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En los últimos tiempos oímos y leemos con cierta frecuencia eso de inteligencia artificial. Los que somos del siglo XX, y nos cuesta aprender el lenguaje de las nuevas tecnologías, aunque lo intentamos, tenemos una imagen difusa de ese concepto. Como su propio nombre indica, ... inteligencia artificial consiste, quiero entender, en un sistema informático por medio del cual la máquina imita a la inteligencia humana. Seguramente, sigo especulando, es una manera de sustituirnos en trabajos en donde la precisión sea absolutamente necesaria. Estoy pensando en operaciones de microcirugía, en las cuales, al parecer, estos ingenios hacen cosas increíbles. Eso sí, manejados por alguien que respira, come y duerme.
Resulta que yo creía que la inteligencia artificial era cosa de hace unos cuantos años, y nada de eso: se han hecho experimentos desde los años cincuenta, fijándose el nombre en 1956, y en la Universidad de Dartmouth. Claro que tuvo que pasar tiempo para sacarle partido al invento. Según parece, de nuestro siglo es lo del reconocimiento de voz por inteligencia artificial; como lo es el programa contra el que juegas al ajedrez por ordenador, o si intentas saber el autor de un poema anónimo y, lo que es más importante, el diagnóstico de ciertas enfermedades. Llama la atención que estos artilugios que determinan avances tan importantes para la humanidad, aunque sean máquinas, necesiten de aprendizaje. Es lo que más me llama la atención. Esa inteligencia artificial permite que las neuronas de nuestro cerebro se puedan copiar en otras artificiales. Y no queda ahí eso: necesitan aprender a funcionar, como en los niños, mediante diversas formas de adiestramiento, desde los más elementales hasta los de mayor complejidad. Un mundo en el que, francamente, me pierdo, pero que está ahí, que se aplica a multitud de cosas que ignoramos, aunque, no por ello, haya que despreciarlas, al contrario. Todo lo que pueda ser para beneficio de las mujeres y hombres hay que respetarlo y valorarlo.
Otro tema es la aplicación de la inteligencia artificial a cosas de creación artística, como la pintura, la literatura o el teatro. No veo yo a un aparato de esos ante un lienzo, escribiendo un poema o haciendo de Hamlet, aunque todo puede ser. Y tan puede ser que en las redes anda un retrato a la acuarela del promotor de la inteligencia artificial, un tal Alan Turing, que no está nada mal. Pero tendría yo que ver qué robot preparaba el papel, trazaba unos rasgos a lápiz mirando al modelo, empezaba presto a empapar con pincel la superficie del rostro, el pelo, el fondo… maldecía cuando creía que la patilla no estaba húmeda y tenía que secarla rápido con un kleenex… en fin, todas esas operaciones que un artista hace de manera intuitiva. No termino de creerme que esa cara enjuta, con briosa raya lateral en el pelo, mirada profunda, incipientes canas y breve nudo de corbata, lo haya hecho la inteligencia artificial.
Y tengo una prueba que avala mi duda. Verán. Hace unos meses, un buen amigo de la tierra, y mejor narrador, me pidió unas ilustraciones para un cuento que iba a publicar en una editorial alemana; cuento que iría en español, inglés y francés, y que surgía en el entorno de la próxima Olimpiada paralímpica de París. Aunque hubiera sido para lo que fuera; era y es mi amigo, y a los pocos días tenía los solicitados dibujos acuarelados. Al poco tiempo, el editor le informó de que sí, que iba todo adelante, que mis viñetas se habían aceptado, pero que ilustrarían solo la versión española, porque a la francesa y la inglesa le aplicarían un moderno invento: la inteligencia artificial. Así serían tratadas mis ilustraciones, con la seguridad de que el resultado nos dejaría asombrados a todos. Esto supuso un par de días de suspense, en los que pensé que qué diablos iría a hacer una máquina con mis monos, por muy maravillosa que fuera. Dos días. Enseguida me olvidé del caso, pues tampoco era para más. Meses más tarde, mi amigo me envió una versión electrónica del libro, que vi con curiosidad. Mis dibujos sí, estaban bien reproducidos, pero los que iban en las versiones inglesa y francesa me parecían fotos de temas similares. Meras fotos. No abrí el pico hasta verlo en papel, cosa que sucedió semanas después. Y qué quieren que les diga. Que la inteligencia artificial aplicada a la pintura me parece una memez. Para ese viaje no hacían falta tales alforjas.
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