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Coches, qué importantes son. Dice Bruce Springsteen, que les ha dedicado una runfla de canciones, que de joven recorría su pueblo, Freehold, y nunca se ... bajaba del coche. «No me bajaba porque ahí reflexionaba, miraba y pensaba, y aquel viaje por las calles del pueblo se convertía en un viaje a mis raíces», dice. Y famosa es la anécdota de Elvis, que vio a una anciana atristada tras el cristal mientras compraba un Cadillac. Salió y le preguntó y ella le dijo que solo soñaba despierta, porque no podía comprarse uno, y él volvió a entrar, eligió un coche y se lo regaló a la mujer, que no podía creerlo anegada en lágrimas.
Y es que sí, son importantes. Acabamos de saber que en Valencia muchos murieron justo por eso, por ir a salvar su coche. Es descabellado, es irracional, sí, pero es así y quizás nosotros hubiéramos hecho lo mismo. No sé, igual algunos de los que perdieron el auto lo acababan de estrenar. Curioso: del concesionario al desguace en un momento.
Y es que las imágenes más abracadabrantes de la catástrofe no son las calles enteladas de barro, mareadas de enseres, ni las casas estragadas y vacías, como si hubieran sido robadas y no hubiera ladrón, sí, así de desesperante suena; tampoco ver el agua a una altura donde solo debiera haber aire ni a la gente llorando, como la vieja de Elvis; no, lo más impactante es la montonera de coches. Tantos y tantos autos destrozados unos sobre otros, amazacotados al final de las calles, con las ruedas al tuntún y la chapa achichonada; con el color invisibilizado por el mucho lodo, y a una altura más propia de un trapecista que de un coche. Cómo han podido subir hasta ahí, te preguntas.
Para colmo, no hay esperanza de que la situación cambie. Hace solo unas semanas supimos que, lejos de aminorar, las emisiones de efecto invernadero crecieron un 1,3% el pasado año y marcaron un nuevo récord. Es de locos. Y encima gana Trump, que lleva puesto el brazalete de capitán de quienes piensan que el cambio climático tiene que ver más con el comunismo que con la ciencia. Visto lo visto, está claro que no toca confiar mucho en el hombre, así que solo cabe una salida y una lección: la salida, confiar en que la naturaleza se muestre benévola; la lección: si oyes venir agua, que le den al coche.
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