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Carrozas y estantiguas

Veritas vincit ·

No conozco civilización como la nuestra, la española, que haya tenido tanto empeño en arrinconar a los mayores

Lunes, 16 de diciembre 2019, 08:46

En carroza abierta llega una anciana al sarao del marqués y el soldado que hace guardia se burla de ella cantando: «Viejecita que vas al sarao no debes entrar, esa plaza ruinosa ya nadie la quiere tocar». Este aria de 'La Viejecita' -memorable zarzuela, considerado este género como ópera menor cuando, a mi entender, compite en igualdad de condiciones con la llamada mayor-, me ha dado pie para escribir este articulo lleno para mí de sanos deseos de reivindicación.

'El joven para obrar y el viejo para aconsejar'. 'Más sabe el diablo por viejo que por diablo'. Que levante la mano cualquiera de mis lectores de más de setenta años y diga, sin ánimo de señalar ni molestar a nadie, si cree que su experiencia, acumulada a lo largo de tantos años de trabajo, de aciertos y errores, le sirve ahora para algo o por el contrario, todo lo atesorado con tanto esfuerzo, con tanta renuncia, con tanto sinsabor, es ahora una rémora que lo arrincona, le impide opinar, dar buen consejo o participar en la vida y asuntos con la excusa de ser mayor, estar anticuado, ser una carroza, una estantigua.

No conozco civilización como la nuestra, la española, que haya tenido tanto empeño en arrinconar a los mayores. 'A barco nuevo capitán viejo' dice el sabio dicho popular: los antiguos tenían como un tesoro la experiencia de los ancianos, apreciaban mucho sus consejos. Los senados, reunión de las personas mayores, eran instituciones fundamentales en la toma de decisiones de la comunidad. Qué bonitos planos los de esas películas del oeste cuando el joven jefe de la tribu, con la cabeza llena de plumas, se dirige a los ancianos en demanda de consejo para guerrear contra el blanco, y luego todos juntos fuman el calumet.

Ahora, en el ámbito familiar, con contadas excepciones, los más jóvenes utilizan a los mayores para llevar a los nietos al colegio, atenderlos cuando se constipan y, en algunos casos, contribuir con el importe de sus pensiones al mantenimiento de los descendientes. En el ámbito político es aun peor: haber cumplido los cincuenta imposibilita la actividad política, solo prima la edad no el conocimiento o la experiencia.

Una sociedad que arrincona a aquellos que han acumulado a través de los años experiencia, madurez, sentido común, está llamada a desaparecer. Si solo ponemos en el campo de batalla la pasión, la inmadurez, al final solo habrá enfrentamiento y lágrimas.

No quiero que nadie crea que reniego de lo que pueden aportar los mozos -«juventud divino tesoro»-, sostengo que el empuje de la juventud, gracias a ese poderoso motor de hormonas disparadas, esa negación del riesgo cuando de acometer una aventura se trata, esa ilusión incluso inconsciente, es algo imprescindible para el progreso, para el avance, para la perpetuidad de la especie. Pero de igual manera digo que a todo poder, en este caso al de la juventud, debe enfrentarse un contrapoder que no lo anule sino que lo enriquezca, que lo modere porque en ese equilibrio está la base del éxito.

A la juventud me dirijo con cariño: oíd a vuestros mayores, no tanto por el respeto que les debéis, sino porque atesoran algo que solo se puede adquirir a través de los años, de los tropiezos, de los éxitos y los fracasos. Los jóvenes saben que les ha llegado el momento y que, por tanto, tienen derecho a decidir, actuar y equivocarse, pero qué bien les vendría acercarse a los que están esperando para echar una mano. Atiendan su consejo, calibren su experiencia y actúen luego como les dicte su sentido de la responsabilidad.

Ni carrozas ni estantiguas, los mayores son depositarios de un tesoro que se debería trasmitir de generación en generación. Parece que ahora se ha interrumpido este 'do ut des'. Volvamos a reconstruir los puentes del entendimiento entre generaciones adornados con comprensión y cariño. Qué buen momento estas entrañables fiestas donde todos disfrutamos: los creyentes, por la alegría de conmemorar el nacimiento del Hijo de Dios, y los descreídos, por la magia de la luz, los cordiales y el buen rollo. para darnos un gran abrazo, dirigirnos a nuestros mayores y decirles sin pizca de regomello: «No solo os queremos, también os necesitamos». ¡Feliz Navidad!

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