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Hace muchos años estrené una obra de Valle-Inclán que se llamaba 'Farsa y licencia de la reina castiza'. Como algunos sabrán, y otros recordarán, el autor hacía una ácida crítica de Isabel II (Paquita en el texto) cargada con elementos de humor. Fue un ... acontecimiento en Murcia y en los sitios en donde se representó. Pero no voy a hablar hoy de teatro, sino que, por aquella circunstancia, me convertí sin saberlo en republicano. Por entonces no resultaba fácil distinguir entre monárquicos y franquistas, aunque sí se sabía que enfrente estaban los rojos, es decir, yo. Al hacer una función antimonárquica pasé a engrosar directamente las filas de los otros. Recuerdo que el gran Baldo me dedicó una viñeta el día de los Reyes Magos diciendo que a menda no le traerían regalos por ser republicano.
El caso es que esa obra la hice con enorme cariño hacia sus personajes, incluyendo la reina, con sus versos chispeantes, su desparpajo, y sus salidas nocturnas a un baile de candil, famosos por estar alumbrados solamente con eso: un candil. No hizo falta cargar tintas ni meterse con nadie. Las palabras de don Ramón bastaban. Desde entonces, a pesar de la lamentable España que nos dejó aquella soberana, que desembocó en una I República peor si cabe que la monarquía, esa reina me cayó mejor de lo que debería haberle caído a un republicano. Valle la calificó de manera admirable: 'castiza'.
Digo esto porque su tataranieto, nuestro Rey emérito, puesto estos días en bocas paganas por cumplirse un año de su autoexilio, siempre me ha parecido un tipo estupendo. Además de haberse cargado literalmente el franquismo, inició la transición política en nuestro país, y cortó el primer gran intento de golpe de Estado en aquella joven democracia. Ítem más. Sus salidas de tapadillo, ya no a bailes de candil, a echar canas al aire emulando a su bisabuelo al que le encantaba la cuarta del Apolo (la última función de la noche del popular teatro madrileño), su fama de galán, qué quieren que les diga, eso, que me caía bien. Únase a ello la visita que tuve el privilegio de hacer al Palacio de la Zarzuela, junto a los compañeros de equipo del rector Juan Monreal, con motivo de la concesión de la medalla de oro de la Universidad de Murcia. Tanto el entonces Rey, como la entonces Reina, se mostraron de lo más cordiales con nosotros. ¡Qué simpático él! ¡Castizo! Los murcianos nos habíamos quedado con la boca abierta cuando entramos en el camino hacia la Casa Real, escoltados por ciervos por los flancos y faisanes por arriba.
Sin embargo, los últimos acontecimientos, los millones de euros volando de banco en banco, las obligadas revisiones con Hacienda, la historia de la extranjera esa que jamás fue a un baile de candil, y, sobre todo, la huida a los Emiratos, han hecho titubear mis simpatías por el personaje en cuestión. No todas, pero bastantes, qué quieren que les diga. Me debería haber cabreado mucho, como los republicanos. Se ve que no lo soy del todo. Más bien, me da pena. Con lo tranquilo que podía estar entre ciervos y faisanes, jugando a la play con sus nietos, inaugurando vías de AVE aquí, en su tierra, y va y se larga a las dunas, a un sitio en donde no comen jamón ni beben Jumilla. ¡Hombre, por Dios!
Me da pena. Más que el Messi ese de las narices. Otro rey, este del balompié, que se me derrumba. Este no me da pena, me da rabia. Me da rabia como me da rabia la hipocresía. Llorando a moco tendido cuando dice que el Barça es el equipo de su vida, que ha rebajado su sueldo de cien a cincuenta millones para seguir... ¡Vamos, anda! Si tanto amaba la camiseta blaugrana, con lo que habrá ahorrado bien que podría haber dicho: me quedo un año sin cobrar ni un rublo. Nada. La publicidad y cosas así..., por cierto, cien veces más de lo que gana al año cualquier catedrático jubilado que se ha pasado toda la vida currando. Eso sí que hubiera sido un acto de amor, y hubiera dejado boquiabiertos a todos. Por eso no me da pena que se vaya.
Si comparo un rey de verdad con otro de mentirijilla (como son los Cristiano, Neymar, Ramos, Kane y toda esa panda de famosillos), me quedo de todas todas con el castizo, aunque termine por figurar en la historia peor de lo que debía.
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