílica por el pasillo para dar la orden al portero de abrir la puerta con el fin de que entraran los apóstoles y dar comienzo a la función.
Clara Sánchez, en su discurso, hizo un verdadero elogio de la lectura. El texto, publicado y entregado a quienes allí fuimos (costumbre, la de publicar el texto de quienes ingresan en la RAE, que viene de 1846), explica cómo ella buscó el refugio de la palabra escrita desde bien niña. Con una disertación llena de referencias literarias, se mostró, no solo como una excelente narradora, sino como una mujer que ha vivido siempre rodeada de libros. De muchos de ellos hizo cumplida referencia. Contestó a su disertación la académica y novelista Soledad Puértolas, que hizo un certero recorrido por los méritos de Clara Sánchez, señalando en muchos de sus textos las ideas básicas que mueven el comportamiento de sus personajes.
Tras el ritual de aceptación de la nueva académica, y la imposición del distintivo correspondiente por parte del presidente de la RAE, se produjo una nueva y no menos interesante situación: la salida de todos los presentes, el encuentro con amistades a las que hacía tiempo que no veías, sonrientes cambios de impresiones y comentarios sobre lo acontecido, siempre con la admiración por delante hacia la nueva académica, que eleva el número de mujeres de esa institución hasta el 25%, cuando hace apenas unas décadas era una o ninguna la escritora que se sentaba en uno de los sillones de la RAE, como hizo nuestra Carmen Conde, en 1979.
De manera que una noche en la Academia no tuvo nada que ver con aquella mítica noche en la ópera, en la que se sucedieron divertidos desastres y malentendidos por doquier. Aquí no. Y eso que, entre los asistentes estaba Rafael Álvarez 'el Brujo', cuyo discurso en la Academia sí que sería para reír.
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