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A estas alturas del año, todos sabemos que estamos en año bisiesto. Esta semana, hemos tenido un jueves de propina. Ya saben, un 29 que prolonga por un día el 'febrerico el corto, un día peor que otro', que dice el refrán. Tampoco está mal ... aquel que dice: 'En febrero, un día malo y otro a ratos'. El caso es que en 2024 el sol saldrá 366 veces, y no 365 como es normal. O sea que estamos en un año un poco anormal.
Sin querer entrar en demasiadas historias, recordemos que los bisiestos no vienen por capricho. Es una manera de corregir cierta irregularidad transitoria del tiempo, que hace que se acumulen minutos, los cuales, a lo largo de cuatro años, suponen un día más. Y como en algún sitio habría que ponerlo, mejor en febrero, corto de por sí. Esto se le ocurrió a un Papa, Gregorio XIII, mejor dicho, a un astrónomo contratado por dicho Papa. Éste dispuso que, a partir de aquel 1588, se acabara con el calendario juliano, impuesto por Julio César y sus asesores, desde el año 40 a.C. El bueno de mi tocayo se quedó prendado de Cleopatra en cuanto llegó a Egipto, y allí reparó en el desajuste horario en cuestión, a la vez que se le desajustó el corazón. Cambió el calendario con mejor intención que resultados científicos. Desde entonces, casi quince siglos de irregularidad horaria. Hasta que Gregorio XIII se dio cuenta y lo cambió. Para que luego digamos que los papas no sirven de nada. Y no sólo fueron los romanos los que no dieron con la tecla temporal; tampoco los coptos, los etíopes o los islamistas lo consiguieron, cortando o variando meses sin ton ni son. Hasta que llegó Gregorio XIII, que pasará a la historia precisamente por su calendario gregoriano. También pasó a la historia otro Gregorio, el primero, San Gregorio, que allá por el siglo VIII propició nada menos que el canto gregoriano
Pero volvamos a uno de los aspectos más curiosos (y no sé si hasta divertidos) que proporcionan los años bisiestos. Me refiero al maleficio que sobre ellos cae. Si volvemos al refranero, 'año bisiesto, año siniestro', resulta que mal fario tienen éstos, siquiera sea por el simple hecho de ser distintos. Entre las calamidades que se produjeron en años así, destaquemos que fue en el bisiesto 1666 cuando se incendió Londres, ciudad entonces de unos 80.000 habitantes, que se quedó en 10.000. Antes, en 1616, también bisiesto, murieron dos genios de la literatura: Shakespeare y Cervantes. En el bisiesto 1812 perdió Napoleón en batalla 600.000 soldados, que se dice pronto. Y en bisiesto, 1912, se hundió el Titanic. ¿Y qué me dicen de 1936, año bisiesto en donde los haya, la desgracia que nos cayó encima a los españoles, con el principio de una guerra civil con tan nefastos resultados para una ansiada conciliación entre hermanos? Y en bisiesto, 1968, asesinaron a Robert F. Kennedy y al activista por los derechos humanos, sobre todo de las sociedades racializadas, Martin Luther King. Terminaremos esta breve por necesidad relación de desgracias en años bisiestos recordando el último que tuvimos, sin contar el actual, aquel nefasto 2020, en el que sufrimos la pandemia del Covid-19, que se llevó por delante a casi siete millones de personas en todo el mundo. Es para pensárselo.
Los antiguos prevenían calamidades personales o familiares en estos años bisiestos echando un poco de canela en la puerta de sus casas; o poniendo en sitio igual, un ramo de hojas de laurel, cuando no bajo las camas y almohadas; o teniendo un cuenco de frutas cortadas cerca, en la cocina, que imagino que se irían reponiendo según se las iban comiendo. Tampoco se sabe si estas recetas fueron capaces de aminorar los efectos de tan temidos años. La verdad es que, haciendo somero repaso personal, me doy cuenta de que, en tales años, ni me pasaron cosas terribles, ni tampoco cosas maravillosas. Por eso, tengo para mí, que detrás de los bisiestos hay un poco de cuento, o de literatura, si lo prefieren.
Porque, vamos a ver, las venturas y las desgracias de cuanto llevamos de año no se apartan demasiado de las venturas y desgracias del pasado. Y mucho me temo que no serán demasiado diferentes del venidero. La buena suerte y la mala van siempre de la mano, superponiéndose una a otra, u otra a una, a compás de situaciones imposibles de prever. ¿No es así, señor bisiesto?
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