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Todos los años, por estos días en los que agosto se dobla hacia su segunda mitad, me asalta la tentación de hablarles de Federico García Lorca. No lo hacía por evitarme una congoja no por conocida, menos dolorosa. Sin embargo, dadas las circunstancias que nos ... rodean, con personalidades en el mundo de la política que intentan banalizar hechos como la libertad de expresión, el homosexualismo o la propia cultura, parece momento para recordar que el 18 de este mes es una de las fechas más sombrías en el calendario poético de nuestra historia. Esa madrugada, poco antes de las cinco, cuatro pobres desgraciados recorrieron el camino que va desde Víznar a Alfacar, a pocos kilómetros de la capital granadina. Eran el maestro cojitranco Dióscoro Galindo, los banderilleros Paco Galardi y Joaquín Arcollas, y el poeta Federico García Lorca. Los cuatro fueron fusilados, antes de que rompiera el alba de aquel nefasto día. Este pasaje, y muchos otros semejantes, son históricamente ciertos. No pocos estudiosos han llegado por diversos medios a idénticos resultados. Entre ellos, el investigador irlandés, hoy español, Ian Gibson. A él le debemos la documentación más precisa de tamaña barbaridad.
Cuando hoy día oímos hablar de las 'fake news', esos bulos que gracias a las redes sociales se convierten en mentiras consentidas, hay que echarse a reír si lo comparamos con la partida de defunción del poeta García Lorca. Me gustaba empezar las clases que a él dedicaba con ese documento. Para que nadie dudara de mis palabras, proyectaba una fotocopia del mismo, con el fin de que se viera el texto mecanografiado, los nombres del juez, secretario y testigos, y sus firmas. El relato de la muerte del poeta no tiene nada que ver con el descrito en el párrafo anterior, resumen de las investigaciones al respecto. Dice que falleció «a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra». Añade, además, que fue «encontrado su cadáver el día 20 del mismo mes», en la carretera de Víznar a Alfacar. El certificado falsea todo, salvo el lugar del crimen. Da a entender que, si se encontró su cadáver, debió de ser enterrado en algún sitio, cosa que, 87 años después, ni se sabe ni se espera saber. Su cuerpo jamás se recuperó, y es uno de los innumerables casos por los que se habilitó la Ley de la Memoria Histórica, que algunos pretenden derogar. No deja de ser curioso que dicho certificado fuera expedido el 21 de abril de 1940, es decir, a cuatro años de los hechos, y uno después de finalizada la guerra civil. Prisa no se dieron.
Tan novelescas circunstancias no pasaron desapercibidas a muchos creadores que han intentado rememorar aquellos penosos días. Quiero recordar la excelente serie que Televisión Española produjo en 1987, con dirección de Juan Antonio Bardem, titulada 'Lorca, muerte de un poeta', guion del propio Bardem y de Mario Camus. La muerte abre la totalidad de los seis episodios, aunque luego se centran en los momentos más relevantes de la vida de García Lorca. El principal reparo que le puso la crítica fue que pasara casi de puntillas por el tema del homosexualismo. Todavía en los años ochenta era tabú.
Pero no sólo la pantalla ha acaparado la atención de tan peculiar personaje. En 1979, Carlos Rojas ganó el Premio Nadal con 'El ingenioso hidalgo y poeta Federico García Lorca asciende a los infiernos'. Esta novela procede, según testimonio del escritor, de un sueño en el que vio a Federico sentado en un enorme teatro sin más público que él, ya que su condena consistía en ver eternamente la representación de las escenas más trágicas de su vida: acusaciones, detención y fusilamiento. Unido a eso, aparece la ficción de que, por alguna casualidad, Federico no murió aquella madrugada en Víznar; años después, con otra identidad, daba clases en una universidad americana. El tema de la supuesta no muerte del poeta está también en la película de Miguel Hermoso 'La luz prodigiosa' (2003), basada en una novela de Fernando Marías. En ella, un pastor (Alfredo Landa) socorre a un individuo (Nino Manfredi), escapado de milagro de un fusilamiento colectivo a principios de la guerra civil. Desorientado y perdido, lo ingresan en un convento para recuperarse. Cuarenta años después, el pastor y el indigente vuelven a encontrarse. Este recobra la consciencia, especulando que bien pudo ser aquel poeta inmolado.
Con dolor, creo que merecía la pena recordar un hecho tan triste como este. Creo.
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