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Se acabaron las fiestas, en plural, tanto en días como en acontecimientos. Se acabaron las colas para ver belenes y fuegos de artificio. Se acabaron las compras para Papá Noel y Reyes, que todo es uno aunque sean dos. Se acabaron los calentones a las ... tarjetas de crédito. Se acabaron las tabarras de los bafles a toda pastilla. Se acabaron las monsergas de villancicos cantados para obtener una limosna, no para honrar las conmemoraciones religiosas. Se acabaron las aglomeraciones de vehículos en las grandes vías de la ciudad. Se acabaron los roscones de Reyes pagados a precios de oro, con descuentos que obligan a comprar otro al cincuenta por ciento aunque no necesites más que uno. Se acabaron los desayunos, comidas o cenas de empresa en donde más de uno dice demasiadas tonterías. Se apagaron las luces que destacaban todo lo destacable. Se acabó, como diría la actualizada canción de María Jiménez, tantas veces recordada desde el piquito de Rubiales.
Pero, ¿de verdad se acabó? No lo creo. No me lo creo porque valoramos el calendario según las fiestas. Sobre todo, en lugares como los nuestros, en donde lo meridional va más allá de la norma. Si acabamos de pasar las llamadas fiestas de Navidad y Reyes, espérense vuesas mercedes a la unión más colosal que supone la religión (una vez más) con el folklore. Me estoy refiriendo a una Semana Santa ligada en indisoluble matrimonio con las Fiestas de Primavera. Esto tiene su gracia, no vayan ustedes a creer. Tiene su gracia. No encontrarán unas procesiones como las nuestras, piadosas por naturaleza, tan llenas de regalos (otra vez los regalos) en forma de caramelos y cosas comederas. Unos pesados tronos con apóstoles y vírgenes llevados a hombros de machotes llenos de viandas. ¿A ver dónde hay ejemplo semejante? Ni cortejos de murcianos vestidos a la antigua usanza, es un decir, en los que predominan el beber y comer, cosa que se extiende a las llamadas 'barracas', que no son recuerdos de la tradición sino restaurantes efímeros en los que el personal se harta de montaditos de jalufos y morcillas.
Pero si alguno se perdiera fiestas tan espléndidas, que no se preocupe. Que recién vueltos de la playa les espera una feria en la que, además de caballitos y norias espectaculares, las 'barracas' se trocan en 'huertos', con una moderna acepción que significa nuevas ofertas de más jalufos y más morcillas. Únase a ello, desde hace relativamente poco, la presencia de Moros y Cristianos, tradición importada de las vecinas tierras alicantinas, para organizar nuevos desfiles, nuevos campamentos, nuevas tascas encubiertas. ¡Ay, Señor! Por otro lado, estas fiestas septembrinas han perdido casi por completo la costumbre de feriar: una joya, una prenda de vestir, un juguete. A cambio, hemos inventado nuevos alicientes, como, además de los dichos, macrofiestas musicales que concitan a muchos, muchísimos jóvenes y menos jóvenes con deseos de festejo total.
Dejo de lado otras minicelebraciones ocasionales, como la de San Antón, a primeros de año, o la de San Blas, después. Aunque su modestia y utilidad para abuelos y nietos les da una pátina entrañable. Añadan réplicas veraniegas en playas y campos, que permiten no acabar un mes sin fiestas. Sumando todo ello, el tema está en qué se diferencian unas de otras. ¿Acaso no se parecen demasiado? ¿No estamos ante la posibilidad de una pérdida de identidad en cada una de ellas? Por ejemplo, ¿qué distingue el desfile de Papá Noel del de los Reyes Magos, este del Entierro de la Sardina o del Bando de la Huerta, y el de los Moros y Cristianos con la procesión del Resucitado? ¿En qué se diferencian las barras en la calle en Nochebuena y en Nochevieja de las de las Fiestas de Primavera o las de la Feria? ¿Qué seña de identidad caracteriza a cada una de ellas? ¿No es lo mismo? ¿No importa poco o nada celebrar fiestas con identidad propia? ¿O es que no tenemos identidad? ¿O la identidad que tenemos es la mera necesidad de suministrar alicientes festivos al pueblo, sin reparar, por ejemplo, en los contenidos culturales y religiosos en que se fundaron?
Está claro que jamás seré concejal de fiestas, o de cultura, que para el caso lo mismo da. Y que los de la macrofiesta de Fuente Álamo, que llevan de juerga desde Nochevieja hasta no se sabe cuándo, se reirán de mis palabras, si es que leen mis palabras. Si es que leen. Hay gente pa' to.
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